¿Cuántas veces hemos dicho adiós sin saber que sería la última vez? ¿Cuántas veces habrán sido la última vez? Alba recordaba su última conversación con Natalia. La última vez que estuvo en Elche. La última vez que vio a su abuelo. El último mensaje de Mario. La última vez que tuvo miedo. Alba recordaba muchas, quizá demasiadas, últimas veces. Pero también las primeras.
Recordaba la primera vez que vio a Natalia. La primera vez que hablaron y sobre qué. Los primeros mensajes y la primera vez que estuvo en su casa. Recordaba la primera vez que abrazó a Natalia, porque olía al mismo perfume que la morena utilizaría los años venideros. Recordaba la primera vez que vio que Mario, la primera vez que quiso huir de Natalia. Porque no era la primera vez que Natalia se liaba con un tío estando de fiesta, pero sí era la primera vez que a Alba le dolía verlo e incluso saberlo. Así que huyó de aquella discoteca abarrotada, con los labios de Natalia grabados a fuego en su mente, besando a alguien que ni era, ni nunca sería, ella. Sacó un cigarro y se dispuso a mezclar y quemar nervio y nicotina.
-¿Tienes fuego, rubia?
Esa había sido la primera vez que había hablado con Mario. Ahora que sabía todo lo que le depararía su relación, desearía poder cambiar esa primera vez. Pero la vida no funciona así, no es una historia en la que puedas saltarte capítulos. Desgraciadamente, tienes que vivir cada letra, palabra, frase, párrafo y página hasta el final. Nunca podrás quedarte en un capítulo, ni vivir en un extracto.
La mano de Natalia la sobresaltó, haciendo que diera un bote en el asiento.
-¿Estás bien?
-Sí, sí. Estaba... pensando, eso es todo. ¿Tú vas bien?
-He estado mejor -concedió Natalia, sonriendo.- Una moneda por tus pensamientos, Albi.
-Nunca has necesitado monedas para saber qué pienso.
Natalia volvió a sonreír. Estaba algo pálida, y Alba agradecía que este trayecto en autobús fuera significativamente más corto.
-Acabas de rechazar el mejor trato de tu vida, rubia.
"Si tú supieras" se quejó Alba.
-Qué exagerada eres. Estaba pensando en lo que vamos a visitar al llegar al pueblo. Me gustaría dar un paseo antes de que se ponga el sol.
-Pero si a penas es mediodía...-Natalia frunció el ceño, mirando por la ventana. El sol seguía alto.
-Aquí anochece muy deprisa, Nat. Ya verás.
-Bueno, pues llegamos al hotel, dejamos las cosas, salimos a comer y damos un paseo. Ya nos duchamos luego, ¿te parece?
Alba abrió mucho los ojos, sorprendida por la iniciativa de su amiga. Dedicó una corta mirada a Miki y Joan, sentados un par de asientos atrás y profundamente dormidos, una pregunta que no necesitaba ser formulada.
-Si quieren venir pues que vengan, y si no pues vamos solas. Hace mucho que no salimos a comer.
"Desde que empezaste con ese capullo" quiso añadir su mente, caprichosa. Sus labios se sellaron a tiempo, protegiendo aquellos ojos miel, que ahora la miraban atentamente. La mirada de Alba siempre le había parecido pura y limpia, sincera. De esas que te atraviesan de un lado a otro y te dejan el alma desnuda y teñida de blanco. Natalia se preguntó si los ojos besaban como los labios, si podría dejarse llevar por ellos como si fuera un beso. Sin duda, podía perderse, encontrarse y ahogarse en los ojos de Alba.
¿Qué pasa si, en vez de en los labios, tienes la miel en el mirar?
Cuando Alba pensaba en chocolate, siempre le venía a la cabeza Natalia. Tenía los ojos del color del chocolate caliente que tomaban para desayunar los sábados, e incluso transmitían la misma sensación. A Alba le gustaba pensar que, si la besaba, sabría igual de dulce. Incluso si sabía que nunca reuniría coraje suficiente para hacerlo.
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Bienvenido al Norte | Albalia
ParanormalCuatro amigos. Un viaje. ¿Qué podría salir mal?