Las dos horas de viaje entre Barcelona y Budapest se le antojaban un periplo. Alba comprendía perfectamente que la había cagado con Natalia, pero estaba ahí para arreglarlo. Aunque la morena no parecía tener el mismo interés.
Se sentó al lado de Joan, evitando en todo momento a su antigua amiga, dolida. A penas habían compartido una mirada desde que se volvieron a ver. Todo lo que obtuvo fue un "Hola, Alba" más árido y seco que el propio Sahara.
Derrotada, se abrochó el cinturón, siguiendo las indicaciones luminosas que velaban sobre su cabeza. Joan le dedicó una sonrisa brillante, frente a la que Alba se desarmó, esbozando una que se medio asimilaba a las que anteriormente regalaba.
Ella sabía mejor que nadie que la luz de su interior se apagó durante aquellos meses que vivió con Mario. ¿Y cómo no hacerlo? Su llama encerrada en una urna, consumiéndose lentamente, como ella misma. Mientras, el infierno ardía a su alrededor, arrasándolo todo a su paso. Sus amistades, su carrera, su felicidad. Todo aquello por lo que Alba deseaba fervientemente vivir, quedó reducido a ascuas y ceniza.
Eso era, también, lo que quedaba de ella: ascuas y cenizas de la persona que fue.
Suspirando, observó cómo la pista pasaba, a gran velocidad, frente a su atenta mirada. El impulso del avión la hizo echarse hacia atrás conforme este alzaba el vuelo.
Siempre le habían parecido máquinas sorprendentes. Tan pesadas y robustas, despegando cual pájaro, surcando las nubes a velocidad de crucero ficticia. Oteó entre la multitud aquellos ojos pardos que tan bien conocía, clavados en ella.
El estómago le dio un brinco, no sabía si por las ligeras turbulencias del despegue o por la mirada insistente que la recorría. Alba se sintió minúscula y avergonzada, sin saber muy bien por qué.
Bueno, quizá sí. Quizá todo aquello que había cortado ahora se volvía, como un latigazo, contra ella. Le había dado la espalda a Natalia. Había roto toda su confianza, su cariño y sus rutinas. La había roto a ella en su caída al pozo más profundo del infierno. Y ahora que salía, no era la persona que Natalia esperaba. No era la Alba brillante, feliz y luchadora. Sólo era una sombra.
Los ojos se le aguaron y decidió no enfrentarse a más demonios. Las vistas de Barcelona encogiéndose llenaban el pequeño espacio de la ventana del avión, como un sueño. Las luces de las farolas se apagaron poco a poco, perdiéndose en la mañana y en el mar de nubes esponjosas que los rodeaban
Natalia, por su parte, estaba en el asiento de en medio. Entre Miki y un señor que veía una película a un volumen altísimo. Barcelona se le antojaba a años luz de distancia, ahora que su cabeza había dejado de funcionar al 200%. Ese es el efecto que Alba Reche tenía en ella. La hacía pensar, la hacía enredarse en teorías que la mitad de veces no llegaban a nada, la hacía sentirse viva. Tan viva como podía, ahora que era consciente de que Alba se había llevado consigo más que su amistad. El corazón de Natalia iba, silencioso, en aquella maleta rosa que la rubia utilizaba para todo. En su pecho, un remanso oscuro y frío.
Había comprendido, demasiado tarde, que si tenía dudas era porque la respuesta estaba demasiado clara. Los latidos desbocados, los suspiros profundos y el aleteo de su pulso eran la señal que indicaba que la amistad no era lo que buscaba, al menos no con ella. Habría dado cualquier cosa porque Alba se fijase en ella, porque la viese como algo más. Pero no lo hizo.
Mario irrumpió en la vida de ambas como una tormenta desataba, como un huracán. Arrancó a Alba de sus brazos y se la devolvió hecha un trapo. Sólo había que ver cómo la piel quedaba tirante en sus clavículas, como las mejillas se le habían hundido y las ojeras profundizaban su rostro cual agujeros negros.
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Bienvenido al Norte | Albalia
ParanormalCuatro amigos. Un viaje. ¿Qué podría salir mal?