La vida da muchas vueltas. Tantas como las revoluciones de un coche, e incluso más. No deja de girar, una y otra vez, poniéndote los planes y la cabeza boca abajo, luego boca arriba de nuevo y así. El destino juega contigo al escondide y es el que lanza la peonza, una vez tras otra.
Eso es lo que había hecho que Alba estuviera en aquel momento, en aquel país y en aquel coche. No estaba en casa de Mario, no estaba en el hospital ni en una caja de pino. Estaba conduciendo por una carretera maltrecha, con una canción de Ed Sheeran de fondo, el sol tímidamente sobre ella, sus amigos a su lado y la nieve formando pequeños charcos. Estaba viva, y así se sentía.
Miki y Joan hacía rato que se habían quedado dormidos, usando el mapa que supuestamente iban a consultar como manta. Natalia iba a su lado, con los pies sobre el asiento, encargándose de poner música desde la biblioteca de su móvil y de revisar Google Maps en el de Alba, procurando que no se perdieran. De cuando en cuando murmuraba fragmentos de letras o canturreaba estrofas, trayendo a la memoria de su amiga los sábados en el salón.
Alba estaba contenta, y se notaba. Natalia hacía como que no, pero no le quitaba los ojos de encima. Radiaba, quizá no como antes, no tan fuerte ni con tanta intensidad, aunque sí más que en el aeropuerto. Suspiró, contenta. La sombra de Alba a la que se había tenido que enfrentar acompañaría su memoria hasta los restos, una pesadilla viva de la que preferiría no acordarse jamás y que renacía cada vez que la miraba.
¿Qué había pasado para que el sol se apagase? ¿Podía alguien agriar la miel de esa forma? El azúcar ahora se le antojaba sal. Sal sobre una herida a medio cerrar, frotando y colándose en lo más hondo de su ser. Sal que hacía que Natalia quisiera encontrar al causante de semejante tragedia y demostrarle, mediante actos para nada legales, lo que pasa si te metes con sus amigos.
Un retazo de sol bañó a Alba de pronto, iluminando el interior del vehículo. La chica sonrió, dejándose llevar por la calidez del astro y la suavidad del momento, ajena a la imagen que se acababa de tatuar en la memoria de su amiga.
Natalia maldijo no tener cámara para inmortalizar aquello, y a la vez supo que no habría dispositivo capaz de capturar todo el espectáculo de sensaciones que se arrebujaban en su pecho.
-Me vas a desgastar, Nat.
-Estoy vigilando tus habilidades de conducción, rubia. No quiero acabar en el arcén.
-¡Eres idiota! -se quejó Alba, sin quitar la mirada de la carretera.
Natalia soltó una carcajada burlona y revisó el trayecto. Estaban a diez minutos del hostal y no había visto ni una sola casa. "Lo mismo es una cuadra" bromeó, para sí misma.
Helena había planteado ir a lugares rurales. Helena sabía, o al menos chapirreaba, húngaro. Helena no estaba en aquel viaje y, de no ser por Alba Reche, ellos estarían atrapados aún en el aeropuerto.
-Dice que salgas de la carretera en la próxima.
-Vale. Gracias cariño, eres la mejor copiloto. Aunque un poco cabrona.
-Me gustaría decir lo mismo de tus habilidades de conducción.
-Imbécil -rió Alba, maniobrando para girar.
Natalia se sonrió, dejando que los suaves rayos de sol la bañasen, reconfortándola. A lo lejos podía ver ya una pequeña aglomeración de casas rurales, de planta baja y tejados rojizos. Una pequeña columna de humo se alzaba sobre la pedanía, y se reflejaba en todos los charcos que la nieve había formado. El espectáculo visual con el que se deleitaba la morena era, sin duda, magnífico, digno de esos videoclips de música indie que le gustaban.
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Bienvenido al Norte | Albalia
ParanormalCuatro amigos. Un viaje. ¿Qué podría salir mal?