Los golpes en la puerta se hacen cada vez más insistentes. La mirada de Natalia podría quemar la plancha de madera que la conforma, como si tuviera rayos equis en los ojos. Alba se moja los labios, nerviosa. "¿No habré tenido yo ya bastantes emociones fuertes?" lamenta, para sí misma, encaminándose hacia el origen del ruido que perfora su paz.
Coge aire antes de girar el pomo. Natalia sigue mirando, aunque se ha puesto de pie. Un pequeño movimiento de muñeca y la cerradura cede, benevolente. Las bisagra crujen, aquejadas por los años de maltrato que han debido de sufrir.
La sonrisa espectral de la dueña del hostal aparece, incansable, tras la barrera que conecta su habitación con el pasillo. Le dedica una mirada inquisitiva a la morena, antes de dirigirse a Alba.
-La cena se servirá a las ocho y media, pero el comedor cierra a las diez. Venid cuando queráis -informa, volviendo a mirar a Natalia,- y que paséis una buena noche.
Toda la tensión que ha anidado en el pecho de la rubia se desploma al cerrar la puerta tras despedirse. Cae a sus pies, se hunde en el suelo y llega hasta el primer piso. No sabe bien por qué, pero la señora del hostal ha hecho que sus músculos se transformen en cables de acero.
Se deja caer ella misma sobre el colchón, cerrando los ojos. Está agotada, emocional y físicamente.
El peso de Natalia no tarda en hacerse notar de nuevo. Alba supone que volverá a su, irónicamente hablando, ardua tarea de mirar por la ventana. Suspira, intentando encontrar respuesta para todo lo que pasa.
Sorprendentemente, se equivoca. Los ojos de la morena no vuelven a la ventana, pues han quedado encandilados por la curva de su espalda y su pelo esparcido sobre la almohada. Dedos temblorosos se alzan, sin saber muy bien por qué, en busca de su piel. La necesidad apremiante de sentirla bajo sus yemas le araña el estómago y le nubla la razón.
Alba se estremece al contacto. Hubiera jurado que entre ambas pieles saltan chispas, pues una pequeña corriente danza en la punta de todos sus nervios. Cierra los ojos, reteniendo el aliento sin darse cuenta.
Natalia trepa por sus lunares, que no ve, pero que conoce, y traza el sendero casi a la perfección, hasta el límite inexistente que supondría el sujetador. Entonces se detiene, con cara de haber vuelto en sí tras un trance, y se apresura a sacar la mano de debajo de las capas de ropa que lleva Alba.
-Perdona -musita, avergonzada. Coloca el objeto del crimen en su regazo y lo observa como si fuese la primera vez que lo ve.
-No pares, Nat. Me estaba quedando dormida -admite la otra, mintiendo. Con los nervios que se le han formado en la boca del estómago sería imposible pegar ojo. Pero las caricias de Natalia hacen que cada fibra de su corazón vibre, produciéndole un agradable cosquilleo. Y a Alba, por primera vez en todo el día, le gustaría dejarse llevar.
Quiere entender. Tiene muchas preguntas. Tantas que no sabe por cuál empezar, que le duele la cabeza sólo de intentar contarlas. Nada de eso parece importar cuando, de nuevo, las manos de Natalia se escabullen bajo su ropa y le llenan la espalda de senderos. Su cuerpo se relaja, deshaciéndose sobre la cama, el pecho se le dispara y de su mente desaparece cualquier atisbo de cordura. Mantiene los ojos cerrados, abandonándose al océano de sentimientos que la atraviesan.
El movimiento del cuerpo de Natalia es lo único que, pasados unos minutos, la desconciertan, haciendo que levanta un poco la cabeza y entra abra los párpados. La débil sonrisa de la morena se dibuja a escasos centímetros de ella. Tanto que puede notar su respiración, cálida, chocar contra su piel y dejarle la carne de gallina.
Se quita las botas con los pies y atrae a Alba a sus brazos. Todo su cuerpo parece irradiar calor, un calor que Alba no creía necesitar hasta ahora, cuando comienza a buscarlo casi que desesperadamente.
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Bienvenido al Norte | Albalia
ParanormalCuatro amigos. Un viaje. ¿Qué podría salir mal?