Las calles del pueblo acogieron e hicieron eco de las suelas de las botas de cuatro personas estrellándose contra el pavimento. Unas, pequeñas y furiosas, golpes secos que arrasaban con la sosegada noche. Otras, seguras, un par de metros por detrás, marcando un ritmo pausado e incesante. Dos más, al unísono. Unas que avanzan con dificultad y otras que arrastran, creando surcos sobre la poca nieve que no se aglomera a los lados de la calle.
A Natalia el tiempo se le hace eterno desde que pierda a Imara de vista. Cada calle, cada esquina y cada recoveco del pueblo le resultan hostiles. Se gira constantemente, asegurándose de que aquella presencia demoníaca no haya vuelto para rematar la faena. La idea de volver al hostal no le resulta conciliadora en absoluto, dadas las circunstancias, pero lo prefiere a quedarse a merced del bosque y sus habitantes.
Los crujidos de las ventanas y su repiqueteo contra el marco ponen banda sonora a la marcha. El viento aúlla y juguetea con los letreros, arrancándoles chirridos metálicos que se asemejan más a gritos agónicos. La oscuridad embarra el paisaje, fluyendo desde el bosque hasta el pequeño pueblo. Ninguno de los cuatro podría saber que, desde la primera línea de árboles, la manada observa su ascenso, con los dientes reluciendo y el aliento dibujando nubecillas de vaho.
Alba abre la puerta con dificultad, sintiendo que cada día pesa un poco más. Quizá sea el cansancio, o su imaginación.
La anciana sigue tejiendo, sentada en una mecedora. Con su pequeño vaivén compone una sinfonía de crujidos, provenientes de la misma estructura y de las tablillas del suelo.
-Buenas noches, hija -la saluda. El filo de sus agujas reluce bajo la luz amarilla. Un escalofrío recorre la espalda de Alba que, sin saber bien por qué, retrocede un paso.
-Buenas noches, Baba -responde. La mano de Joan se posa sobre su hombro, animándola a continuar la marcha. Traga saliva, cruzando frente a ella con cautela. "Es una anciana, Alba, no te va a comer" piensa. Qué comentario tan poco acertado.
A Natalia la recibe el metálico sonido de una bufanda en proceso, el murmullo del comedor y de la vajilla yendo y viniendo. En otras circunstancias, sería reconfortante. Ahora sólo hace que se mantenga alerta, saltando casi que a cada sonido. La anciana le sonríe.
-Ne félj, a történetek csak történetek -pronuncia. Natalia no lo entiende, pero la piel se le pone de gallina.
Miki le dedica una sonrisa escueta y un asentimiento leve de cabeza, llevándose a Natalia de allí. Los ojos achinados y la sonrisa perenne de la anciana los acompañan hasta el segundo tramo de escaleras, donde un pequeño limbo parece haberse posado. Respiran, extrañamente aliviados, y se miran entre sí. El muchacho coge aire y cierra los ojos, agotado. Natalia permanece alerta. En aquella pequeña esquina, el ruido parece inexistente. No se oye nada, salvo sus agitadas respiraciones y el crujir de la madera bajo los pies de los demás huéspedes. Frunce el ceño, extrañada.
La paciencia de Alba colma su límite. Ha estado esperando en el pasillo cinco minutos, dando vueltas frente a la habitación de Joan. No sabe si es por el día extraño que le ha tocado vivir o por la extraña sensación que tiene cuando se mueve, sintiendo que los personajes atrapados en las fotografías la siguen con la mirada.
Hay un silencio espeso y cenagoso por el que se desliza, lentamente, Natalia. Los últimos peldaños se quejan cuando los pisa, el pasillo hace eco de lo que parecen risas, pero que sólo son los pasos de Alba, maltratando la madera. Miki la abandona allí mismo, con la mirada perdida y el ánimo más que emborronado. La confusión de la que hacen alarde sus ojos es digna de estudio.
Joan le palmea la espalda, dedicándole a Natalia una última mirada. Tanto como le hubiera gustado dudar de ella, no lo consigue. Nunca la ha visto tan pálida y silenciosa como en ese momento.
Le gustaría fijar su atención en la espalda de Alba. En cómo el pelo le cae sobre los hombros, en mechones sueltos que se escapan aquí y allá. Le gustaría no mirar a cada segundo a la ventana, o a las fotos, esperando un indicio que le asegure que no se está volviendo loca. Indicio que no llega o, que más bien, Natalia no nota.
El portazo de Alba podría haber resonado por todo el pueblo. Natalia le da la espalda, sentándose sobre la cama y observando por la ventana las lindes del bosque. La rubia suspira, molesta, y carraspea para llamar su atención.
-Natalia -pronuncia, dándose cuenta de que sus esfuerzos caen en saco roto. La interpelada se gira, lentamente. No ha recuperado un ápice de color, y tiene la mirada perdida.- Tenemos que hablar.
Asiente, pero no parece escucharla. Con un suspiro frustrado, Alba se coloca a su lado y le agarra la mano, llamando su atención.
-Escúchame, Nat. Tienes que contarme qué ha pasado en el cementerio, ¿vale? -le pide, acariciando el tatuaje del dorso. Las líneas de tinta conducen su mirada hasta los ojos de Natalia, que no parecen estar ahí.
-No.
-¿Por qué no? -insiste. La morena la mira como si pudiese ver a través de su persona. Traga saliva.
-No puedo -reconoce, con la voz tomada. El miedo empieza a tintarle las facciones.
-Tengo que saberlo, Natalia. Por favor.
-Ahora no, Alba -murmura, comenzando a temblar. Unas manos frías parecen recorrer su espalda, sembrando escalofríos allá donde tocan. Natalia se gira, intentando encontrar al propietario de aquella caricia espectral.
La rubia alza la mano, con el ceño levemente fruncido. Acerca las yemas de sus dedos hasta el cuello de Natalia, donde una mancha negra muy extraña ha encontrado hogar. Ella se tensa un instante, dando un pequeño bote sobre el asiento, pero se relaja al sentir la calidez de las manos de Alba. No es un fantasma, no es Imara. Es Alba. Su Alba.
-¿Qué es esto?
-Alba, por favor. No quiero hablar de esto ahora -insiste, cerrando los ojos. Se la ve bastante afectada, por lo que la rubia decide aparcar el tema. Sea lo que sea lo que ha pasado, deberá esperar hasta que Natalia se encuentre mejor.
-Está bien, Nat. Voy a cerrar la puerta y vamos a descansar un poco, ¿vale? No tienes buen aspecto -propone, levantándose y sonriéndole. Se muere de ganas de saber lo que ha ocurrido en el cementerio, qué ha ocasionado el desastre con el que se ha dado de bruces. Pero no es el momento.
-Vale -contesta, volviendo a dirigirse a la ventana. Con el ceño fruncido, escruta el tenebroso paisaje.
Alba echa el pestillo de la habitación y se quita el abrigo. La calefacción la provee del calor suficiente. Se descalza y abandona las botas en el baño, dentro de la bañera, para que sequen. Recoge un poco aquí y allá, enchufa el teléfono a cargar. Natalia continúa observando el exterior, su aliento dibuja nubecillas blancas en el cristal.
Alba se tumba sobre la cama y ojea sus redes sociales brevemente. Tiene algunos mensajes de Marina y de su madre, a los que contesta con prioridad. Lo demás se queda en leído.
Discretamente, abre la galería. Frunce el ceño. La foto más reciente que tiene es haciendo la mudanza con Joan, antes del viaje. Desciende un poco más. Nada, las fotos de la nota parecen haber desaparecido.
-Natalia, ¿has cogido tú mi teléfono hoy?
-No -musita, volviéndose para mirarla.- Lo has tenido perdido hasta el mediodía y para entonces ya nos habíamos separado, ¿por qué?
-Nada, nada, es que creo que se me han borrado algunas fotos y no sé cómo ha podido pasar.
Natalia se encoge de hombros, volviendo a vigilar la ventana. Alba suspira y cierra los ojos, preparada para descansar la mente un ratito, hasta la hora de cenar.
Unos insistentes golpes en la puerta la detienen.
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@HylianHaneya guapo listo, dame cocacola. Me lo debes. Muac.
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Bienvenido al Norte | Albalia
ParanormalCuatro amigos. Un viaje. ¿Qué podría salir mal?