III

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Perseo, aquel cazador que vio toda la escena en aquel bosque, se presentó ante el nuevo rey de Grecia y le dijo todo lo que había ocurrido mientras que él intentaba cazar.
El rey se impresionó cuando le describió aquel ser monstruoso y sin cambiar su semblante de autoridad, mandó a Perseo junto con una tropa de sus mejores guerreros, a por la cabeza de Medusa.
Justamente, aquella noche, después de lo ocurrido, Medusa volvió a tener la misma pesadilla y lloró horrorizada. La serpiente madre, la miró entristecida y sin decir nada, juntó su frente con la suya dándole aunque fuese un poco de apoyo.
Al día siguiente por la mañana, un estruendo sobresaltó a la pequeña y las serpientes la rodearon defensoras.
El techo de la cueva subterránea que había debajo de las ruinas donde vivía, se abrió y alrededor del agujero, comenzaron a asomarse guerreros con antorchas y arcos con flechas en llamas apuntando a Medusa. Una lluvia de flechas ardiendo, comenzaron a caer en dirección a la pequeña y las serpientes, en un acto rápido, envolvieron a la pequeña — que estaba asustada cubriéndose con sus brazos — alejándola de allí.
La serpiente madre, furiosa, miró hacia aquellos guardias mientras que siseaba con fuerza y en cuanto ellos fijaron su vista, comenzaron a convertirse en piedra. Asustados, se alejaron del agujero alarmando a los demás, entre ellos a Perseo.
Al ver que los hombres que les había confiado el rey caían poco a poco debido a aquella brujería, tiró la antorcha al suelo y bajó de un salto hacia el interior del agujero con su arma en alto y su escudo tapándole la mirada, ya que sabía del peligro que corría si se topaba con los ojos de Medusa.
Una serpiente, ágilmente, se deslizó por el suelo rodeando la pierna de Perseo y cuando consiguió agarrarlo fuertemente y lo zarandeó por los aires. Desafortunadamente, una flecha de uno de los arqueros que aún seguía disparando desde arriba, apuntó hacia la serpiente que agarraba a Perseo y esta lo soltó al instante.
Todas las serpientes sintieron el dolor de la que fue herida y siguieron siseando con fuerza, esta vez elevando sus cabezas amenazantes. Fue entonces cuando Perseo, se dio cuenta que desde el reflejo de su escudo, se podía ver a la serpiente que tenía detrás.
La serpiente madre cometió el error de acercarse hacia él dispuesta a matarle para salvar a Medusa, porque en cuanto abrió su boca mostrando sus puntiagudos colmillos y se dirigió con rapidéz hacia la espalda de Perseo, este, sin quitarle la vista al escudo, se giró con la espada en alto justo cuando la serpiente iba a matarlo.
La cabeza de esta, salió volando por los aires tras el corte y Medusa que lo estaba viendo todo, miró la escena horrorizada. La cabeza de la serpiente madre, cayó al suelo y el siseo de las demás serpientes cesó ante la sorpresa.
Perseo, sin embargo, sin quitarle la vista al cúmulo de serpientes que aún seguían detrás de él, sacó un saco y metió dentro la cabeza de la serpiente. En cuanto lo hizo, las serpientes se estiraron hacia una columna de madera llevando consigo a la pequeña para poder huir de allí, pero Perseo se las adelantó y utilizando una flecha de los arqueros, la tiró hacia su dirección con fuerza realizándole un agujero a la columna y dejando ver el rostro de Medusa manchado de sangre.
Perseo se impresionó al verla y ella cayó más abajo de las ruinas. Este se acercó hacia el lugar donde había caído y miró con superioridad el vacío de aquel agujero dándola por muerta. Miró su saco y lo alzó en alto.

—¡Medusa ha muerto! — gritó con firmeza y los guardias que quedaban con vida alzaron sus armas mientras que le vitoreaban.

MedusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora