IX

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Durante toda la noche hasta el alba, Medusa, junto a sus serpientes, le narraron con todo lujo de detalles la verdadera historia sobre ella. Eran tanta información, que Dru le prometió que la visitaría todas las noches necesarias hasta saber toda la verdad.
Medusa le acompañó hasta la entrada del templo y con un tímido gesto de mano, se despidió de él y mientras que lo veía desaparecer de allí, suspiró como una joven enamorada. Espera.. ¿acaso lo estaba?

— Pequeña — siseó una serpiente mientras se encaminaba hacia su sala favorita — veo que alguien está comenzando a enamorarse — se burló un poco haciendo que Medusa se sonrojase por completo.

—¿Cómo osas a decir tal sandez? — se molestó, pero se quedó pensativa, quizás era verdad y estaba enamorada de Dru, ¿era por aquella extraña sensación de felicidad que le abordaba cuando estaba con él? ¿Por su compañía? ¿Por saber que no huía de ella? O ¿era porque es el único que le trataba como a una más de los suyos?

Se llevó las manos a su cabellera de serpiente confundida, ¿era verdad y comenzaba a sentir aquello que se llamaba amor? 

Tal como prometió Dru a Medusa, todas las noches, después de una larga mañana de batalla, recogía sus cosas y se iba discretamente hacia el templo donde ella la esparaba ansiosa.
Bajo los rayos de la luna, Dru, estaba apoyado en el suelo para poder escribir sobre aquella libreta que llevaba consigo con toda la historia de Medusa. Una serpiente le narraba la batalla que mantuvieron con Perseo. Medusa era pequeña, por lo que no recordaba mucho de aquel momento, así que sólo se dedicó a mirar con admiración a Dru mientras escribía.
Los músculos de sus brazos se marcaban aun vistiendo con lo que decía que era una camiseta de manga larga. Un rizo rebelde negro caía por delante de sus gafas y sintió curiosidad por saber cómo era el tacto del cabello y alzó su mano sin pensarlo, apresando delicadamente sobre sus dedos aquel mechón.
Le fascinó comprobar que era suave y sedoso, y que cuando estiraba de él, era aún más largo de lo que aparentaba al ser rizado.
Dru, miró con admiración los ojos rojos de Medusa, observó que miraba fascinada el rizo rebelde que caía sobre sus gafas. Allí, bajo la luz de la luna, pudo observar mejor el rostro de ella.
No era verde y escamosa como sus serpientes y como se narraban en los libros, su piel era tan blanca que parecía hecha de porcelana, sus labios eran carnosos y estaban algo agrietados debido al frío que pasaba en aquel templo. A pesar de tener los ojos rojos y las pupilas como las de sus serpientes, en su mirada demostraba dulzura, incluso Dru se atrevió a jurar que también un toque de cariño. Observó entonces, que vestía con la ropa típica de la antigua Grecia y que su vestido blanco, portaba una raja en el muslo dejando ver su pierna al descubierto.
Dru se maravilló al verla con más claridad, era consciente que se trataba de un ser mitológico y que seguramente, tendría miles de años y tenía un poder que era bastante peligroso, pero no le importaba, nada de aquello le importaba en aquel momento cuando sólo sus respiraciones se escuchaban.
Se levantó del suelo para poder acercarse más a ella y le acarició suavemente la mejilla, sin embargo, Medusa se sintió completamente pillada, ¿le habría molestado que le tocase el pelo? ¿Aquello era un acto de molestia?, pero cuando Dru de aventuró a besarla en aquellos labios, supo que no estaba molesto.
¿Esto es real? ¿Esto es un beso?, pensó Medusa completamente alucinada.
No era igual al que le dio en el dorso de la mano, pero definitivamente era mejor que él y que como se describían en los libros de amor que había leído.

Medusa no sabía qué hacer, estaba completamente confusa, era su primer beso y no sabía cómo debía de actuar, simplemente cerró los ojos degustando aquello que se consideraba como beso, cuando sus serpientes comenzaron a sisear.
Dru, se separó lentamente de ella y la miró a los ojos.

—¿No vemos mañana? — preguntó con una sonrisa dulce.

— Cl-claro...-— contestó Medusa completamente sonrojada.

Dru recogió sus cosas y despidiéndose de ella con un beso en el dorso de una de sus manos, desapareció de allí.

— Creo que estoy enamorada... — susurró Medusa en voz alta y sus serpientes se miraron entre ellas.

MedusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora