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La reina de Grecia era una hermosa joven de tan sólo unos veintitrés años, era la envidia de todas las mujeres que habitaban en Grecia y robaba los corazones de todos los hombres que fijaban su vista en ella. Estaba prometida con el rey de Grecia y ambos levantaban celos entre los ciudadanos, incluso de un superior como lo era el Dios Zeus.
Desde que Zeus se fijó en ella, no dejó de seguirla a todas partes e incluso ayudarla cuando ella estaba en apuros o se sentía mal. Le regalaba joyas, flores, le cantaba canciones y recitaba poemas de amor como un loco enamorado. Ella sabía que Zeus era famoso por tener a más de una amante y por ello lo rechazaba siendo así, fiel a su prometido. Él juró no darse por vencido y siguió tras ella, prometiéndole que si se quedaba con él, dejaría a las demás y la haría la más feliz del mundo, pero ella de nuevo lo rechazó.
La boda con el rey de Grecia fue íntima, fueron capaces de hacerlo a escondidas de Zeus y felizmente se casaron.
Pasaron los días y Zeus siguió sin darse por vencido hasta que un día, descubrió por si solo, que la mujer de la que estaba perdidamente enamorado estaba embarazada y que ya había contraído matrimonio, entonces, este juró vengarse por romperle el corazón y desapareció.
Una noche pacífica de primavera, la reina dio a luz a una preciosa niña con los mismos rasgos de la madre. El rey quedó tan fascinado por la belleza de su hija, que comenzó a tener instintos asesinos de los futuros pretendientes que seguramente tendría, pero su mujer, entre risas, lo tranquilizó asegurándole que era demasiado pronto para pensar en problemas futuros.
Zeus, observaba todo, observó a la niña y como bien decían, era igual de hermosa que la madre, pero él, no lo iba a tolerar. Un rayo impactó contra la morada de los reyes dejando así un gran agujero donde permitía a la luz de la luna adentrarse libremente alumbrando el interior. La reina y el rey, impactados, huyeron de allí tras ver al causante de aquel destrozo, los guardias de seguridad se aproximaban a la zona alarmados y equipados para una posible lucha. Zeus sonrió tras ver el hermoso rostro de la mujer que le robó el corazón y sin sentir ninguna compasión, con una lanza, apuntó hacia el rey matándolo al instante.
La reina, horrorizada, corrió junto a su hija, pero Zeus la atrapó cogiendo entre sus brazos a la hermosa niña.

—Por el dolor que provocó tu madre, no permitiré que tú, pequeña, hagas lo mismo que ella — le habló a la niña, quien tan sólo permanecía dormida sin enterarse de nada — te condeno a ser un ser odiado y que tu sola mirada, convierta en piedra a quien se fije en ti — y tras pronunciar aquellas palabras que escupían odio, aquella inocente niña, se convirtió en un ser monstruoso, su escasa cabellera se convirtió en serpientes que comenzaron a sisear atemorizando a las personas más cercanas y sus ojos, al abrirlos, petrificó a todos aquellos que estaban atentos a la escena.

La madre, aun siendo su hija un ser monstruoso con un poder que amedrentaba a cualquiera, no se acobardó y quiso ir a por ella, abrazarla y jurarle que le quitaría ella misma la maldición costase lo que costase, pero, en cuando se agachó para llevarla a sus brazos, la niña abrió sus grandes ojos rojizos iguales que las de sus serpientes y su madre, sin perder la sonrisa de la cara, quedó petrificada.

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