II

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Las serpientes de su cabellera cuidaron de la niña desde aquel entonces, lograron escapar de allí refugiándose después en una ruina lejos de todos para que la pequeña no fuese encontrada e hicieron todo lo posible para que ella estuviese bien.

Pasaron los años y la pequeña creció sana y fuerte. Era muy alegre y junto con las serpientes de su cabellera, jugaba y se divertía como suelen hacer los infantes de cinco años.
Una noche, ella dormía profundamente arropada por las serpientes que siseaban siendo esa su nana para poder dormir. Soñaba que era perseguida por alguien que quería acabar con ella, le decía que era una amenaza para los ciudadanos de Grecia y que por eso, debía morir. Ella huía de aquella voz asustada, varias estatuas se interponían por su camino amenazantes con sus armas en alto, hasta que de pronto, sintió un dolor desgarrador en el cuello, separando así su cabeza de su cuerpo, siendo decapitada por un chico que no logró ver porque su vista comenzó a tornarse borrosa.
En cuanto su vista dejó de ver, la pequeña se despertó de aquella pesadilla sobresaltada y con alguna que otra lágrima recorriendo por sus mejillas. Apoyó su espalda contra el muro más cercano y se llevó las manos a los ojos asustada mientras que lloraba.
El sollozo despertó a una de las serpientes que estaba durmiendo y preocupada, se acercó.

— Tranquila Medusa... — siseó al verla llorar — sólo ha sido una pesadilla — intentó tranquilizarla acariciándola en la mejilla con su piel escamosa de la cabeza.

Ella se rio más calmada cuando la serpiente le hizo cosquillas con la lengua y ella la abrazó.
Su barriga rugió reclamando un desayuno y al alzar la vista hacia la ventana más alta de la ruina, vio una manzana colgada en un árbol brillando debido a los rayos de sol.
La pequeña se levantó del suelo y alzó sus brazos dando a entender que quería esa manzana. Las serpientes sin pensarlo, se estiraron hacia la rama de aquel árbol y agarrándose fuerte, tiraron suavemente de Medusa elevándola por los aires hasta dejarla caer con cuidado sobre el borde del ventanal para que pudiera coger aquella manzana. En cuanto lo hizo, se quedó impresionada al ver el color tan brillante de aquella fruta e iba a darle un bocado, cuando un pequeño ruido fuera de la ruina donde vivía la distrajo.
Desde arriba, pudo ver a un ciervo caminar junto a su madre. Esta le acariciaba la cabeza al pequeño y Medusa no pudo evitar no enternecerse ante tal acto de maternidad.
Se escondió lo máximo que pudo junto con sus amigas las serpientes para no asustarlos aún con la manzana en la mano, hasta que la pequeña tuvo una idea. Quería ver al pequeño ciervo más de cerca, así que mirando la manzana, decidió tirarla abajo sobresaltando al ciervo debido al ruido provocado por la fruta al caer sobre la hierba.
Este, se acercó con precaución y al ver la manzana, se acercó para olerla, Medusa, desde lo alto, se alegró al ver que el ciervo se acercó a la manzana. Su cuerpo estaba demasiado expuesto al exterior de la ventana y corría el riesgo de caer abajo, así que una serpiente se interpuso delante de ella al ver que corría peligro.

— Medusa, no debes asomarte demasiado — intentó sonar calmada, pero acabó regañándola por ello.

Medusa sin embargo, no prestó demasiada atención a sus palabras, ya que, en la oscuridad del bosque, vio un resplandor y al enfocar su vista, se dio cuenta que se trataba de un cazador; la punta de su lanza apuntaba hacia el pequeño ciervo.

—¡No! — gritó mientras alzaba la mano del impulso y al estar demasiado fuera de la ventana, calló desde lo más alto sobre la hierba.

Tanto el ciervo como el cazador, se impresionaron y sintieron curiosidad por saber qué era lo que cayó desde tan alto. El primero se acercó hacia ella y la olfateó, pero en cuanto Medusa abrió los ojos, el pobre ciervo asustado se levantó sobre sus dos patas traseras y se convirtió en piedra.
Medusa se asustó al ver lo que había hecho y se tapó los ojos, en cambio, una de las serpientes que ejercía como su madre, alertó a las demás y les ordenó que escondiesen a la pequeña, ya que al estar fuera, corría peligro. Obedeciéndola, la llevaron hacia la rama del árbol más cercano y la dejaron allí.
La madre del ciervo se acercó a su hijo y al ver que no respondía a sus caricias, comenzó a berrear entristecida. Medusa lo vio todo desde lo alto del árbol y miró entristecida la escena. Ella en ningún momento quiso hacerle aquello al pequeño y siendo consciente de su acto, prefirió no mirar. En cambio, el cazador que estaba allí presente lo vio todo y salió corriendo de allí sin hacer ruido.

MedusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora