3 de octubre de 2027
Por un instante, todo se congeló, o así lo vio Hugo. Fue un breve momento donde el panorama se detuvo o por lo menos se volvió sumamente lento. Recorrió con la mirada el lugar, deteniéndose en los pequeños detalles y dándole importancia a cada cosa que veía. No estaba seguro en qué momento sus ojos se llenaron de lágrimas.
Estaban en el jardín trasero de la Mansión Rosier, arreglada para la ocasión con decoraciones que combinaban lo antiguo y lo moderno. El césped estaba prolijamente cortado, había dos estatuas de mármol a unos metros de la entrada de la casa, una era de Juno, la diosa del Matrimonio, y la otra era de Venus, la diosa del Amor. Ambas estatuas de situaban en el comienzo de la alfombra roja, teniendo a los lados todo tipo de flores blancas y velas que levitaban cerca.
Había dos sectores de sillas, doce filas que contenían diez sillas en cada una, ocupadas por magos y brujas relacionados a la familia. En la primera fila, del sector izquierdo, los señores Rosier se encontraban sentados, a su lado su primogénito, Daniel, estaba con su esposa, quien sostenía a su hija de un año. Y ahí también estaba Rose, que se limpiaba los ojos con un pañuelo.
Hugo podía reconocer a la mitad de los invitado, y a varios de ellos solo les había hablado en dos o tres ocasiones como mucho. El resto eran conocidos de los Rosier que se relacionaban con ellos por ser parte de su círculo social. Aparte de Rose, de la familia de Hugo estaban sus abuelos: Molly y Arthur Weasley, pero sentados en la cuarta fila.
Él portaba un elegante traje negro, parado erguidamente se sujetaba de las manos, mirando al frente. A su lado, transmitiéndole apoyo moral, estaba Nathan, luciendo un traje parecido al suyo. Tras los dos, estaba el mago de ceremonias, con una expresión pacífica y tranquila en el rostro, con una suave sonrisa dibujada en sus labios. Todo el mundo, incluyendo a Hugo, miraban a la joven vestida de blanco que caminaba por el altar.
El tiempo avanzó habitualmente para Hugo en cuanto vio la sonrisa de Alexandria, que provocó un frenesí en su corazón.
La suave melodía de la marcha nupcial era lo único que se escuchaba mientras Alexandria avanzaba -sola, porque quería ese momento solo para ella- y Hugo no se daba cuenta que estaba dejando caer lágrimas. Ese día, el de su boda, era el más feliz de toda su vida. Cuando ella se encontró cerca, Hugo dio un paso y estiró su mano para tomar la suya y ayudarla a situarse delante de él.
—Hola —dijo.
—Estás llorando —observó ella, con una sonrisa temblorosa en los labios. Alexandria también tenía lágrimas en los ojos, que no dejaba caer con tal de no arruinar su maquillaje.
—Nathan está llorando —susurró Hugo, aligerando el ambiente. Los dos miraron con disimulo a Nathan, que se secaba los ojos cada cierto tiempo y hacía esfuerzo sin éxito de mantener una cara seria.
—Damas y caballeros —habló el mago de ceremonias, con voz alta para hacerse escuchar—, estamos reunidos hoy para unir a estos dos magos en matrimonio.
El mago siguió hablando, pero Hugo era incapaz de prestar atención a nadie más que Alexandria. Su cabello estaba sujeto en un elegante moño con un lazo de flores de tela sujetándolo. No usaba velo, así que podía admirar su rostro: sus ojos celestes destacaban por el delineador negro que usaba, los labios estaban pintados de rojo y tenía las mejillas ruborizadas. El vestido que usaba era de lo más costoso y fue hecho en París, el corsé tenía decoraciones de piedras violetas y la falda portaba tantas capas que una parte tocaba el suelo. Lo único que llevaba como accesorios era un brazalete blanco y su anillo de la familia Rosier.
A los ojos de Hugo, era la chica más hermosa del mundo.
—Y ahora, el novio dirá algunas palabras —anunció el mago de ceremonias, volviendo a Hugo a la realidad.
Hugo tragó saliva, acomodando las palabras que había estado ensayado los últimos días, sintiendo como todos los invitados lo miraban. Alexandria le dio una sonrisa para darle ánimos.
—Te conocí cuando tenía once años —Hugo se interrumpió a sí mismo para carraspear, tenía la voz ahogada y rasposa por los nervios—. Recuerdo haber estado asustado y nervioso por lo que me esperaba, me sentía solo en un castillo con mil personas, había pérdido todo el día anterior y creía que pasaría el resto de mis vidas en soledad. Pero apareciste, hablando sobre estereotipos y Casas de Hogwarts, y empecé a dejar de sentirme tan solo.
»No sabría decir cuándo empecé a gustar de ti, pero sé cuál fue el día en el que me di cuenta. Tengo la marca en mi piel, la fecha de ese día, y darme cuenta de cuánto me gustabas fue uno de mis mejores momentos, aun cuando me asuste por lo que sentía. Me diste una oportunidad cuando no podía darte la certeza de cumplir tus sueños, te arriesgaste porque confiabas en mí y cada día lo aprecio. Y le doy gracias a Merlín por haberte revelado lo que sentía y no haberme perdido la oportunidad de estar hoy contigo aquí.
»Fuiste mi sostén cuando lo necesite. Me escuchaste hablar del mismo tema cuando necesitaba desahogarme y jamás me juzgaste. Me diste un lugar en tu vida y en tu familia, y a veces siento que nunca podré pagártelo. Tengo diecinueve años y en ningún momento sentí dudas sobre esto, sé que habrá gente que diga que nos apresuramos, pero yo sé que amo y nunca dejaré de hacerlo. Porque si ellos supieran, sintieran, cuánto te amo.
Alexandria se llevó una mano a la boca, amortiguando su sollozo, pero por los ojos se le iban escapando las lágrimas. Aún con el maquillaje corrido, Hugo la seguía considerando bella.
—Muy bien. Prosigamos —dijo el mago de ceremonias—. Alexandria, entrégale el anillo de tu familia y di los votos del anillo de la novia —Ella asintió y se quitó despacio su anillo, luego lo dejó sobre las palmas abiertas de Hugo con las manos temblorosa y sin soltarlo.
—Yo, Alexandria Rosier, te entrego a ti, Hugo Weasley, el anillo de mi familia, los Rosier, como símbolo de entrega hacia a ti y a tu familia —dijo, con voz clara y firme—. Te doy este anillo como muestra de mi amor y fidelidad hacia ti.
De la varita del mago de ceremonias salió una llama dorada que rodó las manos unidas, provocando un suspiro entre los invitados.
—Ahora, Hugo entrégale el anillo de familia Weasley a Alexandria y di los votos del anillo del novio.
Hugo asintió, guardó el anillo de la familia Rosier en su bolsillo y de ahí sacó uno igual al que Colton Rosier le había regalado hacia unos años. Tomó con cuidado la mano izquierda de Alexandria y acercó el anillo al dedo anular de ella.
—Yo, Hugo Weasley, te entrego a ti, Alexandria Rosier, el anillo de mi familia, los Weasley, como símbolo de aceptación a mí y a mi familia —Colocó el anillo con cuidado con una sonrisa temblorosa—. Te doy este anillo como muestra de mi amor y fidelidad hacia ti.
De nuevo salió una llama de la carita del mago de ceremonias, entonces él siguió hablando, sobre que les esperaba un buen matrimonio, pero Hugo, tomado de las manos de Alexandria, no podía dejar de mirarla y sonreírle. Alexandria, con una sonrisa enorme en la cara, con su vestido de novia y el anillo en su dedo anular, era la imagen que quería conservar durante el resto de sus vidas.
—Yo los declaro marido y mujer —anunció el mago, dando un paso atrás—. Puede besar a la novia.
Mientras se inclinaba para besarla, animado por los aplausos y exclamaciones jubilosas de los invitados, Hugo sintió como su muñeca izquierda quemaba y supo que una marca estaba apareciendo, tal y como supuso. No hacía falta verlo para saber que los números romanos III X MMXXVII habían aparecido, haciendo notar ese día como uno importante. Le bastó ver la expresión de Alexandria para saber que ella también le estaba apareciendo una marca y Hugo, antes de cerrar los ojos y besarla, llegó a notar que le había salido justo en el mismo lugar que él.
Justo en la muñeca con la vena que iba directo al corazón.
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Recuerdos en la piel
FanfictionHISTORIA GANADORA DE LOS WATTYS 2019 Se dice que todos los magos al morir tienen al menos veinte fechas tatuadas en su cuerpo. Pero Hugo fue la excepción a la regla teniendo únicamente doce marcas de recuerdos en la piel.