octava marca

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28 de julio de 2032

Los últimos meses Hugo había intentado llegar temprano a casa

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Los últimos meses Hugo había intentado llegar temprano a casa. Sabía que aquello podría provocar un inminente despido, pero también sabía que su esposa lo necesitaba. Las comunidad mágica francesa no era piadosa o compasiva con los extranjeros y ya era un milagro que a Hugo, siendo británico, le permitieran trabajar en el Ministerio de Magia de Francia. Irse antes de lo que debería lo ponía en riesgo de desempleo.

Pero él tenía que estar con Alexandria, ya que Hugo tenía la sospecha de que su mujer estaba desarrollando una enfermedad muggle: la depresión. Desgraciadamente, los magos no estaban familiarizados con aquel trastorno y no podían tratarlo, tampoco era opción llevarla a algún hospital muggle, Alexandria se negaría, tal como negaba padecer depresión. Para ella, la simple idea de tener una enfermedad muggle era intolerable.

Hugo repasó el compartimiento de su esposa las últimas semanas. Se la pasaba en la cama, incluso había empezado a desayunar y almorzar allí -ignorando sus modales-, y solo iba a las cenas en el comedor por él, generalmente con una expresión de fatiga. Había perdido el interés en varias cosas, como tocar el piano en el salón de invierno o salir a comprar a la Calle Claude, y ella sí que amaba comprar nuevos vestidos aunque no usaría hasta dentro de mucho. Y lloraba, Hugo había visto impotente como se encerraba en el cuarto del baño para llorar, y al vivir en la Mansión Rosier y Alexandria siendo la que nació en el seno de la familia, ni la magia de Hugo podía hacerle frente a la magia de la casa controlada por ella, por lo que no podía abrir la puerta.

Sabía la razón de su actual estado: Alexandria no podía quedar embarazada. Cuando se casaron a los diecinueve años, se esperaba que pronto tuvieran hijos, concretamente los Rosier y sus allegados esperaban que Alexandria quedara embarazada en la luna de miel. Mas Hugo había conseguido convencerla de que podían esperar un tiempo más; él no se arrepentía de casarse joven, pero no se veía siendo padre a esa edad, y Alexandria, a regañadientes, aceptó. El plan era instalarse en Francia, que Hugo terminara sus estudios en leyes mágicas y que consiguiera un puesto en el Departamento de Leyes Mágicas del Ministerio de Magia Francés, lo que había sido sin duda lo más difícil.

Hacia más de dos años había entrado en el Departamento y se había hecho notar, Hugo sabía que ya tenía a una parte de la comunidad mágica francesa de su parte, por lo que pensó que ya era momento de agrandar su familia. El problema fue que habían estado intentando tener un hijo desde hacia seis meses y seguían sin tener éxito, y Alexandria se echaba la culpa por el fracaso.

—¡Si fuera una buena esposa, no estaríamos pasando por esto! —había sollozado hacia dos meses cuando Hugo intentó decirle que no era culpa de nadie—. ¡Si fuera una mujer perfecta, te daría un hijo! Lo siento, lo siento, no sirvo para esto.

—Cariño, no me importa —le dijo, avanzando con cuidado hacia ella, tratándola como si fuera un animal que ante el mínimo movimiento se alteraba—. Yo podría ser el problema. No es tu culpa. No pienses en eso.

Recuerdos en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora