2. La prostituta

2.5K 230 117
                                    

Una motocicleta negra entró a velocidad y en silencio por un callejón y se estacionó frente al acostumbrado local adornado con llamativas luces neón.

El conductor bajó de la moto sin quitarse el casco, completamente negro, y entró al lugar.

Dentro, las luces neón le dificultaron la vista, pero no se descubrió. Chicas hermosas iban de un lado a otro bailando, dándole sonrisas sugerentes o atendiendo a sus propios clientes.

Avanzó a paso lento buscando la característica cabellera ceniza de Yolotl Rey.

Sintió el roce de una mano femenina en su espalda y se volvió.

La mujer más hermosa que había visto en su vida apareció frente a sus ojos. Sus cejas fruncidas lo hicieron sonreír.

-¿Qué haces aquí otra vez?

Tomó su brazo y lo guió escaleras arriba. Pasaron por un largo corredor saturado de gemidos fingidos y exagerados que salían de las habitaciones a los costados. Llegaron hasta la última habitación y entraron en ella.

Dentro, la mujer se sentó en la cama y fulminó con sus ojos añil a la imponente figura negra en medio del cuarto.

-¿A qué vienes? Si alguien te reconoce, me vas a espantar clientes.

El motociclista finalmente se quito el casco y reveló una masa de rizos vivaces acompañados de una gran sonrisa.

-Creí que te gustaba que viniera, Yolotl.

-Sí, de vez en cuando. ¡Es la segunda vez esta semana!

El chico se sentó en la cama y sacó un cigarette.

-Hey, ya sabes que no me gusta que fumes aquí, Aristóteles.

Apagó el cigarette contra las sábanas roídas, haciéndoles un agujero ardiente.

-¡Oye!

-Vuelve a llamarme así y el próximo te lo pongo en la cara.

Ella alzó una ceja, ni un poco intimidada. Sabía que él nunca la lastimaría, lo conocía desde que eran niños.

Yolotl Rey era su mejor amiga, casi su hermana. La había conocido cuando tenía catorce años y la dueña de un burdel lo había contratado junto Bruno y otros chicos para instalar mangueras de luces neón dentro y fuera de su local.

Él estaba llevando las mangueras al interior cuando la vio: un hombre arrastraba a una chica llorosa.

-¡Ya deja de llorar! Tú - señaló a Aristóteles- ve por tu jefa, dile que le traje a la chica Rey.

Ari se quedó ahí parado sin saber que hacer. Claramente, la chica no quería estar ahí.

-¿Estás bien? -le preguntó ignorando al hombre.

Sorprendida, ella asintió.

-¡Muévete, niño!

Ari fue en busca de la mujer pero ella ya venía. La dueña se acercó y tomó entre sus largas uñas la cara de la chica.

-¿Cómo te llamas?

-Yolotl Rey.

-¿Sabes a que vienes?

Asintió llorosa.

-A trabajar.

-¿En qué?

-Aquí...

-De qué, quiero que lo digas.

Un sollozo escapó de su garganta.

-Como... prostituta.

Asesino enamorado || AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora