espejo.

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Al volver de la cafetería, llegue a casa, y me metí en la cama. Hacia mucho tiempo que no dormía más de cinco horas. Estudiaba demasiado. En los momentos en los que podía pararme un segundo a pensar, pensaba en el espejo, me veía reflejada desde la cama, por eso siempre dormía dada la vuelta. Tenía suficiente con torturarme observándome de día como para también hacerlo de noche.
De pequeña recuerdo ser muy feliz, era risueña, como ahora, todo era fácil. A medida que fui creciendo, la inseguridad y el perfeccionismo lo hicieron conmigo, arraigando profundamente en mi corazón, tanto, que en algunos momentos no me soportaba a mi misma. Era como si flotando desde una nube me mirara con detalle, y no me gustaba lo que veía. Muchas veces sentía que el mundo me hacía un favor dejándome vivir en el, me sentía muy pequeña, como si todos tuvieran derecho a pisarme, y si no lo hacían, debía estarles agradecida. Mi existencia merecía una disculpa.
En el espejo veía mi rebelde pelo rubio, ojos verdes, pecas, y oscuras y profundas ojeras. No me gustaba nada de eso. Veía mi cuerpo, pequeña, siempre me habían dicho que era delgada, pero a mi no me gustaba.
Yo pensaba que se podía vivir así, evitando los reflejos, pero había días que me daba cuenta de que me costaba querer a los demás y me preguntaba si era porque  todavía no había aprendido a quererme a mi misma.
Y tenía miedo, miedo de nunca hacerlo

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