TEMO

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Luego de ver como Polita lo sacaba del departamento, jalándolo por su oreja, no le quedaba duda de donde sacaba Ari lo impulsivo.

Se había encerrado en la que al parecer sería su nueva habitación. Está era algo lúgubre, llena de muebles viejos, cubiertos con manteles blancos de encajes. Tal vez y solo tal vez Doña Imelda le permitiría cambiar un poco la habitación, si su estadía con ellas se extendía más de lo planeado.

Estaba tirado en el mullido colchón pensativo, mirando al techo, inquieto; tenía sentimientos encontrados, definitivamente no quería que regañarán a Ari por su culpa pero por otro lado, no podía negar el enorme sentimiento de satisfacción que sintió al ver como Polita lo jalaba de la oreja; sin poder evitarlo una sonrisa se dibujó en sus labios.

En esas cavilaciones estaba cuando sintió la puerta de la habitación abrirse, miró hacía ella y lo encontró, inmóvil como una estatua, intentando cubrir su oreja, extremadamente roja, con una mano; sin saber si entrar o que hacer. Tenía esa estúpida cara sin expresión puesta como una máscara, de verdad comenzaba a odiar que lo mirase con ella.

--¡Oh, eres tú! ¿qué quieres?-- aquello, sin duda, no se lo esperaba, con esas simples cinco palabras había logrado su objetivo, Ari había dejado caer la mascara y su cara de sorpresa era digna de enmarcar.

--Temo... yo...-- titubió un poco.

--Mira Aristóteles Córcega-- sin duda eso lo había terminado de aturdir, desde que se conocían era la primera vez que Temo lo llamaba por su nombre completo; su cara había pasado de la sorpresa al miedo en segundos. Temo, había probado por primera vez, que se sentía tener el control  y no lo iba a entregar tan fácil. --¿tan difícil era decir: Lo siento, Temo, pero no puedo corresponderte. Yo no soy gay?-- pudo ver en los ojos de Ari, un destello de arrepentimiento. Sin duda eso tampoco se lo esperaba.

--¿Vas a dejar que hable?-- intento sonar seguro y reponerse al efecto que Temo ejercía sobre el.

--¡NO!-- alzó la voz --Aristóteles, si a nacido de ti, venir a hablar conmigo, esta bien te escucharé pero si Polita te obligó a venir, no quiero oírte.

--Temo...

--Cuauhtémoc-- lo interrumpió nuevamente --Temo, sólo me dicen mis amigos y mi familia, y esto-- se señalo el morado en su mejilla --me dice que tu y yo ya no lo somos.

--¡Esta bien... Cuauhtémoc... sabes que... olvídalo, la neta, si, si vine obligado por mi mamá!-- intento decir sin que se le quebrara la voz.

--¡Entonces lárgate, qué sigues haciendo aquí!-- gritó Temo, mientras, lo miraba fríamente.

Aristóteles, no lo dudo y cerró la puerta antes de ir por el pasillo para salir de ese departamento de locos.

Temo, no espero que Aristóteles regresara, sabía que no lo haría, si en algo pecaba su ex amigo era en ser demasiado orgulloso; al verlo cerrar la puerta, se levantó y le puso seguro a la misma. Sólo en ese momento se permitió llorar, haberle hablado así a Aristóteles y evitar dejarse llevar por el llanto era, sin duda, lo más difícil que había tenido que hacer hasta ese momento.

Lloró por un rato, antes que los gritos de alguien en la sala llamaran su atención. Se secó las lagrimas y se dispuso a salir. Sin duda él era el motivo de aquella discusión.

Todos hablaban a la vez, todos opinaban y al final ninguno escuchaba. El único que gritaba era Audifaz, que con un dedo acusador, pregonaba amenazas de condenación eterna para toda la familia, si seguían con la pérfida idea de apoyar la inmoralidad y la desviación del joven López. Por lo menos delante de su madre ya había dejado de decirle "rarito".

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