EPÍLOGO

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Ha pasado un año desde que el pendejo de Aristóteles volvió a dejar caer el pastel, no les voy a negar que tuve a punto de cancelar todo tras ese incidente y regresarme a Toluca, o sea, era mi pastel, el que por fin iba a poder degustar. ¿Me entienden? Al final me convenció de bajar por donas a la panadería y no pude evitar sentir que estaba viviendo la misma historia pero con ciertas variaciones.

--¡Esta vez quiero hacer las cosas bien! --me dijo Ari sacándome de mis pensamientos sobre tiempos cíclicos y la inevitabilidad del destino. Tomó mi mano libre y así, con los dedos entrelazados, bajamos las escaleras, salimos a la calle y caminamos orgullosos de ir así, tomados de la mano, a pesar de las miradas incomodas de las personas que habían esa tarde a nuestro alrededor.


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E

l lugar que habíamos elegido para celebrar nuestra boda fueron las playas de Guatulco, bueno yo le sugerí sutilmente a Ari celebrarla allí, a lo que acepto luego de castigarlo un poco --¡No es justo que me chantajes con sexo, Temo! --protestó luego de dos días en los que no le permití tocarme.

Desde la noche anterior ni Diego, ni Luka y ni hablar de las mujeres de ambas familias, nos permitían a Ari y a mi vernos, tenían la firme creencia que hacerlo traería una serie de infortunios a nuestro matrimonio, si me lo preguntan a mi, mi cuota de infortunios ya se encontraba a tope desde antes de regresar de Francia. ¿Qué podría salir mal en nuestro día?...

...Ok, lo acepto, no debí de haber hecho esa pregunta, pues, resulta que como si fuera una de las bromas pesadas de Doña Imelda, el cielo se dejó caer con fuerza aquella tarde, Aris y yo tuvimos que permanecer casi dos horas encerrados en nuestras respectivas habitaciones, Papancho a esas alturas de nuestras vidas y a poco de cumplir los treinta, aún nos quería "chiflando y aplaudiendo" y nos hacía dormir en habitaciones separadas, algo innecesario si obviamos el hecho que desde nuestro reencuentro en Oaxaca no sólo estábamos viviendo juntos en el apartamento de Susanita, sino, que dormíamos juntos en la misma cama, con todo lo que implica y significa "dormir juntos en la misma cama," bueno también lo habíamos hecho en la sala, en el baño, sobre la mesa del comedor y una vez hasta en la azotea sobre la banca donde nos sentábamos a conversar en las noches, cuando aún no existían bancas malditas en un parque de Oaxaca, golpizas en los baños del colegio, adicciones, épocas de "estropicio" y falsas defunciones.

En Guatulco, la historia no había variado mucho, con tantos rincones solitarios en el hotel y lugares aún más privados en sus alrededores, Ari y yo nos habíamos vuelto profesionales en encontrar la forma de esquivar la férrea vigilancia a la que nos tenía sometidos mi padre y terminábamos disfrutando de nosotros donde hubiera la menor oportunidad.

El día de la boda y debido a la lluvia impertinente, mi saco se encontraba colgado aún en su percha dentro del closet, la corbata que había sido anudada y desanudada en varías ocasiones, tirada en una silla y mi cuerpo yacía sobre la cama de mi habitación, me encontraba frustrado por la imprevista lluvia que amenazaba con arruinar nuestros planes, a veces, muchas veces, había pensado que Dios, el destino o tal vez una mezcla de ambos se oponía de manera rotunda a que Aristóteles y yo estuviéramos juntos y fuéramos felices, ya habían sido muchos obstáculos que habíamos tenido que sortear, tanto juntos, como de forma individual, para llegar a este día.

Como si hubiera podido leer mis pensamientos pesimistas, Aristóteles llamó a mi teléfono, la única manera que teníamos permitida para estar en contacto ese día, antes de la boda --Pronto va a escampar --me dijo en cuanto contesté, como si fuera capaz de adivinar que precisamente en ese momento esas eran las palabras que necesitaba escuchar, mi boca dibujó una animosa curva hacía arriba tras escucharlo --así sea a media noche, hoy nos casamos --y tomé sus palabras como una promesa, una de las tantas que me había hecho a lo largo del año de espera.

Se podría suponer que el año de espera fue por la organización previa a la boda pero eso sería estar en una gran equivocación, la única razón por la que la boda fue aplazada una y otra vez hasta llegar a esta fecha fue la grabación de la película en la que Ramiro y Aristóteles eran protagonistas. Luego que el padre de Ramiro, un importante productor del país, descubriera a Aristóteles y el gran parecido que compartía con su hijo y el cual todos parecían encontrar en ellos dos y que ninguno de nosotros cuatro parecía poder ver.

Eran grandes diferencias tan obvias que nos parecía ridículo a Diego y a mí que el resto de las personas no las pudieran notar.

Por ejemplo, mientras que los rizos de Ari se torcían hacia la derecha, los de Ramiro lo hacían hacía la izquierda; los dientes de conejo de Ramiro eran prácticamente parejos, mientras que uno de los de Aristóteles estaba astillado en una esquina, después de sufrir una caída a los doce; los ojos café de Ari eran ligeramente más claros que los de Ramiro y a demás el iris derecho de Ramiro tenía una peculiaridad, una pequeña mancha verdosa que se hacía más intensa según las fases de la luna. Como dije, diferencias  obvias que no entiendo como era posible pasarlas por alto.

En fin, la película era una reinvención del "Príncipe y el mendigo" de Mark Twain y la Usurpadora y tanto Ramiro como su padre estuvieron meses insistiéndole a Ari para que compartiera créditos. Terminó por aceptar tras dos meses de acoso, no porque estuviera convencido, si no, para que padre e hijo lo dejaran en paz.

--Lo siento, cariño --comenzó disculpándose Aristóteles aquella video llamada donde me diría que tenían que volver a grabar todas sus escenas y yo lo tendría que esperar por más tiempo de lo previsto --el papá de Ramiro dice que él no sabe interpretar un personaje antagonista --dijo en tono de burla y pude escuchar la protesta de Ramiro --por lo que cambiaremos los papeles, tengo experiencia lidiando con psicópatas --explicó --sólo tengo que imitar a esas "estúpidas sabandijas --bromeó, imitando el tono y la postura arrogante de Ubaldo Ortega y la soberbia de Michael.

Luego vinieron las giras, las firmas de autógrafos, las entrevistas, el shippeo con su coprotagonista que habían creado los fans tras notar la enorme química que parecía haber entre ellos --el papá de Ramiro nos pidió que fingiéramos tener una relación para mantener contentos a los fans --confesó Ari apenado durante otra video llamada --tanto él como Ramiro y yo, nos negamos a ese plan --se apresuró a decir en cuanto me vio entrecerrar los ojos y guardar silencio después de escuchar tan "agradable" noticia --en una semana regreso a Oaxaca --dijo de inmediato pero seguí guardando silencio --cuatro días, no, tres, en tres días estoy allá, te lo prometo --sólo sonreí y di por finalizada la video llamada.

Aristóteles regresó dos días después, con un pastel de chocolate y mil leches como pipa de la paz. En realidad no me importaba si hubiera regresado al día siguiente, en una semana como era su plan en un inicio o en un mes; confiaba demasiado en él como para enojarme por un estúpido plan ideado por una persona ajena a nosotros, aunque tampoco se lo diría, también lo conocía demasiado como para saber que si un día tan sólo se le cruzaba por la mente la idea de ser infiel, ese día llegaría de rodillas a pedirme perdón y totalmente desecho, por según él, haberme fallado.

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