ARQUÍMEDES

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Ocho años después...

Eres un imbécil!! --escuchó el niño gritar a su hermano mayor desde su habitación. Aristóteles tenía dos semanas de haber llegado de ciudad de México y ya lo había escuchado discutir con su pareja en distintas ocasiones, a lo largo de esas semanas, pero esta parecía ser la definitiva por el tono y las palabras que cada uno de ellos vociferaba.

De todas las malas decisiones que su hermano había tomado, la única que para opinión de su madre y que no dudaba en remarcar como un verdadero error cada vez que se daba la oportunidad, era que su hijo aceptase ser novio de alguien sin estar enamorado, no, sin sentir algo verdaderamente genuino hacia esa persona.

--Lo siento cariño, no quise decir eso. ¡Entiéndeme! --escucharon decir al otro chico en el interior de la habitación.

Arquímedes, que había dejado de hacer su tarea para prestar atención de lo que hacía su madre, sin levantarse de la mesa; la vio acercarse a la puerta de la recamara de su hermano y apoyar el oído en ella.

A sus once años no entendía, ni quería entender nada sobre el amor, de solo ver el drama que vivía su hermano mayor en tan sólo dos semanas, sumado a la trágica historia que le había tocado vivir ocho años atrás y de la que él conocía gracias a los pequeños fragmentos que había logrado escuchar conforme crecía,  porque aún era muy pequeño para recordar lo que había ocurrido aquella vez y que ahora conformaba parte de la historia oscura de la ciudad. Las únicas referencias que tenía de la apariencia del que hubiera sido su cuñado, era la pequeña foto enmarcada que su madre tenía junto a las fotos de su abuela y sus dos tíos muertos, y la foto que conservaba su hermano en la habitación, ambos lucían felices, podía notar en los ojos de su hermano verdadera felicidad, felicidad que no recordaba haber visto desde ese entonces.  

Todo aquello lo habían llevado a la resolución que mejor era quedarse soltero. Tal vez más adelante, conociera alguna chica que lo hiciera cambiar de opinión, mientras tanto, se dedicaría a disfrutar de la vida.

--¡¡Que no me digas cariño, odio que lo hagas!! --volvío a elevar la voz su hermano que de seguro estaba con los ojos cristalizados por encontrarse verdaderamente furioso; en cambio, su madre lucía una enorme sonrisa en su rostro. Si no fuera por que sabía que su madre era incapaz, sospecharía que ella tenía algo que ver con respecto a esa discusión; no tenía nada contra el joven novio de su hermano como lo había asegurado en más de una ocasión su madre pero si se oponía a la relación algo forzada que ambos compartían, porque no era un secreto la manera como todo se dio entre ellos dos, cuando el muchacho regreso de España con la obvia intención de emparejarse con Aristóteles.

--¡La última vez que te llamé así no parecía que lo odiaras! --replicó con el mismo tono y Arquímedes no pudo hacer más que creer que o su cuñado era enormemente valiente o su lengua no hacía contacto con su cerebro, tenía once años pero tenía cierta idea de que era seguro decir y que no en una discusión y su cuñado acababa de cavar su propia tumba.

--¿No tienes que ir a visitar a tu madre, debe de estar extrañándote? --que poco sutil podía llegar a ser su hermano cuando se enojaba.

--La visité ayer Aris. ¿Qué tiene que ver Cata, con esto? --definitivamente su cuñado no era tan brillante como aparentaba.

--¡¡Que quiero que te largues de mi casa!! --observó como su madre hacia un gesto de triunfo con su mano derecha y no pudo dejar escapar una pequeña sonrisa.

--¡Pero, pero! --la cara de su cuñado tenía que ser un completo poema, al escuchar como su hermano lo echaba del departamento.

--¡Ahora! --dijo, dando por terminada la discusión.

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