JULIO

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Temo se extravió en aquel parque, en medio de su delirio de hadas de colores que cubrían con roció el césped y danzaban entre arbustos en flor y charcos de agua; de hongos vestidos de charros, con amplios sombreros, que bailaban entre ellos "La Cucaracha"; delirios de flores que llovían desde lo alto de un árbol danzante; de hipopótamos y elefantes que bailaban ballet; de avestruces y pavos reales, que bailaban "El Can Can"; todos al ritmo de una sinfónica conformada por flamencos y garzas, y que eran dirigidos por un viejo zorro; donde habían pegasos, y ninfas que huían coquetas de sátiros libidinosos; donde habían dioses en las nubes, que rasgaban el cielo con la furia de sus rayos y donde desde el interior la tierra surgía un demonio de ojos verdes que lo perseguía para devorarlo.

Justo en ese momento inició en Oaxaca, el periodo que Julio López llamaría, la época del "estropicio". Comenzó como un crujir en las puertas y días más cortos, como si alguien le hubiese robado minutos a las horas.

--Es cierto, Lupita, hoy anocheció más temprano-- decía el niño a su melliza, intentándole explicar por que aseguraba que algo andaba mal en la ciudad.

Poco a poco se hizo a la idea de que los minutos perdidos estaban irremediablemente perdidos y no había forma de regresarlos a su lugar pero el crujir de las puertas, a lo que se sumó el zumbido en la madera, no le dejaba concentrarse y aún así nadie en el edificio parecía prestarle atención.

Una semana después, llegaron las hormigas, en su invasión silenciosa y de la que nadie pareció importarle, excepto a Julio que dejó de jugar por las tardes para apostillarse en la escalera para así evitar que estas subieran, las barría pero cuando vio que aquella medida no servía, les empezó tirar agua, hasta el día que casi hace resbalar a Polita, incluso, llegó a fumigarlas pero todo esto sólo hacía retrasarlas, en la noche, cuando el niño debía ir a dormir, regresaban nuevamente con su disciplina marcial, una de tras de la otra, en una fila interminable, como soldaditos que marchan a la guerra.

Venían de fuera de la ciudad, caminaban de noche y de día, subían en las aceras, siempre pegadas al borde de los edificios, algunas entraban en las puertas, mientras, el resto seguía su silencioso peregrinar. Las vio venir desde el "Tule", una mañana de domingo que Pancho los llevo a caminar al parque; bordeaban las raíces enormes del gran árbol, cruzaban las calles gracias al tendido eléctrico, giraban a la izquierda en la esquina de la panadería y subían las escaleras, repartiéndose así en cada uno de los departamentos. Tanto a los habitantes del edificio, como a los habitantes de todo Oaxaca no parecía importarle que en secreto fueran invadidos por esos diminutos insectos.

--¡Se lo dije!-- afirmo Julio, la primera vez que escuchó a Pancho rabiar, por que las hormigas atacaban todo lo que fuera comestible y estuviera más de cinco minutos sobre los mesones de la cocina. Para luego salir al pasillo a jugar con Dave, y Sebas que aquella tarde había ido de visitas al edificio.

En el edificio, sentarse a la mesa y comer tranquilamente se convirtió prácticamente en un logro difícil de alcanzar, mientras, que en la panadería, se metían en los sacos de harina, por lo que tuvieron que aprender a comer pan de hormigas, como Pancho lo promocionaba para poder venderlo, era tal su voracidad que devoraban el pan sin importar que este acabara de salir del horno.

Tiempo después llegaron las polillas, que devoraban los muebles y la ropa. Después, las arañas que cubrían todo con su tela, como si velos mortuorios se tratasen, una de sus victimas preferidas era Doña Imelda, que ahí donde el sueño la alcanzara, era cubierta por ellas como mueble viejo; incluso, los fantasmas de Doña Blanca y Don Eugenio parecían más viejos y apolillados. Miraban con tristeza a su pobre hija Linda, que con todas sus fuerzas, luchaba contra el avance implacable del "estropicio".

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