TIMOTHÉE

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Había pasado la noche completa teniendo sexo, no, haciendo el amor con una persona que a penas y conocía, no era el primer chico con el que tenía sexo casual, ni el primero que colaba en su piso sin que Gastón lo descubriera, tampoco es que tuviera mucha suerte para lograr ligar con algún chico que le gustase, a fin de cuentas, el bastón, durante sus salidas, dejaba de servirle de apoyo para convertirse en un especie de espantapájaros que mantenía alejados a la mayoría de los chicos que le atraían.

No fue así con Aristóteles, que ni si quiera se había molestado en preguntarle por el pedazo de madera negra decorado con hermosas incrustaciones de plata y coronado con la fiera cabeza de un león en el mango, símbolo de la familia de su padre según le había contado su madre. No sólo había terminado en la cama con el mexicanito que ahora dormitaba sobre su pecho aun exhausto tras haberlo cabalgado con furia por largo rato hasta hacerlos acabar una tercera vez esa noche.

Sabía que había algo más que una simple atracción física, lo notó la primera vez que lo vio, no sólo eran sus ojos, si no, todo que anhelaba verlo. No fue amor a primera vista, la sensación fue distinta, más bien, era como aquella que uno siente cuando se reencuentra con un ser querido luego de un largo viaje, esa sensación no dejó de aumentar conforme lo iba encontrando a lo largo del día en varios puntos de la ciudad, como si el destino en su interminable juego de ajedrez, terminara de colocar cada pieza en su sitio preparando el "jaqué mate." Esa sensación llegaría a su punto más alto cuando lo vio solo en la barra del bar intentando ahogar sus penas con el amargo sabor del tequila.

Lo primero que notó en él no fue su aroma a perfume costoso, ni el jabón de castilla con el que seguro se debía de bañar a diario o del champú con el que lava sus rizos oscuros, bajo toda esa capa de aromas existía algo más básico, un aroma que no sólo lo hizo erizarse al percibirlo por primera vez, si no, que se metió tan profundo en su ser que cada célula de su cuerpo lo reconoció como suyo, porque aquel chico no sólo olía a "Versace," castilla y menta; Aristóteles olía a pan recién hecho, óleos y trementina, y esos aromas le trajeron recuerdos que no podían ser suyos, recuerdos de un edificio descuidado, de caminos de hormigas que se extienden hasta el infinito y el recuerdo del aroma de la lluvia al caer incesantemente luego de un mes.

Estaba tan ensimismado en aquellos recuerdos imposibles que no se percató que Aristóteles había despertado y que jugaba con su cada vez más duro miembro, una vez más, no fue hasta que sintió la húmeda y suave caricia de su lengua recorrer su gruesa extensión que regresó a la realidad, justo en el momento indicado para lograr verlo a los ojos, a ese chico que en una noche lo había conquistado; se introdujo su grueso tubo de carne en la boca, hambriento, tierno y lujurioso como solo el podía lograr serlo. Humedeció con sus babas y sorbió con gula el líquido transparente que emanaba de la pequeña abertura en su punta. Lo hacía vibrar con cada movimiento de su lengua y su piel ardía allí donde lo tocaba. Con un lento movimiento felino se fue colocando de tal manera que sus nalgas quedaron al alcance de las manos de Timothée, que entendió en el acto lo que el Oaxaqueño deseaba que hiciera.

Llevó dos dedos a su boca y los humedeció un poco, para después dirigirlos a la entrada de ese chico que lo estaba torturando con su boca, la encontró cálida aun dilatada por las veces que lo había tomado con anterioridad, húmeda a causa de su semilla que aún permanecía en su interior, Aristóteles aún la conservaba como un tesoro del cual le era imposible desprenderse.

Los pequeños gemidos que Aristóteles dejaba escapar cuando Timothée acariciaba su próstata con delicadeza, provocaban que el miembro de Timothée endureciera cada vez más, se sentía arder y Aristóteles no era más que el combustible que lo mantenía así de caliente. Lo apartó de su pene con un movimiento nada delicado, consiguiendo un gruñido de protesta de parte del chico al verse privado de seguir mamando; tal fue su desesperación al hacerlo que tiró a bajo el portarretratos, el mismo donde salía junto a su madre y hermano frente a la Torre Eiffel, no le importó, luego lo pondría en su lugar, en ese momento, lo único que le interesaba era entrar otra vez en Aristóteles que lo miraba ansioso. Lo tomó con fuerza de su cintura y lo hizo colocarse en cuatro.

La imagen que quedo como resultado fue totalmente pecaminosa, su rostro y su pecho apoyados en el colchón, su espalda describiendo una peligrosa curva y su entrada húmeda, semiabierta, un poco roja debido a la fricción que había estado sufriendo aquella noche; las gotas de sudor cubriendo su agitado y vibrante cuerpo, los rizos alborotados sobre su frente y ese leve rubor en sus mejillas provocado por un pequeño destello de timidez al encontrarse en esa posición o provocado por la lujuria liberada en ese momento.

Se dispuso a entrar una cuarta vez en él y así recuperar todo el tiempo que sentía habían perdido estando separados. Colocó  su miembro en posición y no pudo evitar gruñir al escuchar el suave gemido de Aristóteles al sentirlo.

Fue entrando en él lentamente, permitiéndole sentir como lo hacía, centímetro a centímetro, como su cuerpo se acoplaba al suyo, y no sólo sus cuerpos, si no que sus almas se volvían uno.

Estaba por dar la primera estocada cuando la alarma de su celular comenzó a sonar y luego escuchó como su hermano llamaba a la puerta --¡Se te hará tarde Tée! --le advirtió como todas las mañanas.

Sintió a Aristóteles tensarse e intentar apartarse de él, seguro tenía que estar apenado y hasta asustado por ser descubierto en esas circunstancias pero Timothée lo mantuvo quieto, lo sujetó por la cintura con fuerza, enterrando sus dedos en sus pequeñas y paraditas nalgas. --¡Hoy no iré! --le contesto luego de unos segundos en los que intento normalizar un poco su respiración, a la vez que movía lentamente su cadera en círculos contra las nalgas de Aristóteles, provocando que hundiera su cabeza en el colchón, intentando amortiguar el sonido de los gemidos que con ese movimiento le hacía emitir.

--¡¿Seguro?! --preguntó sin poder ocultar el tono de malicia en su voz.

--¡Si! --respondió con la voz ronca por tanta excitación.

--¡¿Estas bien? Me preocupas. Sabes que puedes confiar en mi! --continuó impertinente.

--¡Todo esta bien! --dijo apretándose más contra Aristóteles, que lo sentía llegar a lo más profundo de sí, mientras que arrugaba las sábanas con sus puños, buscando contener el alarido de placer que nacía en su garganta.

--¡Dime algo! --insistió --¡¿Tengo que ayudarte a desaparecer un cadáver o sólo necesitarán una silla de ruedas para él?! --preguntó burlón.

--Con una silla de rued...¡ay!... ¡ay!... ¡ok, ok! ¡sólo apártate de la puerta maldito!

Lo escucharon reírse a carcajada suelta antes de advertirles que prepararía el desayuno y que los quería bañados y sin oler a sexo cuando se sentaran a comer.

Cuando entró al comedor, Gastón aun estaba de pie frente a la estufa, intentando hacer el menor ruido se sentó en la mesa, en el puesto que suponía desde niño había elegido como suyo, dejó a Aristóteles en el baño y él se había adelantado para preparar el terreno con su hermano.

--Se la pasaron muy bien esta madrugada. ¡eh! --le dijo sin voltearlo a ver.

--¿Tanto ruido hicimos? --pregunto algo abochornado.

--No me extrañaría si los cuerpos en las catacumbas salgan a protestar por el escandalo Tée --bromeo intentando quitarle tensión al asunto --¿Por lo menos se protegieron? --preguntó con el mismo tono que utilizaría su madre.

--¡Si! Por supuesto --mintió, ambos se habían dejado llevar por la excitación y habían olvidado aquella regla de oro pero eso sólo servía como excusa para la primera vez, las siguientes ya había sido simple negligencia por parte de ambos.

--¡Hola!  --escucharon decir tímidamente a Aristóteles, y Timothée se preguntaba dónde estaría el Aristóteles seguro de sí mismo con el que había llegado al departamento, en cambio un Aristóteles tímido se encontraba de pie en la entrada de la pequeña cocina, tal vez pensando si entrar o escapar de la misma forma como lo había hecho de el hotel; hubiera seguido inmerso en sus pensamientos si el sonido de un plato al quebrarse contra el suelo no lo hubiera hecho sobresaltarse.

--¡¡Putain, Gaston! ¡on dirait que tu as vu un fantôme!*

--¡Je suis désolé, ça m'a pris par surprise!** --respondió Gastón pálido al agacharse a recoger el tiradero que había provocado su descuido.

--¡No les entiendo! --protesto con una sonrisa algo incomoda el chico de rizos frente a ellos.

--Disculpa --dijo en inglés Gastón --pensé eras francés como nosotros --dijo tirando los trozos del plato a la basura.

--Gastón, él es Aristóteles, Aristóteles, él es mi hermano Gastón --los presentó con entusiasmo Timothée, mientras los veía estrechar sus manos.

El resto del desayuno lo pasaron entre bromas y anécdotas, hasta que Gastón se disculpó con ellos, puesto que se tenía que retirar para ir a laborar.

Pasaron el resto del día juntos pero no se quedaron en el piso de Timothée, hacerlo hubiera significado tener que comprar una cama nueva al terminar el día, por lo que salieron a caminar con la excusa de conocerse un poco más, aunque ambos se sintieran como si fueran viejos conocidos.

--¿En realidad crees en eso de la reencarnación y transmigración de las almas? --le preguntó Aristóteles curioso, había visto los numerosos libros que Timothée poseía en su librero y de los cuales la mayoría trataban sobre el tema.

--Pues, es un poco complicado de explicar --lo volteó a ver con esa hermosa sonrisa que le recordaba a Temo --la verdad si, a veces creo recordar cosas que no he vivido o simplemente me siento como si estuviera viviendo la vida de otra persona --sonrió apenado.

--¡Entiendo! --dijo luego de unos segundos de procesar esa respuesta.

--Debe ser común --dice luego de seguir caminando por aquel hermoso parque en silencio.

--No creo que sea tan común --tuvo que admitir Aristóteles.

--Digo, no recuerdo prácticamente nada de mi pasado después de mi accidente --se explicó y en ese momento pudo ver como Aristóteles detallaba por primera vez en su bastón.

--¡Oh! ¡Por eso el bastón! --dijo sorprendido por su reciente descubrimiento --¿qué te ocurrió? --preguntó con interés.

--Me estrellé mientras viajaba en mi moto, me fracturé el fémur, me golpee la cabeza y casi pierdo ambas manos --dijo, rebelando así las horrendas cicatrices en sus muñecas que trataba de ocultar debajo de sus innumerables pulseras. 

Ver lo así, mostrándole sus cicatrices en sus muñecas, le provocó un escalofrío y trajo a su memoria a un Temo pálido y cubierto de sangre, mostrándole sus muñecas laceradas.

--¡Lo siento! No debí de habértelas mostrado sin previo aviso, a veces olvido que puede ser un poco fuerte --se apresuro a ocultarlas de nuevo avergonzado, al ver lo impresionado que había quedado Aristóteles.

--Perdóname tú a mi --dijo tomando sus manos para besar sus muñecas, justo donde estaban sus cicatrices....

--¿Nos vemos mañana? --le preguntó Aristóteles temeroso de sólo ser un amante más en la lista de Timothée.

--¡Por su puesto! --respondió aliviado Timothée, que temía sólo haber sido un amante más en la lista de Aristóteles...

No sólo se vieron al día siguiente, si no que el resto de la semana lo siguieron haciendo, Aristóteles lo esperaba todas las tardes en el cafecito de la esquina, donde llegaba Timothée puntual, se sentaban a tomar café y luego a caminar por las calles parisinas.

Timothée se enteró del pequeño drama que armó Bruno el día de su rompimiento, de cómo intento victimizarse a tal punto de hacer sentir culpable a Aristóteles por las infidelidades cometidas por él. También estaba al tanto de la opinión que tenían sus dos amigos respecto a la relación que estaban comenzando a llevar. Incluso su hermano Gastón lo había intentado disuadir al respecto pero ya era en vano, tanto Aristóteles como él, habían tomado una decisión.

*****
Aristóteles terminó la semana conociendo Paris junto a Timothée, hechizado cómo se encontraba, olvidó por completo que había llegado a la ciudad junto a sus únicos dos amigos y su ahora recién expareja.

Pasar las tardes con Timothée lo hacían sentir de diecisiete años otra vez, así lo comprobó cuando fueron al mercado de pulgas y busco algunos juegos con la tonta idea de competir para ver quien pagaba los esquites, olvidando por completo que no estaban en su natal Oaxaca, ni tampoco que estaba junto a Temo.

Por más que intentara no ver a Temo en los ojos de Timothée siempre había algo en ese chico que lo hacía confundirlos. En ocasiones era su manera de poner los labios como un patito, cuando estaba muy concentrado, o la manera en como escondía su cabeza entre sus hombros y se tomaba un codo con la otra mano, incluso, utilizaba la misma entonación en su voz cuando lo regañaba por ponerse muy pesado.

Quería estar seguro que se había entregado a ese chico por las razones correctas. Que se había enamorado no por los recuerdos que representaba insistentemente, sino, por la persona que era. ¿Pero que pasaba si esa persona resultaba comportarse como el vivido  fantasma de uno de esos recuerdos?

El primer domingo de sus vacaciones en Paris amanecieron retozando tan fervientemente como lo habían hecho la primera noche que pasaron juntos.

--"Les iré a echar agua fría si no dejan de hacer tanto escándalo" --les gritó Diego desesperado desde su balcón a las cuatro de la mañana, abochornado y trasnochado por lo escandalosos que podían llegar a ser. Si hubiera sabido que su amigo seria tan fogoso y desinhibido a la hora de hacer el amor, jamás le hubiera insistido tanto en que dejara de ser virgen. Escucharlo pedir cada ingeniosa y, por así decirlo, bizarra nueva posición o nueva invención, lo hacía sentir que el sexo que tenía con Ramiro, a penas y era un juegos de jardín de niños.

Despertaron al medio día, la cabeza de Aristóteles sobre el pecho de Timothée y una pierna sobre sus caderas. El día estaba lluvioso y algo frío, una excusa de peso para quedarse en la cama dándose amor.

Pidieron de comer, dispuestos a no abandonar su desnudez y seguir retozando como dos cavernícolas en celo. Todo transcurría tal cual lo planeado, lo hicieron mientras esperaban que subieran lo que habían pedido hasta la habitación, desayunaron en cuanto lo llevaron y lo hicieron una vez más, luego de reposar, con el mismo brío y la misma pasión de la primera vez.

En un momento en el que Timothée se escribía con Lukas y Elliott poniéndolos al día con su vida, y Aristóteles conversaba vía video-llamada con su madre en el balcón. El primero escuchó el suave sonido de las teclas de un piano. Era una suave melodía que lo hipnotizó en el acto, tranquila y melodiosa como la corriente de un riachuelo en medio de un claro en el bosque. Cerró los ojos y se dejo llevar por las suaves notas a una tarde de suaves tonos amarillos y rojos, la cálida brisa de abril y el aroma a aceite de linaza y óleos, el frío tacto de las teclas de un piano y la agradable sensación de estar junto a la persona más importante de todo el universo. No era más que otro odioso recuerdo imposible, de una vida que no es suya, detesta sentirse de esa manera, los últimos cinco días se ha intensificado y la idea de que se encuentra viviendo una vida que no es la suya toma más fuerza conforme conoce y convive con Aristóteles.

--¿Ocurre algo? --le pregunta el muchacho al verlo perdido en sus pensamientos.

--No, nada, tranquilo, sólo me dejé llevar por el sonido de ese piano --respondió con sinceridad --suena cerca ¿no crees?

--Debe ser Ramiro componiendo alguna canción, no puedo creer que halla traído el teclado con él --dice incrédulo --deberíamos hacerle una visita, hace día no habló con ellos.

--¿No les molestará que yo vaya? --le preguntó poniendo los labios como pato --ni siquiera me conocen.

--No, claro que no, no tienen por que hacerlo --lo besó en la boca con ternura.

--Tenemos que bañarnos antes --advirtió --hueles a troglodita --se burló con una gran sonrisa.

--Tu olor se me debió de haber impregnado --contraatacó divertido --no te me despegas casi nunca.

Decidieron bañarse juntos con la excusa de ahorrar agua y tiempo, sólo fue una mala excusa porque terminaron haciéndolo en la ducha con las suaves gotas de agua acariciando sus cuerpos desnudos.

Casi dos horas después Aristóteles junto a un nervioso Timothée tocaban la puerta de la habitación  de Diego y Ramiro. 

Timothée incomodo no se soltaba el codo, la causa, la intensa mirada de Diego que lo miraba con insistencia e incredulidad. Lo vio tomar a Aristóteles del brazo y llevárselo hacía el balcón a trompicones, dejándolo con Ramiro que seguía abstraído en el teclado; presionaba algunas teclas y luego apuntaba algo en un cuadernillo con un lápiz.

--¿Sabes tocar? --le preguntó Ramiro luego de verlo mirar su teclado con suma atención.

--No --respondió decaído --siempre me llamó la atención y me hubiera gustado aprender a tocarlo.

--Ven, te muestro --se hizo a un lado y lo invitó a sentarse junto a él.

Más que una pequeña tutoría, Ramiro pretendía alardear sus dotes en el piano, gran equivocación al elegir una pieza algo complicada, intento una vez y falló, una segunda vez y volvió a fallar, a la tercera, desistió.

--Siempre te equivocas en el octava y décima nota --le señaló Timothée sin estar seguro de lo que decía --¿Puedo? --pidió permiso para intentarlo él.

Colocó los dedos en posición, tomo una bocanada de aire y lo liberó lentamente por su nariz e inicio, sus dedos se movían por si solos, recordando cada nota que seguía, golpeando cada tecla en el momento preciso, haciendo música por primera vez.

Diego y Aristóteles regresaron a la habitación atraídos por la melodía, esa melodía que traía recuerdos de una tarde cálida de abril, la primera vez que Temo tocó para él en la azotea, por que de todas las melodías que podía haber elegido Ramiro, decidió escoger aquella, esa misma que Aristóteles atesoraba como el mejor de los recuerdos.

En ese momento dejó de ser Timothée para ser Cuauhtémoc, su Temo.

  
NOTA01
La melodía que está en el multimedia es la que tocó Timothée en la ultima escena.

NOTA02
26/02/2020 Último capítulo.

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