Poisoned Apple

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Los siguientes siete días fueron divertidos y entretenidos: mientras los enanitos iban a trabajar por las mañanas y volvían por el atardecer. Jisung cuidaba de la casa y preparaba las comidas. Por la noche bailaban un poco o el pequeño Jisung les relataba historias y leyendas que en el pueblo circulaban.

El menor llego a fraternizar mucho con ellos. Gruñón ya no se quejaba tanto, e incluso dejaba que le diera un abrazo antes de ir a trabajar. Por dentro, Gruñon era muy tierno.

Un día realizaron un picnic lejos de casa, en un claro que conocían los enanos, fue una tarde maravillosa. Con muchas manzanas en la comida.

Jisung empezó a tener afecto a aquellos amables enanos que le habían acogido en su casa y compartían su tiempo libre con él. Llego a considerarlos una familia, y aquella casita en el bosque un hogar.

Pero la reina no descansaría hasta tomar su venganza, y pronto, su brebaje letal estuvo terminado. Sumergió una manzana roja en el caldero, envenenándola en un hechizo de sueño eterno.

Solo había un antídoto en su genial plan: Un beso.

Un beso de amor único y verdadero ropería el hechizo.

Pero la reina, confiada, se dijo a si misma que su único amor verdadero estaba enterrado en el jardín de palacio: su hijastro Mark.

Se colocó una capa oscura, se cubrió la cabeza con la capucha, tomo el cesto de manzanas anteriormente preparadas y bajo las escaleras hacia las catacumbas; una de las muchas entradas y salidas ocultas que había en el palacio.

Como un día normal al amanecer, mis queridos amigos se fueron a trabajar a las minas con un abrazo mío de despedida. Yo limpiaba la casa y cavilaba sobre que podría preparar de postre para la cena.

Oí pasos en la hierba del jardín y el sonido de un bastón los acompañaba, una anciana cubierta por una capa negra y un bastón en mano caminaba hacia la ventana por la que se podía ver el jardín.

— Buenos días niño, ¿querrías comprarle unas pocas manzanas a esta pobre anciana? —

Tenía el cabello gris ceniza, la barbilla salida, arrugas entorno a los ojos, frente y mejillas; poseía una nariz enorme con una enorme verruga a su lado. Su amable sonrisa no despedía maldad alguna.

Yo amablemente le respondí:

—Por supuesto, justo estaba a pensando en hacer pastel de manzana. —

—Muchas gracias, toma te regalo una. Cómela — me ofreció una manzana de un granate rojizo apetitoso.

Dude por un segundo pero la tome y le di un mordisco.

Había echado de menos su sabor. Era muy jugosa, no era ni demasiado ácida ni demasiado dulce. Pero tenía un sabor indescriptible, no era amargo pero me hizo hacer una mueca. Volví a mirar a la anciana y ella se veía borrosa, parpadee dos veces, pero cada vez mi visión era menos nítida.

Repentinamente mis piernas no pudieron soportar mi peso y caí al suelo como un cuerpo sin vida, me costaba respirar y lo último que me pareció era que el agua del río se oscurecía.

Un río con agua turbia, casi negra.

Y perdí la consciencia.

Winter - MarkSungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora