Capítulo 1

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Encuentro no planeado, pero afortunado.

Siempre pensé que el hecho de que las personas salgan de una relación e inmediatamente entren en otra, era sinónimo de debilidad, pues no tenían la capacidad de estar solos. Necesitaban estar junto a alguien para no sentirse, de algún modo, indefensos. Se asemejaba a una estrategia de protección, pues cuando te sientes débil — en este caso, solo — buscas a toda costa sentirte a salvo — en este caso, en compañía—

¿De qué modo aplico mi teoría en la pura realidad?

Mi hermana.

No hace mucho terminó con el que fue su novio durante poco más de un año y ahora yace en su apartamento de soltera totalmente destrozada, con un drama el cual no me gustaría presenciar y seguramente varias botellas vacías de cerveza esparcidas por el suelo, mientras que el otro ser comenzó hace un par de días una relación con un chica, o al menos eso vi que publicó en Facebook.

Ella tuvo días difíciles en su trabajo y no ha tenido tiempo de drenar su tristeza, rabia e impotencia como es debido, por eso, como buen hermano y pilar en su vida, pensé en lo típico luego de una ruptura amorosa: Helado y maratón de Netflix.

Su heladería favorita esta ubicada en el centro de la ciudad, a una hora de mi departamento. Si, algo lejos, pero vale la pena la hora de camino pues nada se compara con la comodidad del lugar en el que vivo a las afueras de la ciudad. Silencioso, en perfecta armonía y equilibrio con la naturaleza y sobretodo solo. Solo, sólo para mí.

Eran aproximadamente las ocho de la mañana cuando llegué al centro y casi me tiro al medio de la carretera para darle fin a mi vida, al recordar que la bendita heladería no abre sino hasta dentro de una hora.

Algo molesto por tener que esperar y sin tener derecho a otra opción, decido sentarme por ahí y aguardar.

Mis alternativas no son muchas: Un tronco de árbol en la esquina de la calle que funciona como asiento, los bancos de la pequeña plaza llenos de caca de paloma o las escaleras frente a la heladería.

Creo que me voy por las escaleras, digo, están perfectas y sobretodo limpias de excremento de ave, además de que tendría una vista excelente del negocio.

No suelo ser un persona distraída, normalmente soy muy centrado, astuto y atento, pero en esta ocasión iba ensimismado en mis pensamientos, tarareando la canción del comercial del nuevo chicle que vi en la televisión más temprano y que me sentía ajeno al mundo. Podía asegurar que mientras caminaba rumbo al lugar donde esperaría por la siguiente hora, estaba desconectado de mi realidad, no sólo rememorando la pegajosa melodía, sino que también pendiente de mis temas, como cualquier persona. Fue entonces que levanté la mirada y la vi.

Una chica.

Sentada en el lugar al que yo me dirigía.

Me detuve en seco, al pensar que mi presencia ahí podría incomodarla, pues se veía bastante concentrada escribiendo algo en un cuaderno.

Es una gran mentira eso de que sólo las mujeres se detienen a examinarnos a los hombres. No somos tan indiferentes. Nosotros también las observamos a ellas, aunque con un poco más de discreción y prudencia. El atractivo físico —aunque no es lo principal— es, quieras o no, la primera impresión que vas a tener de alguien.

Me permití detallarla, porque no voy a negar que la chica llamó mi atención. Está en la posición de loto tan común y cómoda, un cuaderno en una mano y un bolígrafo en la otra. Su largo cabello rubio, cual hilos de oro, cae a los lados de su cara en ondas sutiles. Junto a ella, un morral MK color aguamarina con dorado. Muy juvenil todo, me pregunto qué edad tendrá.

Me obligué a caminar para no parecer un rarito acosador que observa a las chicas a la distancia.

No fui consciente del obstáculo en mi camino, hasta que mi cara se dio de lleno contra el pavimento, dejándome en ridículo ante las personas que pudieron verme.

Pero algo se llevó toda mi atención, estando mi hermosa cara aplanándose contra el suelo, una risa llegó a mis oídos, pero no una delicada, suave y armoniosa. Esta parecía la de un cerdo en matadero. Era escandalosa y para nada delicada, de ese tipo de risa que te contagia.

Me levanté como todo un hombre: Rodando, apoyé las palmas en el suelo y me incorporé de un salto. Sacudí mi ropa como si nada hubiese pasado, levanté la mirada y justo en ese momento mi ojos chocaron con los suyos.
La sonrisa en sus labios servía para reprimir la risa que quería soltar.

Sabía que se reía de mi caída, pero eso lejos de molestarme, me divirtió.

Y te dio pié a iniciar una conversación. —aseguró una voz en mi cabeza.

—¿Hubiera sido un video gracioso de esos que verías en YouTube? —inicié, acercándome. Ella volvió a reír, pero esta vez más suave.

—Sin duda alguna le daría Me gusta. —respondió, cerrando su cuaderno.

¡Perfecto!

Si cerró su fuente de distracción significa que ha encontrado otra y dado que soy muchísimo más interesante que el vagabundo Alberto del callejón, supe que ahora yo tenía toda su atención.

—¿Te hiciste daño? —Indagó y no diría que la preocupación era lo que teñía su voz, sino más bien la diversión.

—No. —hice un ademán, restándole importancia y terminé de acercarme lo suficiente como para apoyarme en el pasa mano de la escalera.

—Debes estar acostumbrado — apretó los labios para no reír.

Enarqué una ceja.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Te caíste y levantaste con naturalidad, como si ya tuvieras práctica.

Aquí estoy, frente a una chica bonita y aparentemente normal. ¿Me llama la atención? Por supuesto. Entonces, ¿dejo que piense que soy un torpe en la vida y que me la vivo besando el suelo, o aparento seriedad, cordura y normalidad?

Bueno, a la buena de Dios.

La Chica De Las Escaleras Del Centro ❤(#1)❤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora