Capítulo 7

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Celebración.

No sé cuántas horas llevo despierto, no sé cuantas tazas de café ya me he tomado y tampoco puedo calcular el tiempo que me falta para terminar mi proyecto. De lo único que estoy seguro justo ahora es que tengo que darme un baño.

Huelo a chimichimito con maldita sea.

Decido que por ahora es buena idea parar. Dejo mi maqueta a medio terminar sobre la mesa de la sala y hago a un lado todos los materiales que preciso para culminar a mí hijo.

Camino a mí habitación y cuando voy por el pasillo, el timbre de la entrada suena. Me regreso a la sala y volteo a la cocina. Entrecierro los ojos para ver la hora en el microondas. Faltan diez minutos para el medio día.

Avancé hasta la puerta y di un vistazo a través de la mirilla. Solté una carcajada al ser lo primero que vi el dedo medio de mi hermana. Abrí la puerta y la dejé pasar, detrás de ella venía James con dos bolsas en las manos.

—¿Y eso tú por aquí? —pregunto en dirección a Dayanne.

Ella no me visitaba mucho pues alegaba que vivía demasiado lejos para su gusto y flojera.

—Pareces un jodido muerto en vida. Me necesitas —responde.

—Nos necesitas —corrige James y ella asiente, movimiento la mano para restarle importancia.

—¿Qué mierda es ese hedor? —lanza la pregunta con desagrado, haciendo una mueca de asco. Sonrío maliciosamente, abro mis brazos y me acerco con intención de abrazarla.

Ella, al predecir mis actos, da un paso atrás y me señala amenazadoramente con su dedo.

—Atrévete y te juro por todos los santos habidos y por haber que te castro.

Dejo caer los brazos, a la vez que suelto una risita.

—Espérenme aquí. —corro en dirección a mí habitación y comienzo a desvestirme.

Entro a la ducha, tardándome lo mismo que una canción promedio: Entre tres y tres minutos y medio. Visto un jogger, dejando al descubierto mi torso. La desnudez nunca fue un tabú para mi, de hecho, no tengo problema con andar como mi madre me trajo al mundo, pero la putas leyes están en contra de la libertad de expresión. Así que estoy obligado a usar ropa, pero en mi casa, puede ser parcial.

Para cuando regreso nuevamente a la sala, James y Dayanne se encargaron de sacar la comida de las bolsas y disponerla sobre mi vajilla.

No sabía que tenia hambre hasta que mi estómago rugió como si no lo hubiera alimentado en semanas.

(...)

El lunes llegó más rápido que Turbo el caracol. Me levanté temprano con la intención de prevenir cualquier tipo de inconveniente. Mi clase comenzaba a las ocho y media, así que me aseguré de salir de la casa antes de las siete. James se ofreció a recogerme para que no tuviera que cargar con la maqueta en un taxi.

Lo que había realizado al principio me pareció algo ambicioso, pero confié en mi y no hubo nada que no pudiera hacer. Estoy más que satisfecho con lo que he creado, sólo falta que el profesor MacPaint apruebe mi genialidad.

Los nervios me atacaron cuando iba caminando al salón con mi proyecto en mano. James había decido saltarse su primera clase para entrar conmigo.

Estaba ansioso. Eso era obvio.

—A ver que me trajeron —murmuro el profesor, observando todas las maquetas en la mesa de exposición.

La verdad era que todos habíamos hecho un gran trabajo y no me parecía extraño que MacPaint esperara bastante de nosotros. Él se encargó de pulir nuestras técnicas y conocimientos con el pasar de los años, por eso ahora considero que nuestro trabajo es de primer nivel, a pesar de que aún no tenemos el título en manos.

Este hombre era capaz de poner a dudar hasta el más firme ser humano. Su rostro no demostraba ningún tipo de emoción, en el aula reinaba un silencioso sepulcral y ahí, entre mis compañeros estaba yo. Mordiéndome las uñas.

—Lombardi —pronunció mi apellido con completa seriedad.

Alejé mis uñas de mis dientes y escupí el trozo que mordi. Lo miré.

—¿Nervioso? —se burló.

Eso hizo que me relajara un poco. El humor siempre era bienvenido.

—No. —dije.

—¿Cuál crees que es tu calificación?

—¿Nueve?

—¿Y por qué no diez? —enarca una ceja.

Intenté decir algo, pero nada salió de mi boca. Él lo notó.

—Tienes nueve —me comunicó, sonreí —, pero —a mí sonrisa de salieron patas y se fue corriendo —, puedo ponerte un diez o un uno. ¿Te arriesgarías a subir a la nota más alta sabiendo que, también podría reprobarte con la más mínima?

Tragué en seco. Miré a James, él inmediatamente negó con la cabeza. Mi mejor amigo sabía lo complicado que podía ser este profesor pues yo siempre le contaba como era y en más de una ocasión él mismo lo había visto.

—Sí. —acepté.

Una sonrisa apareció en su rostro y, a un lado de la estructura que había creado, marcó con un rotulador negro permanente un gran y hermoso 10.

(...)

—Joder, por un segundo pensé que no le pondría un cero junto al uno. —James se pone una mano en el pecho, aliviado.

—También pensé lo mismo —concuerdo con él.

Hace un buen rato terminamos con las clases, pero nos quedamos conversando en los jardines de la universidad. Eran las cinco de la tarde cuando por fin nos montamos en el auto para ir a mí casa.

Íbamos por el centro y cuando pasamos por frente a la heladería, observé hacia las escaleras. Una cabellera rubia llamó mi atención y una sonrisa divertida se formó en mis labios.

—Para, para —zarandeé el brazo de James, él se orilló y yo aproveché para bajarme y cruzar la calle, caminando directo a las escaleras. —Adivina quien sacó la nota máxima —la emoción en mi voz era notable.

Parecía un niño al que le habían dado un juguete nuevo, estaba realmente orgulloso de mi trabajo y sé que todo es gracias a ella. La facilidad con la que hice el boceto, y el entusiasmo y concentración fue todo influenciado por su persona.

Encontré en ella mi inspiración. Cada día me convenzo más de que la quiero en mí vida y si, puede sonar ridículo y hasta cierto punto absurdo, tomando en cuenta el tiempo que llevamos conociéndonos, pero a veces sólo se necesita un segundo para saberlo. Sólo un segundo.

Ella sin levantar la mirada, respondió:

—Sorpréndeme.

—Este nene —me señalé con mis dos pulgares e hice un baile de la victoria.

Ahora sí levantó la cabeza de su cuaderno —Felicidades —sonrió.

—Gracias. Había pensado en ir a celebrar por ahí, ¿Quieres unirte? —la invito.

Se ríe —Paso.

—Vamos, será divertido. —insisto.

—No.

—Sí.

—No.

—¡Que sí!

—Que no.

—Por favor.

—No.

—¿Por qué no? —Fruncí el ceño.

—¿Por qué sí? —replica.

Bufo y desvío la mirada.

De pronto escucho su risa, la miro.

—Está bien.

La Chica De Las Escaleras Del Centro ❤(#1)❤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora