La tensión reinaba en el ambiente, el hedor a humanidad se olía en cada centímetro del lugar, hombres y mujeres uniformados iban y venían sin prestarnos demasiada atención...
Y yo estaba que me meaba de miedo.
Estaba en la comisaría, esperando a que mi padre —o uno de sus empleados— viniera y firmara para poder irme de ese lugar, aunque de cualquier forma no era la mayor de mis preocupaciones.
¿Qué iba a estar castigada hasta el día que pariera? Sí.
¿Qué me iba a regañar hasta que los oídos me sangraran? También.
Pero lo que sentía con más intensidad en mi pecho era la culpa. Mis amigos recién conocidos, y peor, mis mejores amigos, estaban en problemas por un arrebato insignificante.
Sabía que el padre de Chad explotaría al enterarse de que por poco su hijo no es arrestado, probablemente lo sacaría del americano y lo dejaría sin su mensualidad; los padres de Angie estarían por primera vez decepcionados de su inocente y pacífica niña dorada; y no estaba segura de si los padres de Paul se enojarían, teniendo en cuenta de que se había peleado por defenderlos, pero sin duda sería un escándalo que cualquier revista mataría por sacar a la luz.
Y luego estaban los otros chicos. Marcus había pagado la cuota para que lo dejaran ir —en realidad le pagué la mitad—, y él se había largado hace media hora para ir a buscar a los padres de los chicos, que hasta el momento no habían dado señales de vida.
Y todo por querer molestar a Zachary.
—Mi madre no va a venir —declaró de pronto Helena, irritada, que se encontraba sentada en una de las bancas a unos metros de mí, con los brazos cruzados y una expresión enfurecida—. O me meten en esas jaulas de una vez o me voy a quedar aquí toda la noche, y ustedes conmigo.
La oficial, que se encontraba detrás de un escritorio, sólo levantó la vista, la examinó, negó con la cabeza y regresó su atención a los formularios que estaba llenando.
—Su amigo dijo que iba a ir a buscar a sus padres —interrumpió un oficial, el que había ido a recogernos, que no era más que un hombre cuarentón y calvo de expresión seria.
El oficial, que según su placa se llamaba David, daba vueltas de aquí para allá, sin quitarnos sus ojos grises de encima, como si de pronto alguno de nosotros fuéramos a sacar alguna bomba y a tomar rehenes. Aunque, viendo la expresión de Helena, yo también estaría atenta.
—Sí, pero lo más probable es que esté demasiado ebria para venir. —Me encogí interiormente. Mi padre seguramente iba a estar muy ocupado para venir por él mismo, pero al menos estaba sobrio.
Sin duda, les debía una disculpa a estos chicos.
—Esto es estúpido —masculló por lo bajo Paul, que se encontraba sentado a mi lado, con sus codos recargados sobre sus rodillas, con su rostro escondido entre sus manos.
Tragué saliva al tiempo en que giraba mi rostro hacia mi derecha, y me daba cuenta de nuevo que en realidad le debía una disculpa a todos en el lugar. Chad se encontraba de pie con una expresión preocupada, con su mano entrelazada dulcemente con la de Angie, que estaba sentada a lado de Paul, con la mirada pérdida en sus pies.
—Lo siento —susurré, para él, para todos y para mí.
Levantó su cara y me miró, colocando una de sus manos sobre las mías, cubriéndolas casi completamente.
—Fue mi culpa —me dijo—. Yo empecé la pelea.
Negué con la cabeza suavemente.
—No, estabas defendiendo a tu madre, nadie te puede reclamar con eso —Me enderecé y me recargué sobre la pared que tenía a mis espaldas, descansando mi columna—. La culpa es mía por querer juntarlos a todos por una estúpida razón.
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Locos y enamorados (EDUI #2)
أدب المراهقينSegunda parte de Enamorada de un idiota. Han pasado meses desde que Giselle salió del campamento, y ahora de regreso en Los Ángeles lleva una vida adolescente completamente normal... o casi. Ha conseguido superar al idiota del que se enamoró... o ca...