D O S

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La música suena a todo volumen. Seguramente Sam consiguió las bocinas de Jeremy, su hermano.

«Three, don't be his friend, you know you're gonna wake up in his bed in the morning». La voz de Dua Lipa cantando New Rules, domina el espacio de la sala. Me dan ganas de bailar al instante.

Por al menos diez segundos nadie nota mi presencia mientras me recargo en el reposamanos de la escalera. Todos están enfrascados en sus conversaciones. Terry y Clara, los amigos de Rick, hablan hasta por los codos. Bueno, en realidad es él quién habla mientras ella lo mira embobada. Por Dios, ¿en verdad es tan difícil saber cuándo le gustas a alguien? No sé por qué, simplemente no los trago. No me gusta que Rick los intente meter en nuestro selecto grupo de amistad.

Sam está sentada en una silla cerca de la cocina. Está callada, como siempre, mirando el celular, pero por alguna razón se ve diferente, hay un pequeño brillo en sus ojos y un color rosado en sus mejillas. Sonrío casi sin darme cuenta. Me da gusto que algo bueno le esté pasando en la vida.

—¡Feliz cumpleaños mon petit ami!

La voz de Joe me sobresalta. Debo admitir que su francés es casi perfecto últimamente. Viene saliendo de la cocina con un pastel gigante mientras Keith le está gritando algo que no consigo descifrar muy bien. Creo que le está echando en cara que se le olvidó comprar servilletas. Es una escena muy divertida la verdad. El pobre viene librando una batalla para no dejar caer el pastel mientras su hermana parece un ogro agitando una espátula detrás de él.

De repente, al ver su cara, no entiendo el porqué de todas las dudas que tenía de bajar. Lo dejaría todo por Joe. Me derrite con solo ver su cara tierna de niño pelirrojo. Me gusta ver cómo se le marcan las pecas, cómo se esfuerza por peinar su cabello sin usar ni una pizca de gel porque, según él, lo daña demasiado.

Hoy está muy guapo. Lleva unos pantalones azules cortos, con los tirantes que le regalé la navidad pasada. Seguro se los puso sólo para agradarme. Tal como yo he hecho al ponerme el pantalón que me escogió el año pasado, cuando fuimos de compras a Nueva York.

—¡Eh, Joe! ¿Necesitas ayuda con eso, pequeñuelo?  —grita Rick desde la otra esquina de la sala, justo en el momento en el que abre una lata de cerveza.
¿Mi madre le permitió introducir alcohol? Porque una cosa son los litros que ella tiene "permitido" ingerir y otra muy diferente su actitud acerca de que menores de edad tomen alcohol. Me tiene muy prohibidito acercarme a la reserva de papá.

—¡Ven a salvarlo estúpido niño musculoso! —le grita Keith entre risas. Siempre se está burlando de Rick y su obsesión por pasar todo el día en el gimnasio. Pero él insiste en volverse entrenador profesional.

Después de poner a salvo su cerveza, corre hacia dónde está Joe y le ofrece sus brazos para que le pase el pastel.

—No lo dejes caer Rick, sabes el trabajo que me ha costado conseguir este sabor —le dice Joe con una mirada severa mientras le pasa la mitad del peso y él se queda con la otra mitad. Entre los dos consiguen llegar a la mesa y lo ponen sano y salvo.

—¡No me digas que es de mandarina! —exclamo llevándome las manos a la boca para sofocar un gritito de emoción.

—Ughhh —dice Keith con una mueca de asco—, ¿mandarina?, ¿esa cosa que venimos cargando desde el otro lado de la ciudad es de mandarina?, con razón tuvimos que ir hasta allá.

—Admitelo cariño, sólo a ti te gustan esos sabores —me dice Joe mientras se acerca cariñosamente a darme un beso en la mejilla y se aparta para que los demás puedan hacer lo propio.

—Felicidades hermanito —dice Keith abrazándome.

—Gracias gruñona —le digo poniendo una mano en su cabello y lo agito para despeinarla. Soy más alto que ella y siempre me gusta aprovechar esa ventaja para cabrearla mientras juego con su peinado.

Tulipán. Él, yo... ¿Y ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora