C U A T R O

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En cuanto Joe nos ve aproximarnos a la entrada, una expresión de alivio recorre su cara.

—¿Estás bien Dan? —dice acercándose a mí con los brazos abiertos listo para darme un abrazo.

No puedo negar lo reconfortante que me resulta estar entre sus brazos. Dejo caer mi cabeza y la hundo en el hueco de su clavícula, empapándome con la fragancia que desprende el cuello de su camisa. Se ha puesto mi perfume favorito.

—Estoy bien —le digo separándome de él lo suficiente como para poder verlo cara a cara y plantarle un beso ligero en los labios.

Noto cómo su mirada de alivio pasa a sorpresa. No esperaba que estuviera tan calmado después de cómo le grité. Inmediatamente busca la mirada de su hermana, a lo que ella le responde con un movimiento de cabeza asintiendo, dejándole saber que en realidad estoy bien.

—Siento mi comportamiento de hace un rato —le digo en un susurro.

—No te preocupes cariño, tu madre te puso los pelos de punta, te entiendo, pero yo sólo quería ayudar, lamento si te incomodé y...

—Basta Joe —lo interrumpo—, olvidemos el numerito, ¿sí?, pasemos a comer ese delicioso pastel.

—¡Bendito sea! —dice con alegría—, me estaba preocupando mucho de que no resistiera intacto por mucho más tiempo.

Mientras atravesamos el umbral de la casa, Keith y yo nos miramos con camaradería. Tal como habíamos predicho, el tema del pastel lo agobiaba demasiado.

La hora que le siguió transcurrió sin más contratiempos. Todos se portaron como si nada hubiera pasado, ignorando mi ataque de estrés, lo que indudablemente me relajó mucho. Es muy bueno contar con amigos tan comprensivos.

Después de partir el pastel y de hacer que cada uno me pidiera disculpas por haberse burlado de mi extraño gusto por la mandarina, estaba más que delicioso, charlamos de cosas sin importancia, jugamos un rato scrabble y a pesar de que Keith se quejó incontables veces de que era un juego para cerebritos, terminó ganando varias partidas. Escuchamos la nueva playlist que Sam había hecho con ayuda de Jeremy, y agradecimos que su hermano fuera músico. Nos encantaron las canciones seleccionadas.

Cuando casi era medianoche, Joe sacó la idea de elegir una película de terror, como siempre, pero ninguno se quejó. Excepto por Terry y Clara, quienes agradecieron la velada y se despidieron. Al final resultó ser que no eran los seres tan horrendos que me había imaginado y que también se sabían divertir. De hecho, eran de los pocos heterosexuales que habían soportado convivir con nosotros por más de dos horas seguidas sin hacer ningún tipo de broma o comentario machista. Empecé a entender por qué a Joe le caían bien.

Rick se fue un poco después que ellos, argumentando que ya era tarde y tenía un entrenamiento programado para la mañana siguiente. Todos sabíamos lo que eso significaba... se vería con una nueva conquista mañana, un chico buscando a un buen entrenador que de paso se pudiera ligar. Qué vida se estaba dando Rick.

Al final sólo quedamos Keith, Sam, Joe y yo. No podía pedir más. Con eso me bastaba y sobraba para pasarla bien. Mientras que Keith terminaba de contestar una llamada, Joe y yo aprovechamos para ir a la cocina a resurtir el tazón de palomitas.

—Me alegro que esta noche no haya resultado en un completo desastre —dice Joe mientras recarga los codos en la encimera esperando a que el microondas termine.

—Si tú estás cerca dudo mucho que algo sea desastroso —le digo acercándome a él, colocando mis manos a sus costados, acorralándolo—, eres el maestro del orden—, le susurro aproximando mi boca hacia su oreja, atrapando su lóbulo entre mis labios.

Tulipán. Él, yo... ¿Y ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora