S I E T E

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Llego a la biblioteca sin contratiempos. Antes de entrar compro un hot dog que me sabe a gloria y una soda. Sí, no estoy orgulloso con mis hábitos alimenticios de este fin de semana, pero prometo que el lunes vuelvo a la dieta de las frutas y verduras.

Encuentro a Keith en una mesa casi al fondo, está sola, con varios libros abiertos en la mesa y un montón de hojas desperdigadas por todos lados.

—Las ecuaciones de esta semana están más complicadas que de costumbre —me dice en cuanto siente mi presencia. Me conoce tan bien que no le hace falta levantar la vista para cerciorarse que soy yo.

—Lo siento... —digo mientras examino una hoja de su cuaderno—, pero definitivamente no puedo ayudarte con esto.

—No te preocupes —suspira—, no todos somos unos cerebritos como mi hermano. Mis padres deberían entender eso —dice en un susurro casi inaudible.

No sé mucho del tema, ni ella ni su hermano han sido muy explícitos cuando se trata de sus padres, pero estoy enterado de que siempre la han menospreciado por no ser tan inteligente como Joe. También sé que no le gusta hablar de eso, así que me apresuro a cambiar la conversación.

—Deberían ampliar el menú de la comida que venden afuera, no sé, tal vez vender algo más saludable...

—Felicidades genio —me dice dejando de lado su calculadora para centrarse en mí—, has encontrado un nicho de mercado. Pon tu propio negocio de frutas, no tendrás competencia.

—No, no... No saques a la Keith emprendedora, suenas a mi padre cuando hablas de eso.

—Vale ya, no quiero parecer un hombre cuarentón —dice arrugando la nariz—, hablemos mejor de lo que quieres hacer para Joe... por cierto, llegó a la casa unos minutos después de que colgamos.

—¿En serio? ¿Y qué te dijo?

—Nada... me volví a dormir y no hablé con nadie.

—Yo también dormí todo el día —le digo—, somos unos ancianos, estamos muy oxidados con el tema de soportar las resacas del alcohol...

Ambos soltamos la carcajada hasta que alguien nos silenció, recordándonos que estábamos en la biblioteca.

Hablamos durante al menos una hora de lo que le podría gustar a Joe, pasamos por las opciones de regalarle algo pero las descartamos cuando le dije que estaba corto de dinero y él tenía gustos caros. Al final acordamos que lo mejor sería llevarlo al cine a ver esa película de terror que se acaba de estrenar. Ninguno de los dos entendíamos por qué le encantaba tanto ver ese tipo de películas si se asustaba tanto... Supongo que era un masoquista.

—Entonces —le digo recapitulando—, lo llevo al cine el viernes y...

—El jueves —me corrige Keith—, recuerda que el viernes nos vamos a ese viaje horrible que mi mamá ha organizado.

—Ah cierto, ¿a dónde irán?

—A un lugar aburrido, no tiene caso que te lo cuente.

¿Por qué siempre evitaban contarme cosas de su familia? Al principio sí me sentía un poco ofendido, porque yo les contaba todo de la mía, pero luego aprendí que siempre serán reservados con ese tema. Admito que me da mucha curiosidad saber de su familia, pero siempre me esmero por respetar su privacidad.

—Vale, cine y cena después. Le cocinaré lasagna, ¿está bien?

—Sí Dan, a estas alturas tú lo conoces mejor que yo. Pero recuerda, cenan en tu casa.

—¡Sí!, ya sé que tengo prohibido acercarme a su casa —le digo rodando los ojos—, nunca entenderé por qué tanto secretismo con esa casa.

Tulipán. Él, yo... ¿Y ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora