O N C E

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Como cualquier otro lunes por la mañana, me levanto con la segunda alarma —nunca estoy de humor para levantarme a la primera—, me meto en la regadera para tomar un baño rápido y me acerco a mi armario para elegir mi atuendo. Normalmente me tardo más de diez minutos en encontrar la camisa perfecta, la que combine con el tono de mi pantalón o con los calcetines, pero hoy no lo hago, hoy simplemente me parece una pérdida de tiempo. Me visto con la primera camiseta que encuentro y unos vaqueros. Creo que están un poco arrugados, pero no quiero detenerme a plancharlos. Lo único que quiero es bajar rápido a la cocina y estar listo en el auto para cuando Melissa salga.

Estoy haciendo la misma rutina, pero con diferente energía. No recuerdo cuándo fue la última vez que me sentí tan motivado por algo. Creo que el hecho de tener una nueva amiga me emociona más de lo que debería.

En cuanto bajo a la cocina, siento la penetrante mirada de mi madre.

—¿Ocurre algo? —pregunto mientras saco la botella de leche del refrigerador.

—Mejor tú dime —contesta ella sin dejar de mirarme.

Odio cuando se pone en este plan de jugar a la espía que quiere sacar información. En lugar de contestarle, intento cambiar de tema.

—¿Ya desayunó mi papá? —inquiero en un tono despreocupado.

—Tu padre se fue hoy, hace dos horas, y si ayer te hubieras dignado a dirigirnos la palabra, te habrías enterado.

—No mamá, ya no intentes culparme de todo a mí. Ustedes también tuvieron la oportunidad de hablarme y no lo hicieron.

Escucho como suelta un largo suspiro y vuelve a poner su atención en los huevos revueltos que está cocinando.

—Joe llamó hace unos minutos —suelta sin mirarme.

Maldición. Anoche tampoco llamé a Joe como le había prometido. En menos de cinco minutos, mi mañana perfecta ya se está arruinando.

—¿Y qué dijo?, ¿por qué no me pasaste la llamada? —le reclamo.

—Porque no quería hablar contigo.

—Eso no tiene sentido —digo confundido.

—Claro que lo tiene Dan. Es tu ... —Observo como le cuesta trabajo pronunciar la palabra novio. Aunque siempre ha aceptado nuestra relación, nunca se ha sentido cómoda diciéndolo abiertamente. Suelta otro suspiro y sacude la cabeza para cambiar sus palabras—. Está preocupado por ti. Me preguntó si yo sabía algo o si podía ayudarle a entender lo que pasaba por tu cabeza, pero sólo quedé como una tonta al darme cuenta que no conozco a mi propio hijo.

Pongo los ojos en blanco. La miro con sarcasmo y salgo de la cocina sin decir una palabra. Después de nuestra pelea en mi cena de cumpleaños, algo cambió dentro de mí. Ya no me siento con la misma confianza de contarle mis cosas. Sé que es absurdo, pero es como si yo tampoco la conociera más. No puedo, ni quiero, hablar con ella. Además, no sabría ni qué decirle. A veces siento que yo tampoco sé quién soy, o qué es lo que se anida en mi mente.

Me cuelgo mi mochila al hombro, saco las llaves de mi auto y salgo de la casa. Escucho cómo mi mamá pregunta gritando si voy a desayunar, pero yo ya estoy cerrando la puerta.

En cuanto abro la puerta de mi auto, escucho unos pasitos apresurados detrás de mí. Me doy la vuelta para mirar y noto cómo se me pinta una sonrisa en la cara al ver la melena castaña de Melissa viniendo hacia mí. Por un momento parece que se va a lanzar a mis brazos, cual niña pequeña que ve a su papá después de mucho tiempo y quiere que la carguen, pero cuando ya está a cinco centímetros de mi cara, se detiene.

Tulipán. Él, yo... ¿Y ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora