D O C E

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La primera clase es mi favorita; literatura. Me encanta perderme en los libros que el profesor Derien nos deja de tarea. Además, él es muy bueno, siempre se esmera en dar unas buenas clases. Lo único malo es la cantidad enorme de tarea que deja, pero puedo soportarlo, ya que siempre está relacionada con buenos libros.

Voy unos minutos retrasado, así que no me detengo en la cafetería como normalmente lo hago. Esta clase la comparto con Sam, por lo que espero que pueda robarle un poco de su café.

Al entrar al salón de clases, dejo mi ensayo en el escritorio junto a la pila de hojas que ya han dejado los demás y me apresuro a ocupar mi asiento. Sam suele sentarse detrás de mí y por un momento creo que no ha llegado y que alguien más está usurpando su lugar, sin embargo, después de observar un poco más, me doy cuenta de que ahí está, sólo que tiene una apariencia terrible.

—Sólo siéntate y ahorrate tus comentarios —me dice sin mirarme.

Lleva lentes de sol, una sudadera rosa manchada de algo que parece salsa y una coleta despeinada.

—Amiga —le digo casi susurrando—, me estás preocupando, ¿estás bien?

—Shhhhh, después te cuento.

—¿Estabas anoche con Victoria?, fuiste a una fiesta, ¿no es así?

—Daniel, por favor, ahora no. Me explota la cabeza.

—Vale, vale. Después me cuentas. ¿Puedo tomar un poco de tu café?

—Todo tuyo.

Me pasa su termo con cuidado y vuelve a llevarse las manos a la sien para darse un ligero masaje.

En cuanto el profesor entra, toda la clase toma asiento. Es una de las cosas que me gustan de él, tiene un gran poder de convocatoria y logra llamar la atención con su sola presencia. Dos minutos después de haber entrado, ya está hablando del estilo de escritura de Oscar Wilde.

Levanto la mano para hacer una pregunta y en cuanto noto cómo desvía su atención del centro hacia mi dirección, me arrepiento. No me está viendo a mí, sino a mi querida compañera que está atrás.

—Señorita Brignton, ¿se encuentra bien?

Sam suelta un suspiro, ignorándolo.

—Disculpe. —El profesor carraspea mientras se acerca a su asiento a pasos agigantados—. Le hice una pregunta.

—Sí, estoy bien —contesta Sam, soltando un bostezo—, y déjate de formalismos Peter, eres un profesor muy joven, podemos tutearnos sin problema.

Toda la clase suelta un ruido de asombro. Por mi parte, me volteo de inmediato para asegurarme de que haya sido Sam la que dijo eso. Ella es la alumna más respetuosa que conozco.

El profesor Derien no dice nada, ni parece molesto, simplemente sonríe y asiente como si estuviera de acuerdo con las palabras de Sam.

—Está bien Samantha, puedo ver que no estás de humor para hablar con formalismos, como tú los llamas. Hay mañanas en las que yo tampoco estoy de humor. Pero aún así me levanto y vengo a dar clases con mi mejor cara.

—Bien por ti —contesta Sam, aplaudiendo.

Uno que otro compañero suelta una risa, pero nadie se atreve a decir nada. El profesor Derien es uno de los más queridos del instituto, así que casi puedo asegurar que nadie está de acuerdo con lo que está haciendo Sam.

—Te voy a pedir que te quites los lentes, por favor —dice el profesor en tono amable.

—Mejor me voy —dice Sam mientras empieza a recoger sus cuadernos y se levanta.

Empiezo a levantarme también, no sé qué pretendo hacer, pero la inercia me dice que la siga, sin embargo el profesor me detiene.

—Siéntate y quítate los lentes —le dice ahora con un tono mucho más grave del que había estado utilizando.

Por un segundo parece que Sam va a regresar a su asiento, pero luego empieza a caminar hacia la puerta.

—Bien, tendrás falta durante todo lo que resta del semestre. Y sabes que eso es motivo suficiente como para suspender todo el curso.

Sam se frota la cara con desesperación, regresa a su lugar, se quita los lentes y los arroja hacia los pies del profesor.

—¿Contento? —pregunta Sam.

Una rápida inspección a su cara me basta para darme cuenta de que no durmió nada, tiene los ojos rojos y lagañas por todo el párpado. La otra opción es que haya consumido una gran cantidad de marihuana. Me estremezco al recordar cómo sonaba su voz ayer.

El profesor cambia su semblante severo por una expresión confundida. Tampoco se esperaba ver esos ojos chillones de Sam.

—Samantha, ¿estás bien? —inquiere con preocupación.

—Para ser un profesor de literatura no tienes mucho vocabulario que digamos —contesta—, ya van dos veces que me haces esa pregunta.

Hay silencio por un momento. El profesor se está tomando un momento para evaluar la condición de Sam. Está a punto de decir algo, pero es ella quien vuelve a hablar.

—Oh claro, ¡mírame como si fuera un fenómeno! La lesbiana a la que todo el mundo le va a tener lástima, a la que le tienen que preguntar más de una vez si está bien.

Ahora sí, la risas de los compañeros no se hacen esperar. El salón estalla en ruidos y carcajadas.

Sí, definitivamente Sam está drogada, de otra manera no me explico de dónde sacó el coraje para decir eso en voz alta.

—¿Podría saltarme la clase de hoy profesor? —le pregunto amablemente mientras me acerco a Sam—, creo que tengo que hablar con ella.

—Hazlo Daniel, llévala por un vaso de agua y ayúdala a tranquilizarse.

Tomo del brazo a Sam y la saco del salón para luego sentarla en una banca del pasillo y conseguirle un poco de agua.

Después de que se bebe todo el contenido casi de un solo trago, me siento a su lado. Tengo el objetivo de preguntarle qué ha pasado, pero en cuanto me recargo, siento cómo pone su cabeza en mi hombro y cierra los ojos. Acto seguido, su respiración se ralentiza y empieza a dormir profundamente. 

Tulipán. Él, yo... ¿Y ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora