S E I S

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—¡Despierta colega!

Siento un golpe en la nuca que hace que sacuda todo mi cuello y la cabeza. Creo que alguien me ha lanzado un cojín. Mientras abro los ojos, mi cuerpo se tambalea y caigo en la alfombra. Estupendo. Me quedé dormido en la silla y ahora todo mi cuerpo está adolorido por la mala postura.

Intento agarrarme de algo para incorporarme, pero en el momento en el que pongo una mano en el escritorio, la cabeza empieza a darme vueltas. Siento que voy a vomitar.

—Tremenda juerga la que armaste anoche.

Me doy la vuelta para encontrarme de frente a la fuente de la voz que está martillando mis oídos. Quiero decirle que se calle, que deje de gritar. Pero me contengo cuando me encuentro con el semblante de desaprobación de mi padre. Tiene la mirada dura, puesta en mí. O más bien, en el desastre que estoy hecho. 

Por la luz que está entrando por mi ventana, me doy cuenta de que ya deben pasar de las diez de la mañana. Inmediatamente cierro los ojos. No soporto ver ni poquita luz de los rayos del sol.

—Son los síntomas de la resaca —dice mi papá cómo si yo le hubiera pedido una explicación—, es normal que no puedas abrir los ojos por más de dos segundos.

—Papá —susurro sin saber muy bien qué decir—, yo no... esto... no sabía que regresabas hoy.

—Hubo un pequeño cambio en los planes de la agencia, terminamos antes. Me puse muy contento de poder regresar con mi familia. Ya te imaginarás la sorpresa que me llevé al encontrarme a tu madre deshecha, llorando en la sala porque nuestro hijo era una piltrafa oliente a alcohol.

Su voz es fuerte, pero más bien creo que es porque yo no soporto ningún sonido. La verdad está muy tranquilo. No creo que me esté regañando, más bien creo que está desilusionado, pero no enojado. Eso ya es una gran ventaja.

—Lo siento —Es lo único que consigo decir.

—Nada de lo siento... Me debes tres botellas —dice medio en tono de broma—ah, y una alfombra nueva.

Miro hacia donde estoy parado. Claro que sí. La botella que traje anoche ha terminado derramada completamente. Soy un tonto.

Me pongo en cuclillas para intentar sacar la mancha pero mi padre me detiene.

—No tiene caso —dice tomando mi brazo—, ya está totalmente seca. No va a salir tan fácil. El lunes llamaré a los de la limpieza para ver qué pueden hacer.

—Vale —contesto apenado, metiendo las manos en los bolsillos de mis vaqueros.

Ambos suspiramos y nos quedamos unos segundos en completo silencio. No me extraña. Nunca hemos mantenido una comunicación padre-hijo normal. Digo, no nos llevamos mal. Simplemente, es como si fuéramos muy diferentes y no tuviéramos nada de qué hablar. Cada uno le da su espacio al otro.

No sé qué hacer. Se está empezando a convertir en un silencio incomodo, hasta que veo cómo empieza a caminar hasta la puerta. Cuando está a punto de salir, se detiene.

—Daniel, ¿estás bien? —dice.

—Sí, tomaré una aspirina o algo —le digo encogiéndome de hombros.

—No me refiero a la resaca. Te he notado distante... como... raro.

—Ah, pues no, todo bien —contesto un poco extrañado por el rumbo que quiere tomar la conversación—, tal vez debería... debería bajar a disculparme con mamá.

—Sí, deberías, pero no ahora. No está en muy buenas condiciones que digamos, y las cosas se pueden poner peor.

—De acuerdo, la buscaré más tarde.

Tulipán. Él, yo... ¿Y ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora