Capítulo once.

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Y simplemente la vió. Su pelo ondeaba con la brisa de la noche del viernes, las luces iluminaban su simétrico rostro y sus mejillas redondeadas, sus ojos brillaban fuertemente como faroles y el azul cielo de ellos se convirtió en un cálido color pastel que hundía en sus profundidades enormes secretos ocultos. Pero aún así seguía siendo ella, y el seguía siendo él, sólo que más enamorado de lo que estaba anteriormente.

-¡Iba a decírtelo, pero ella me retuvo!- exclamó avergonzado Federico, que se situó a su lado y trató de llamar su atención con los ojos caídos y con el nerviosismo a flor de piel.

-¡Federico!- gritó Jenny enojada por el buchón de su amigo, ni un secreto podía tener guardando que ya le tenía miedo a la reacción.

-¡Soy abogado, qué querías que hiciera, suelo decir siempre verdad!- dirigió su mirada hacia la enfadada mujer que adoraba y luego volvió con su amigo.

-¿Sabías que iba a estar aca?- susurró finalmente Lucas para atraer la atención de ambos antes de que se matasen entre a gritos.

-Sí, lo siento enano.- apoyó una mano sobre su hombro y trató de despertarlo de su ensoñación.

En ese mismo segundo, Paola giró su rostro iluminado por las lámparas y lo vió parado cerca de un banco de la plaza. Vestía jeans y una camisa, su rostro reflejaba su asombro y su piel estaba ligeramente bronceada. Sus ojos penetraban los de ella con una simple mirada. Hasta que el se volteó y desapareció entre la noche. Un hombre alto y colorado lo siguió al igual que hizo Jenny para pararlos a ambos. 

-Emma, ahora vuelvo.- le dijo a su acompañante, que observaba impresionado un acto de magia por parte de un artesano vestido de traje negro y moño blanco, guantes del mismo color y una gorra azul metálico, que no hacía juego con absolutamente nada de su atuendo.

-¡Claro!- le respondió alegre mientras aplaudía como un niño cuando el mago sacó un conejo marrón con manchas blancas de una jaula rellena de pequeños globos de colores.

Paola caminó detrás de él, corrió cuando sintió que ya no podía alcanzarlo.

-¿Dónde está?- le preguntó a Jenny, que retenía a Federico cerca de un farol para dicutir sobre su breve traición en cuanto al plan organizado.

-Así que tú eres la que lo vuelve loco eh...Un gusto, Federico.- le estrechó la mano con una enorme sonrisa en su rostro y con sus ojos la examinaba de arriba a abajo, observando cada detalle y parándose en sus pechos tapados por ese buzo desalineado. Ella tomó su mano y se la estrechó, luego volvió a dirigirse a su amiga esperando una respuesta rápida.- Todo derecho, de seguro ni siquiera llegó al departamento.- contestó él por ella. Sobre su rostro se dibujaba una enorme sonrisa de satisfacción, aunque Paola no entendía qué podía darle tanta satisfacción ya que ni lo conocía, pero de todas maneras, mirando a ambos y comentándole a Jenny donde se encontraba su amado novio, corrió como deseperada en la calle oscura mientras divisaba su figura a lo lejos.

-Eres un estúpido, espero que lo sepas.- Jenny lo empujó brevemente con las manos sobre su pecho y lo fulminó con la mirada.

-Posiblemente, ¿Quiéres ir por un helado?- preguntó aun sonriente. Se agachó para besarla pero ella retrocedió precipitadamente anunciando su acción.

-No, y ya te dije que tengo novio.- repuso furiosa. Además de buchón era sordo e irrespetuoso. Dió media vuelta y buscó con la mirada a su novio, a quien lo divisó con una rubia de piernas largas y vestido negro pegado al cuerpo, un tatuaje en la espalda y una nariz recta y respingada. 

-Parece que tu novio está ocupado.- le susurró en el oído Federico. La rubia reía muy cerca de él mientras que aplaudía el espectáculo de algún mago de la plaza. Se apoyó en una pierna y se acercó todavía más a él.- ¿Quiere el helado ahora?- rozó sus labios sobre su oído, incitándola, seduciéndola deliberadamente. Jenny observaba la imagen que tenía delante, la mano de la rubia descansó sobre el hombro de él, dando cículos con sus dedos relucientes y sus uñas impolutas. Abrió los ojos como platos cuando Emmanuel le devolvió la sonrisa encantadora que sólo el tenía, y por un minutos se le paró en seco el corazón, la sangre le hervía y la furia recorría su cuerpo entero. Malditas españolas, maldita sea con las rubias.

Si tú no existierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora