IX (Parte 2)

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HASTA QUE ME OLVIDE DE TI
Por Ami Mercury


IX (Parte 2)

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El proceso de recuperación de un vampiro anulado era rápido pero peligroso. Era la mejor forma de evitar que la mente se perdiera a la larga, pero no todo el mundo se atrevía a llevarlo a cabo. Requería la fuerza física de un vampiro adulto, un humano dispuesto a dar su sangre por voluntad propia y muchas horas de incertidumbre.

Reunidos en torno al vampiro que se disponían a recuperar, Sigurd y los demás comenzaron el tratamiento. Con el corazón en un puño, Oskar le ató los brazos a la espalda y los amarró a la silla en que le habían hecho sentarse. A continuación, le fijó los tobillos a las patas de la misma y se situó a su espalda, preparado para alzarle la cabeza. Hela, Sissel y Ronja estaban cerca, ocupadas de cerrar cualquier vía de escape y Sigurd permanecía de pie frente a su amante, al lado de Berdon.

—¿Estás listo? —le preguntó este último.

Sigurd asintió, se remangó un poco la sudadera y le tendió la muñeca vuelta hacia arriba. Le temblaba un poco el pulso.

—Tranquilo.

De nuevo, Sigurd asintió. Cerró los ojos justo antes de que Berdon, con suavidad, le tomara el brazo entre las manos y le clavara los colmillos en la parte más tierna. Sigurd reprimió un gemido de dolor. En cuanto la sangre comenzó a manar, Oskar levantó la barbilla de su compañero y, con ayuda de Hela y Sissel, consiguieron que las gotas rojas le alcanzaran los labios. Berdon, por su parte, se apartó un momento para dominarse: la sed de sangre se le acrecentaba con Sigurd, pues había también una fuerte atracción física hacia él. No en vano compartía cama en ocasiones con la pareja, aunque ellos dos eran los únicos con un vínculo afectivo.

Durante los siguientes minutos, la expectación se palpó en el ambiente. Seis espectadores observaban a un único protagonista que, con la mirada vacía, no reaccionaba. Hela y Sissel se encargaban de mantenerle a Sigurd el brazo bien pegado a los labios de su amante, pero las gotas de sangre le caían desde las comisuras hasta la barbilla sin que este diera señales de percibirlas.

—Vida, por favor —rogó Sigurd.

Sus compañeros siempre le pedían tranquilidad cuando ayudaba a recuperar a su pareja o a cualquier otro vampiro de su pequeña y dispar familia, pero era precisamente ese nerviosismo que nunca se iba del todo, lo que más ayudaba. Cuando se trataba de su amante, los nervios eran casi insoportables y, por tanto, cruciales. El corazón le latía con fuerza, bombeaba más sangre en dirección a la herida abierta y le subía la temperatura. Sigurd se convertía en una dura prueba para todos los allí reunidos y en una salvación para su pareja que, poco después, reaccionó al fin con el primer gruñido apagado.

Sigurd notó sus labios cerrarse en torno a la herida y dejó escapar un sollozo de alegría. Ante esa señal, los demás se pusieron alerta.

El vampiro bebió poco al principio. Tímido, como un autómata, se dejó seducir por el sabor metálico y permitió que le llegara a la garganta. Se le dilataron las pupilas, tensó los músculos de todo el cuerpo e intentó sin éxito aferrarse a aquel brazo que le devolvía los sentidos. Su instinto le decía que se trataba de una presa y que, como tal, no debía dejarla escapar, y como una bestia que se cree a punto de perder en la lucha por la supervivencia, se empezó a agitar en la silla.

Oskar se inclinó a su espalda y le rodeó el cuello con el brazo lo justo para inmovilizarle más sin llegar a ahogarle. Hela y su esposa no abandonaban la posición a ambos lados y, tras Sigurd, Berdon volvía a tomar parte activa en el proceso agarrándole para que no se apartara. Ronja era la única que no ejercía ningún tipo de presión; también era la más fuerte, por lo que era preferible que estuviera alerta por si el vampiro conseguía romper los amarres e intentaba huir.

Hasta que me olvide de ti (#LatinoAwards2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora