HASTA QUE ME OLVIDE DE TI
Por Ami Mercury
VIII
Keira buscaba entre los cajones de la cómoda con gesto tenso, la mandíbula apretada y toda la cara roja. Tenía el cuello estirado, la barbilla alzada y miraba con esa caída de párpados cargada de desdén que solo ponía cuando estaba enfadada o cuando se sabía claramente superior a su interlocutor. A veces, ambas cosas se convertían en la misma.
Olsen observaba desde las escaleras sin atreverse a abrir la boca. En su opinión, se acababa de comportar de un modo más que injusto con la pobre Freya que, al lado de su madre, contenía el llanto como buenamente podía para no ganarse otra reprimenda. La chiquilla, tan solo cubierta por una camiseta interior y sus braguitas, abrazaba con fuerza a su conejito de peluche y se negaba en rotundo a sacarse el pulgar de la boca.
—Es que aún no me puedo creer lo que has hecho —comentó Keira, como si estuviera inmersa en una conversación que no se había acabado todavía—. No sé qué van a pensar los vecinos; ¿te imaginas? «La niña de al lado es un completo desastre, ¿esas son las cosas que aprende en casa?».
Ante la cita de una hipotética —e irreal— reacción por parte los testigos, Freya no pudo evitar más pucheros. ¡Ella no había hecho nada malo! Solo estaba con su hermano fuera, en el jardín, tal y como Keira les había dicho que hicieran y, de repente, esta apareció con esa extraña sonrisa que ponía a veces. A Freya casi le daba miedo porque parecía más amable que nunca pero entonces se enfadaba muchísimo. Esa vez no fue diferente: ahora Jansen estaba castigado en su cuarto y ella a punto de ir a lavarse con la culpa y la vergüenza sobre los hombros.
—¡No te pongas a llorar otra vez! —le advirtió Keira—. ¿Te duele algo? —La niña negó con la cabeza—. Pues no llores. Ten; y ahora, a la bañera.
Le había dado una muda de ropa limpia: unos vaqueros rosas y un jersey con unicornios que Olsen sabía que Freya odiaba. Pero la pequeña no se atrevió a replicar y, obediente, giró sobre sus talones sosteniendo aún el peluche además de la ropa, y se dirigió al cuarto de baño.
Solo entonces, cuando ya estaban a solas, Olsen intervino.
—Eres muy dura con ellos: solo estaban jugando.
—¡En un charco lleno de barro! ¿Has visto cómo se han puesto? Por el amor de Dios, Freya parecía una pordiosera.
—Venga, mujer, pero si solo se han salpicado un poco.
—¡Y se han dedicado a hacer los vándalos delante de todo el mundo! ¿Viste la cara de la vecina? No les quitaba ojo de encima.
—Nadie les miraba, Keira. La mujer estaba a lo suyo sin prestarles la más mínima atención.
—Claro que les prestaba atención. Los niños saben muy bien que no quiero carreras en el jardín.
—¿Y cómo quieres que jueguen, entonces? ¿Les obligas a salir ahí pero quieres que estén quietos y callados?
—¡Lo que no quiero es que jueguen como animales!
—¡Son niños, Keira, los niños hacen esas cosas!
Olsen empezaba a desesperarse: discutir con su esposa era perder una batalla antes de que diera comienzo. La mayoría de las veces, ni siquiera había nada real por lo que discutir pero ella se empeñaba en ver desavenencias donde no las había, crearlas si era necesario y, por supuesto, tener siempre, siempre razón.
—¿Qué sabes tú de niños? No puedes decirme cómo educar a mis hijos cuando tú mismo no quieres tenerlos.
Olsen soltó todo el aire por la nariz. Era algo que habían hablado infinidad de veces y que le dejó bien claro a Keira mucho antes de casarse: él no quería ser padre. El amor que sentía por ella tiempo atrás le llevó a comprometerse aun a sabiendas de que su vida en pareja debería esperar hasta que esos niños crecieran y se independizaran. Los aceptó como suyos, les dio el cariño de un padre y quiso participar en su educación pero la decisión de no tener hijos propios no cambiaba y Keira le guardaba rencor por ello. La mujer creyó que le convencería en cualquier momento y nunca supo que, en realidad, estuvo a punto de hacerlo por la estúpida ceguera que el amor le provocaba y por su incapacidad de negarle nada. Ahora, después de la mudanza, empezaba a abrir los ojos y no sabía si sentirse aliviado o entristecido porque se daba cuenta de hasta qué punto Keira le había cambiado y se arrepentía de haber dejado que sucediera.
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Hasta que me olvide de ti (#LatinoAwards2020)
ParanormalLa ciudad de El Reo se acerca a la idea de una utopía. Sus habitantes viven en un estado general de satisfacción y sin demasiadas carencias. El crimen es anecdótico: uno puede caminar de noche por las calles sin miedo a que le ocurra nada. Eso creyó...