XIII (Parte 2)

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HASTA QUE ME OLVIDE DE TIPor Ami Mercury

XIII (Parte 2)

Olsen miraba con atención una diminuta grieta que había en el techo, justo encima de su cabeza. Estaba echado en la cama con los brazos bajo la nuca y ni se había descalzado. ¿Para qué? Estirado, los pies se le salían por el extremo del duro colchón.

Solía matar así el tiempo. No era mucho lo que podía hacer aparte de aprenderse de memoria las grietas del techo y las paredes que, por otro lado, escaseaban. A veces aguzaba el oído y lograba captar el bullicio del patio donde, a varios metros de donde se encontraba su bloque, los reclusos pasaban su tiempo de ocio en convivencia. Les oía jugar a baloncesto, a fútbol u organizar torneos de boxeo y echaba de menos la interacción con otras personas. Aquellos hombres eran delincuentes, y de los peligrosos. No era rara la semana en que se armaba algún altercado que requería la acción de los guardias y, hasta en esas ocasiones, Olsen deseaba encontrarse entre ellos. Llevaba cerca de un mes aislado y solo le permitían salir tres horas al día, y nunca con los demás.

En su celda, que estaba equipada con una cama pequeña e incómoda pero limpia, un inodoro con lavamanos, un escritorio y una silla, guardaba unos cuantos libros que le habían permitido llevarse desde casa, previa inspección, por supuesto. No era un lector ávido, a decir verdad. Sí, le gustaba, pero no era su pasatiempo favorito, por lo que todavía no había abierto varios de aquellos. Con la apatía que sentía desde que le internaran allí, lo cierto era que tampoco tenía muchas ganas.

Pasaba los días con la misma rutina. A las siete, sonaba la sirena para que los presos despertaran. A las siete y diez, un guarda le escoltaba hasta las duchas. Regresaba a la celda a las siete y media y desayunaba el contenido de la bandeja que ya le estaba esperando en su escritorio. A las nueve, de nuevo le escoltaban al exterior y disfrutaba de esas dos únicas horas de aire fresco mientras, bajo la estricta atención de más vigilantes, se dedicaba a entrenar para no perder forma. A las once, otra ducha; a las doce, almuerzo; a las tres se suponía que podía recibir visitas, pero él no había recibido una sola —a excepción del comisario Vollan— desde que estaba allí. A las cinco, regresaba al patio para estirar las piernas y a las seis, de nuevo en la celda, volvía a encontrarse la bandeja llena con su cena. A las diez se apagaban las luces.

Cada día que transcurría sin cambios suponía para él un pequeño revés a su orgullo. De poco le había servido maquillar la realidad y disfrazar sus sentimientos por Niels de otro caso más de control mental. Al final, el resultado había sido el mismo: él estaba en la cárcel y Niels, en paradero desconocido.

Karl le visitaba cada lunes. Ya llevaban tres, y cada visita era igual que las anteriores: apenas perdía con él más de diez minutos antes de darse cuenta de que no delataría a Niels. Esa mañana volvería a verle y el resultado sería el mismo.

Al principio, Olsen pensaba que las cosas saldrían de otra forma. Que le permitirían continuar con su vida y con su trabajo mientras superaba un supuesto síndrome de Estocolmo que, en realidad, no tenía y que, con el tiempo, podría reorganizar sus prioridades y cumplir con su deber para con Niels. Pero el tiempo le demostraba que la injusticia no solo se cebaba con los que eran como su amante, sino también con aquellos que, aun siendo inocentes, se cruzaban en su camino. Y ni siquiera había tenido derecho a un abogado que negociara unas mejores condiciones.

Era por ello que, al contrario de lo que debía suceder, Olsen estaba cada día más enfadado con el sistema. Pero aguantaba. No le quedaba otra.

Se encendió la luz, puntual como siempre, y se incorporó sin remolonear. Estaba cansado de estar tumbado. Al menos, la primera ducha del día le serviría para desentumecerse un poco y, con suerte, para darle ánimos. Quizá hoy podría empezar un libro nuevo. Quizá hoy Karl no sería tan gilipollas como de costumbre. La sola idea le hizo disimular una risa más tarde, mientras se dirigía con su escolta hacia las duchas.

Hasta que me olvide de ti (#LatinoAwards2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora