XIV (Parte 2)

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HASTA QUE ME OLVIDE DE TI
Por Ami Mercury


XIV (Parte 2)

Ronja esperaba junto a un coche abandonado. Hacía semanas que alguien había dejado el vehículo en la cuneta y se había largado sin preocuparse lo más mínimo. Los seguros de las puertas no estaban echados, había una manta de viaje en el asiento trasero, varios papeles y un estuche con CDs grabados en la guantera, un koala de peluche en la bandeja del maletero y, en el interior del mismo, una bolsa con zapatos viejos y una caja llena de libros. La historia de por qué alguien había decidido dejar todo aquello atrás era una incógnita que a Ronja no podía interesarle menos. Lo cierto era que el asunto le había venido de perlas.

Se trataba de una carretera secundaria. El asfalto no estaba en muy buen estado y, a su alrededor, no había más que prados y alguna que otra granja a lo lejos. Desde la ampliación de la autovía, un cuarto de siglo atrás, ya solo circulaban por allí aquellos vehículos que tuvieran algo que ver con las granjas cercanas o bien los que iban y venían del centro penitenciario, que quedaba a unos treinta kilómetros del núcleo urbano de El Reo.

Ronja, que había abierto el capó, consultó la hora en su reloj de pulsera. El camión debía haber pasado hacía un rato, pero el retraso era de esperar: no en vano, Oskar había echado laxante en uno de los cafés que esa mañana a primera hora había servido a los empleados a cargo del vehículo. Así que, por el momento, todo funcionaba a la perfección.

En efecto, lo vio aproximarse desde lejos cinco minutos más tarde. Ronja se inclinó entre el capó y el motor, haciendo como que revisaba algo del mismo y, cuando el camión estuvo lo suficientemente cerca, se alejó unos pasos y le hizo señas con los brazos en alto. En su rostro de aparente angustia apareció una sonrisa fugaz al ver cómo aminoraba.

—¿Tiene algún problema? —preguntó el conductor desde su asiento, con el camión ya detenido y las luces de emergencia encendidas.

—Sí, se me ha parado y ya no arranca —replicó Ronja—. Muchas gracias por parar, de verdad; me estaba helando de frío.

—Es que, ¿a quién se le ocurre salir sin chaqueta ni nada? —Alberich emitió una risa—. Vamos a echarle un vistazo.

Bajó del camión de un salto y se recolocó la gorra del uniforme en un movimiento distendido. Le dedicó a Ronja, que permanecía con los brazos cruzados y se los frotaba para simular que aliviaba un poco el frío, una mirada fugaz.

—¿Hace pesas o algo así? —preguntó con humor, puesto que la camiseta de algodón que ella vestía se ajustaba a sus músculos trabajados. No esperó a recibir contestación—. ¿Pero qué...? Señora, este coche...

No se había dado cuenta a tiempo de que no era la primera vez que lo veía ahí, de que tenía una gruesa capa de polvo por encima y de que el motor estaba completamente frío. Y, antes de que pudiera girarse para preguntarle a la extraña qué clase de broma pesada era aquella, sintió unos brazos fuertes que le inmovilizaban y algo clavándosele en el cuello. Alberich ahogó un grito que no llegó a ninguna parte.

Ronja bebió su sangre con avidez. No se alimentaba desde el día anterior para no saciarse antes de tiempo, así que no se detuvo hasta sentir los latidos de su víctima más espaciados, su respiración más leve y sus miembros completamente lacios. Lo arrastró a peso hasta el asiento del coche abandonado y cogió una carpetilla llena de documentos que había dejado previamente en el salpicadero. Se trataba de un carnet, horarios y permisos con el distintivo de la empresa de Alberich y una comunicación escrita con la baja por enfermedad del mismo. Todo, por supuesto, era falso.

Hasta que me olvide de ti (#LatinoAwards2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora