1.

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Si me preguntarán en este punto de mi vida si estoy justo donde me gustaría estar, mi respuesta sería absoluta.

No. No lo estoy, pero ni de cerca.

Todo es un caos, un desastre. Mi vida ha cambiado tanto, mis padres dicen, aunque ellos no saben que estoy al tanto de ello, que es por mi culpa y mi hermano se inclina más porque soy demasiado ingenua. Tal vez tengan razón, no lo sé. Pero ya no se que rayos hacer con tantos problemas. Me provoca correr, Dios, pero tan lejos.

Lejos de los comentarios.

Lejos de las miradas furtivas.

Pero sobre todo...

Lejos de los problemas.

— ¿Eva? — escucho la suave voz de mi madre tras unos golpeteos en la puerta. Mis ojos pasan del techo de mi habitaciones para caer justo en la puerta. — Se te hace tarde.

Oh, lo había olvidado por completo.

— ¡Ahora bajo! — le grito para que pueda escucharme, sus pasos suenan por el pasillo, cuando ya no puedo escucharla me bajo de la cama.

A lo mejor si pude escapar de las miradas y comentarios de mis antiguos compañeros, pero eso no significa que no me de algo de ansiedad empezar de cero otra vez.

Nuevo instituto, nuevos profesores, nuevas caras.

El suspiro que escapa de mis labios es involuntario. Estoy consiente de lo mucho que me costará siquiera hablar por lo asocial que me he vuelto, pero le prometí a Adrián que lo intentaría al menos y una promesa sigue siendo una promesa.

Para cuando ya estoy lista y apunto de salir de mi cuarto mi teléfono se ilumina con el nombre “Miranda” en la pantalla . Mis ojos se empañan y antes de que se me arrugue un poco más el corazón, rechazo la llamada.

— ¿Por qué tardas tanto? — La voz de Adrián me toma por sorpresa, sus ojos se tornan preocupados. — Llevo un buen rato esperándote. Mamá ya preparó tu desayuno.

— Se dice “buenos días”, hermano. — le sonrío, para que se relaje. Desde que se enteró, se exalta por todo. — ¿Puedes llevarme luego por otra línea para mi teléfono? — paso a su lado, él me sigue en mi trayecto a la cocina, donde debe estar mamá.

— Claro, pequeña. -su respuesta es inmediata. — Pero, ¿por qué?

— Solo quiero una línea nueva, no le des tantas vueltas al asunto. —murmuro, tomó asiento en la mesa. —  Buenos días.

—¿Dormiste bien, cielo?— Me pregunta papá, asiento con la cabeza e ignoro la mirada inquisidora de Adrián.

— Come rápido, linda. — dice mamá, pone el plato con mi desayuno frente a mi. — Vas tarde, no es bueno llegar tarde tu primer día.

— Gracias, mamá. — susurro antes de llevarme el primer bocado a la boca.

— ¿Quién llevará a Eva? — pregunta mamá.

— Yo lo haré. — mi hermano, la delicadeza hecha persona. Mamá hace una mueca cuando ve que habla con la boca llena de fresas.

— Hijo...

— ¿Qué?  — traga, nos mira confundido. — Hoy no cenare aquí, me quedaré en el departamento.

— Sigue sin parecerme el que te quedes allá solo, Adrián.

— Ya es un adulto, Charlotte. — dice papá, risueño.

— ¿Podemos irnos? — golpeo el zapato de Adrián.

Los Morgan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora