— ¡Por favor! — le suplico a Adrián. — Papá siempre dice que debo socializar. Pues eso estoy haciendo.
— ¿Por qué con esos chicos? — gruñe, cruzando sus brazos. — Y pretenden llevarte a una fiesta, ¡una fiesta, Eva!
— Hablas como si nunca hubiera ido a una fiesta, Adrián.
— Ese es precisamente el detalle. No pienso ser participe de eso de nuevo, no, señorita.
— Sabes que mamá se volverá loca si no vas contigo. — me siento a su lado en el sofá.
— Se volverá loca de solo saber que quieres ir a una fiesta. — me reprocha.
— Exactamente, no tiene porque enterarse.
— ¡Eva! — levanta la voz, dejándome sorprendida. Esta totalmente serio. — No más mentiras, basta.
Su voz suena distante y ronca, solo con ver esa expresión pérdida se en que esta pensando y hace que mi corazón se rompa.
— Lo intento, Adrián. — bajo la cabeza, sin soportar seguir viéndolo. — Lo intento tanto, sólo quiero volver a la normalidad, ser una chica normal que tiene amigos, sale y no tiene más que preocupaciones estúpidas y sin sentido.
— Ven aquí. — me abraza, sus brazos siempre fueron un lugar de paz para mí, mi refugio. — Lo siento, ¿si? Pero entiendeme un poco, no quiero que vuelva a pasarte algo, Eva. Moriría de saber que sufres otra vez.
— Lo sé, hermano, lo sé. — mis manos tiran de su camisa.
— Eres lo más importante que tengo, pequeña. — sus labios rozan mi frente, dejando un beso ahí, para alejarse lo suficiente para que pueda ver su sonrisa. — Iré contigo, pero a lo primero que vea que no me parezca, nos largamos.
— Gracias.-— susurro. — Soy afortunada de tenerte como mi hermano.
— Muy afortunada. — bromea, separándose de mí. — Ahora ve, debes arreglarte y por favor, no uses un suéter, Eva.
— No prometo nada.
Adrián ríe y hace señas de que corra a alistarme. Tenía poco tiempo, casi todo el rato se me fue hablando con Adrián. Cuando estoy en mi habitación, abro mi clóset de par en par, para poder analizar que podía ponerme. No sé, pero no quería algo de lo de siempre, peor tampoco quería usar algo que me hiciera sentir incómoda y ansiosa.
Se vuelve inevitable que la ropa quede esparcida por todos lados, nada es suficiente. Nada se ve bien en mí. Ni siquiera se porque me preocupa tanto verme bien hoy. Me lanzo en mi cama, pensando seriamente en quedarme en casa.
Un sonido familiar rompe el silencio y hace que gire en la cama hasta tomar el teléfono.
La cereza del pastel.
— Ahora no, Miranda. — murmullo. Dolía, dolía tanto no poder hablarle, no poder escuchar su voz alegre. Me torturo al pensar como sería si ella estaría aquí, me animaría y diría que me veo hermosa con todo. La extraño, tanto.
En un impulso, que me lamento al instante, contesto, con las lágrimas ya en mi cara, las palabras atoradas en mi garganta y con una necesidad de mi mejor amiga.
— ¡E-Eva! — ella también llora, empeorando la situación, ni siquiera se que decirle. Si disculparme, si decirle que la extraño. — Dios, sabes acaso lo mucho que te extraño, i-idiota.
-— Lo siento, lo siento tanto, Mer.-— mi llanto debe escucharse hasta el pasillo y agradezco que solo estemos Adrián y yo en casa. — Se que no debí desaparecer así sin decirte nada, y mucho menos tomar el teléfono después de eso, pero es que... Te necesito, y no se como lidiar con ello.
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Los Morgan.
Teen FictionElla era callada. Ellos guardaban un secreto. Ella era tímida. Ellos misteriosos. Ella escondía su pasado. Ellos lo daban a conocer. Dos mundos diferentes se unen de una forma extraña. ¿Quieres formar parte de esta historia? «En edición.»