Lola x Lincoln (1/?)

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Caminando sobre los días...

Pasos se escuchan a lo lejos, tap, tap, tap, ese es el sonido de las pisadas.

Hija de Venus, bendecida por el astro Rey, suave como una nube, porte de muñeca, tu sonrisa irradia paz aunque tus palabras a veces pueden ponerla en jaque.

Escuchas las pisadas cada vez más cerca, por instinto corres hacia el hermoso pensil.

Entonces caminas sobre el lindo pasto, la brisa pasa por tu níveo rostro.

Escapas de los pasos, cual foráneo ente que hace fortuita su aparición.

Lo consideras a veces chabacano, campestre, hasta astroso para ti pero siempre exultante y tratándote con deferencia incondicional.

Paradigma de nos, aunque a veces tratado con desdén por sus cosas, nunca se deja cejar por el sino.

Era la temporada del estío, los pasos aún se oían todavía en sendero que pasaste dejando rastro de tan bella efigie.

Realeza de un relato quimérico que hasta en los tiempos difíciles siempre sabe cómo convertirlos en algo vano.

Pero sus pasos aminoran la acotada distancia, entonces cada vez más resuena su risa en tus pensamientos.

Solos unos pasos, tap, tap, tap, unos brazos dan la vuelta a tan bello ser.

No hay óbice que impida el tan lejano acercamiento, eres muy melindrosa, ataviada, indócil unas de tus tantas cualidades por las que aquel chico se hacinaba hacia ti.

Solo su rostro rozó tu piel que para él es tan diáfana, tu corazón solo decía que esos instantes debían ser arcanos frente a la casta.

Para dos personas nunca fueron pitonisas en lo del otro, lo que sentían sería algo tan utópico, para el lugar en donde nacen las mejores cosas que le han pasado a la humanidad.

El solo atiza tu alba mejilla, sentados en la penumbra de un árbol que estaba a pasos de un ahora premeditado amor.

Ir a tiempos donde eras alguien adusta, es para apreciar que tanto a cambiado tus intenciones hacia tu garbo caballero.

Donde los gritos del sol no llegaba, él siempre con una actitud locuaz, mientras que tú con una actitud lacónica, solo atendías a tan inconcusos encomios.

Pero tú querías llegar al meollo del asunto, estabas rendida ante tantos ambages.

El azar no se sabe si fue un aliado o alguien con quien bregar, pues era eso o a lo que el destino quisiera.

Mejor era adjudicar a los sentimientos mostrados tal hazaña digna de un bizarro caballero que se podría comparar a las del Sid o el rey Arturo.

Ese momento, junto con el trance en que tus ojos hacían caer a tu cabellera de melena de color del oso que vive en los puntos más gélidos de este mundo.

Esos momentos eran eternos, no había segundo donde el suave rose de esos labios lo hiciera dudar no de hacerlo sino de la duración de ello, podían ser acaso segundos, minutos o que sabremos.

Estos momentos eran el Eliseo, para dos almas que deseaban no desperdiciar el tiempo en cosas anodinas.

Lo medular de la escena era que ambos disfrutaran ese hecho tangible, que solo el pasar de las décadas hiciera de eso algo imborrable de la memoria de la realeza quimérica.

El bello color verde hacía que no dejarán ni un segundo de darse el aliento definitivo, el bello color turquesa del techo del mundo hacía que solo tratarán de ver si en sus colchones blancos habían imágenes idénticas a ustedes.

Pero solo disfrutarían ese momento, siempre y cuando siguiera siendo algo recóndito.

Él no iba a dejar que ese paraíso diera paso a un averno de rechazo, paladín de sus promesas, jamás iba a hacer que sufrieras.

Tenlo por seguro princesa que tú caballero nunca dejaría de quererte y protegerte, y se escuchaban otros pasos del exterior, tap, tap, tap...

Colección de One-Shots: Loudcest y No Loudcest...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora