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Prólogo

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Tomé aire en un fallido intento de controlar mi respiración, estaba acabando conmigo el lento movimiento de sus caderas

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Tomé aire en un fallido intento de controlar mi respiración, estaba acabando conmigo el lento movimiento de sus caderas. A pesar de que la habitación estaba a media luz, podía apreciarla totalmente; sus pechos se mecían al mismo ritmo suave con el que giraba la cintura, estaba siendo malvada y disfrutando mucho de los resultados.


Apoyó las palmas de las manos sobre mi pecho, para después sonreír con sensualidad sin apartar su mirada de la mía, me agitaba la sangre verla así: ávida de placer, jadeando entre respiraciones aceleradas, cerrando los ojos mientras gemía desinhibida.

Enterré los dedos en sus caderas haciendo un esfuerzo para contenerme, me estaba aniquilando a un ritmo acelerado sin que pudiera hacer algo para no perder por completo el control.

—¿Te he dicho que me encanta como te mueves?

Asintió apresurada en medio de un suave gemido, que me causó escalofríos.

—Santi no hables —pidió mientras intentaba cubrir mi boca con una de sus manos, la aparté de inmediato, guiado por la necesidad de igualar las condiciones entre los dos, me atreví a desafiarla.

—Lo haces jodidamente delicioso, no... —Me silenció con un beso cargado de lujuria que solo acrecentó el deseo.

Nos ahogábamos juntos en medio de la necesidad y el desenfreno, nuestras respiraciones chocaban entre sí, mientras apretaba su trasero con fuerza, guiando la profundidad de los pequeños saltos que daba sobre mí. La besé de nuevo tal y como me lo pidió entre susurros, devorando sus labios con la misma intensidad del placer que solo crecía.

Nos mordimos la boca a la vez presos de la misma desesperación, me dejé llevar por su ritmo, por la manera en la que su cuerpo se contraía, por los sonidos excitantes que salían de sus labios entreabiertos. Dominado por mis instintos quise guiar la velocidad de sus movimientos, apartó mis brazos con rapidez, apresando con sus pequeñas manos las mías, sus pezones tensos rozaban mi pecho, mientras me bebía sus gemidos cada vez más constantes.

—No lo intentes —susurró demasiado agitada, al notar mis intenciones de liberarme del suave agarre al que me tenía sometido.

No pude responderle algo porque me faltaba el aliento. Respirar se hacía cada vez más difícil cuando no había contención en ninguno de los dos, cuando palpitábamos en la misma sintonía. Ni todo el pesado entrenamiento físico al que me sometía por las mañanas, acababa tan rápido conmigo, como lo hacía Valentina, desnuda, y gimiendo sobre mí.

La miré a los ojos fijamente, deslumbrándome con el verde de su mirada que parecía brillar más, la encontré preciosa, despeinada, y con los labios, el cuello y los senos enrojecidos por el roce de mi barba, su pecho subía y bajaba en medio de exhalaciones irregulares, mientras luchaba por recobrar el aliento, me tenía cautivado y era tan distraída que no se daba cuenta, no percibía que mi necesidad por ella solo crecía.

El desastre del que me enamoréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora