Capítulo 11

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*William*
-Tranquila, todo está bien- coloco mi cazadora de cuero sobre sus hombros- vamos a dar una vuelta.

Paso mi brazo sobre su hombro y con la mano agarro fuerte para que no se caiga de la borrachera que lleva. Dos pasos más adelante, noto como se desploma al suelo, inconsciente.

-Érika...- se desploma a mis pies.

Tengo el corazón que se me va a salir del pecho. Coloco un brazo por su espalda y el otro por detrás de las piernas y la levanto. Su cuerpo comienza a tiritar de frío.

-¡¿Qué narices ha bebido?!- miro a todos intentando buscar un culpable.

-Lo de siempre, Coca-cola con Barceló- Andrea mira a Anna buscando algo de apoyo- sólo que a lo mejor se pasó con el ron.

La ira se apodera de mí. Si hubiera venido y cuidado de ella todo esto no habría pasado. Soy un idiota.

-Voy a llevarla al hospital.

-Te acompañamos- dicen al unísono Andrea y Alan.

Asiento y miro a James, está sentado con la camisa medio desabrochada y bebiendo como si no hubiera pasado nada.

-James- me mira y se acerca- no quiero que te acerques a ella, ¿me has entendido?

-Venga hermanito- se cruza de brazos- no tienes que tener celos- me lanza una mirada competitiva.

-¿Celos de ti? No me hagas reír.

-Tienes celos de que me prefiera a mí- la observa y levanta la vista con una sonrisa burlona- no es nada personal.

Cada fibra de mi cuerpo quiere arrancarle esa sonrisa que tiene en la cara y darle una paliza... pero hay otras cosas que son más importantes. Noto como Érika comienza a temblar en mis brazos.

-¡Logan!- grito mientras no aparto la mirada a James.

James se cruza de brazos observando todos mis movimientos, expectante. Logan aparece sin camiseta, típico de él, con una bolsa de basura en la mano de estar recogiendo toda la mierda que han dejado medio campus en su casa.

-Llévate a James para buscar a esa escoria. Buscar en todas partes, me da igual cómo lo hagáis, pero hacedlo ya.

Voy a acabar con ellos, cueste lo que cueste. Se han pasado de la raya, y lo van a pagar muy caro.
Llevo a Érika hasta mi coche. Alan se pone de copiloto y Andrea atrás junto con Érika. Apoya su cabeza en sus piernas y la tapa con mi chaqueta de cuero.

En menos de diez minutos llegamos a nuestro destino. La cojo en brazos y entramos por las puertas de cristal. El aire caliente del hospital es casi irrespirable. Miro hacia todas partes en busca de una enfermera o un médico o alguien que nos ayude. Unos cuantos enfermeros y unos médicos se nos acercan corriendo por el pasillo blanco, uno de ellos coge una camilla de una sala próxima y la acerca hacia nosotros.

-¿Cuánto tiempo lleva inconsciente?- pregunta el médico mientras abre sus ojos pasando una luz de una linterna.

-Unos quince minutos- responde por mí Andrea.

Soy incapaz de articular ni una sola palabra, estoy petrificado delante de la camilla pensando en cualquier cosa que la pueda haber pasado. Los enfermeros se la llevan y el médico apunta los datos personales de Érika que le está proporcionando Andrea.
Tras haber acabado, el médico levanta la vista y coloca el bolígrafo en el bolsillo superior de su bata.

-¿Sabéis si ha tomado algún tipo de droga...?- se mete las manos en la bata mientras nos observa, esperando respuestas.

-No, ella no toma nada de eso- le miro fijamente, cabreado por la insinuación tan absurda que acaba de hacer.

-Muy bien. Le realizaremos un lavado de estómago y le suministraremos un suero para que recupere las fuerzas- se gira y me mira- esperad aquí hasta que una enfermera os asigne el número de la habitación en la que se encuentra- nos dedica una sonrisa amable y desaparece al final del pasillo.

Miramos a los carteles que cuelgan sobre nuestras cabezas para encontrar la sala de espera más próxima y poder descansar así un poco. Caminamos en silencio, sin medir palabra ni emitir ningún ruido. Llegamos a la sala, a mi asombro desierta y nos sentamos. El único ruido que se escucha es el de las manecillas del reloj con cada segundo que pasa, haciendo nuestra espera más larga de lo que parece.

Pasaron alrededor de dos horas esperando en esa maldita sala sin noticias de Érika ni del médico que nos atendió. Estoy desesperado, sin opciones y pensando en cómo acabar con los cabrones que interrumpieron en la fiesta.
El sonido de unos zuecos interrumpe en mis pensamientos, me levanto a toda velocidad y observo a una enfermera joven, de unos veinte años de edad, con unos papeles en la mano. Entra en la sala y busca el nombre del paciente

-¿Familia de Érika Miller?

Andrea y Alan se levantan a la vez y se ponen detrás de mí. La enfermera nos mira pensativa durante unos segundos hasta que vuelve la mirada hacia sus papeles.

-Planta tres en la habitación doscientos quince- revisa todos los datos hasta detenerse en uno de los apartados- el lavado de estómago y las pruebas han sido superadas con normalidad y ahora mismo está durmiendo. Mañana, el doctor le subirá el alta y podrá irse a casa en cuanto hable con él sobre una serie de recomendaciones y medicamentos que deberá seguir unas semanas- se despide de nosotros con una sonrisa.

Caminamos deprisa por los largos pasillo hasta encontrar la zona de los ascensores, entramos y marcamos la tercera planta. Miro en todas las direcciones buscando un cartel con los números. Impares hacia la izquierda y pares hacia la derecha. Doscientos uno, doscientos tres, doscientos cinco... doscientos quince. Me detengo delante de la puerta cerrada. ¿Y ahora qué? No sé muy bien cómo la voy a mirar a los ojos y decirla que soy un gilipollas por no cuidar de ella, cuando se lo he prometido y he dado mi palabra. Las piernas comienzan a fallarme y un escalofrío recorre mi cuerpo de los pies a la cabeza. Pongo la mano en el picaporte, respiro hondo. Una mano se posa encima de la mía y dirijo la mirada hacia ella, Andrea me dedica una mirada tranquilizadora y una sonrisa. Vuelvo a mirar hacia delante y abro la puerta. Doy unos pasos por el pequeño pasillo de la habitación y ahí estaba ella. Aún con un tubo para poder respirar alrededor de su cara, está preciosa. Me acerco a ella y me siento en la silla de al lado de la cama, cojo su mano y la envuelvo entre las mías, están frías como el hielo. La acerco a mis labios y la beso.

-Lo siento- se me escapa de los labios y una lágrima rueda por mi mejilla.

¿A quién tienes miedo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora