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No sabía si hice bien en irme de ese lugar, de lo único que estaba segura es lo triste que estaba por no ver a David. En la última semana él había faltado, no contestaba mis llamadas ni mensajes. Mi preocupación creció día con día, hasta hoy; que es sábado, por eso es que estoy en su puerta esperando tener el valor suficiente para tocar.

Escucho unos pasos y de inmediato me pongo alerta, me escondo tras una de las columnas del lugar. Espio con zozobra quién  sale por la puerta, veo una cabellera larga y unos ojos inconfundibles, son David y Mirella.  La punzada en el corazón no demora en aparecer, siento una incomodidad en la garganta que provocaría a mis ojos desbordar mi tristeza.

Dejo de esconderme para visualizar bien la imagen de los dos. Escucho la puerta abrirse otra vez, esta vez sale el papá de David, me observa con duda pero al final decide hablar.

—¿Brisa? —La voz del padre de David hace que me sobresalte un poco.

—Buen día. —Hablo bajando la mirada para que no note mi mala cara.

—David fue  acompañar a su amiga, dentro de unos minutos vuelve. —Asiento, aún sin mirarlo a los ojos—. Pasa, no es educado que esperes afuera.

...

Unos minutos han pasado y aún no vuelve David. Estoy en uno de los sillones de la sala con una taza de café, leyendo lo que el padre de David me ha entregado.

—Sabes, mi hijo se pasó toda esta semana melancólico, entraba a su cuarto a veces y lo veía tratando de escribir una carta. Es para ti, me di cuenta por la cantidad de veces que escribía tu nombre.

La carta está tan llena de borrones y errores que lo único que me demuestran es lo perfecta que quería la carta para mí, en cuanto a las cosas cursis, solo me hacen saber sobre todo el amor que siente. Después de acabar de leerla siento la necesidad de salir a buscarlo para decirlo como me siento y el porqué vine aquí. Aunque va a estar un poco difícil puesto que, él ha entrado por la puerta.

El chico arrogante [Sin Editar] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora