Todd...
Oyó la palabra en sus pensamientos, y trató de aferrarse a ella, a lo único que le pertenecería en un futuro.
Todd...
Yacía de bruces sobre una superficie blanda pero incómoda, y cuando trató de respirar, notó como sus costillas se contraían tan fuertemente que le hicieron toser hasta desmayarse de nuevo.
Al segundo intento, comenzó a recuperar la conciencia, y poco a poco la memoria. Ahora que sus pulsaciones volvían a la normalidad, recordó débilmente el último momento que vivió antes de que el Damp le atrapara.
¿A caso estaba muerto? ¿Había sido transportado a un mundo completamente distinto?
Trató de ordenar sus pensamientos, pero la cabeza le daba vueltas, y los escalofríos que sufría le impedían pensar con claridad.
Decidió levantarse, e ignoró el dolor de su hombro izquierdo y el leve pitido de sus oídos. Cuando se mantuvo en pie, levantó la mirada.
Estaba rodeado de una oscuridad tan profunda que por poco cayó de nuevo en la cama. Se encontraba en una habitación. Él solo, y completamente a oscuras. Dio unos pasos vacilantes, y empezó a tantear con las manos dónde podría encontrarse la puerta. Se cruzó con una silla, un escritorio y con un... ¿plato?. Siguió andando, pero la testarudez que cargaba encima provocó que cayese cuando pisó un libro. Gritó, pero no hubo palabra que saliese de sus finos labios. Sin embargo, el golpe que se dio sí que sonó, y dio gracias a Ita por no haberse quedado sordo.
Todd...
Un terror invadió su cuerpo, y tras gritar sin resultado alguno, comenzaron a brotarle lágrimas de sus ojos, llegando hasta sus limpios pies una vez hubieron mojado las mejillas.
Luego llegaron las náuseas, y tras ellas, el vómito. Recordó a Lucián y a su madre, ambos con caras pálidas y fantasmales, abriendo la boca y pronunciando palabras que Todd no llegaba a descifrar.
Luego creyó haberse vuelto a desmayar, pues, cuando volvió a abrir los ojos, había luz.
Entonces las vio. Eran tres siluetas. Caminaban erguidas y con paso ligero. Sus cabezas parecían estar cubiertas con gorros o capuchas, y sin duda alguna, eran humanas.
Todd trató de levantarse, pero no pudo. Escuchó una maldición de uno de aquellos personajes al haber resbalado, y más tarde un crujido a su izquierda.
Todd se giró, y vio el rostro de un muchacho, poco mayor que él, rondaba los dieciocho. Lo veía borroso, pero pudo identificar el pelo rubio y grasiento que se le pegaba a la frente, además de los ojos azules que le resultaron bastante intimidantes. La cabeza le empezó a dar vueltas.
-Padre... Edwërd... creo que está volviendo en sí. Juró el rubio en voz baja.
-Mmh, así es Shail, pero parece que trata de disimularlo —el chico comenzó a oler una débil fragancia a hierbas, y por un momento pensó que iba a vomitar—. ¿Puedes oírme, chico?
Algo en su voz, firme pero amable, hizo que el pelirrojo quisiese responder, pero las cuerdas vocales, secas y agrietadas, no se lo permitieron.
-Agua, Auro, creo que aún quedan un par de tragos en la vasija- decía el Padre Edwërd.
Le acercaron un líquido frío a los labios, y bebió convulsivamente.
Sabía extraño, no recordaba la última vez que hubo probado aquel tipo de líquido, pero le sentó bien, y su boca volvió a la normalidad.
-Muy bien —dijo el hombre, satisfecho—, ahora, ¿puedes decirnos tu nombre?
El pelirrojo lo miró, con sus ojos perdiéndose en los suyos verdes. El semblante de Edwërd era amable y la barba negra que asomaba por su barbilla le daba un aire despreocupdo y cariñoso. Pero por más que observase la hermosa imagen del hombre, el pelirrojo no pudo responderle.
Su nombre... su nombre había quedado atrás. Su nombre ya no significaba nada para él, todo lo que tuvo en un pasado había desaparecido por completo. La incomodez hizo que tratase de moverse de su sitio, pero un fuerte dolor en el hombro se lo impidió.
-¡Por el buen Ita!, la herida se ha vuelto a abrir. Shail, tráeme un paño húmedo del comedor.
Una vez trajo el paño, el hombre con oscuras barbas, lo aplicó con presión sobre su sangriento hombro, y el chico pudo notar como todos los músculos de su cuerpo se tensaban, mientras una ráfaga de escalofríos inundaban su cuerpo también. La cura fue instantánea, y cuando dejó de percibir mal alguno, pensó en una respuesta que ofrecerles, y procurando que su voz no temblase, susurró:
-Todd.
-¿Perdona? ¿es ese tu nombre?—el hombre robusto y de ojos verdes lo miró con un semblante inescrutable.
Todd asintió, y mientras cerraba sus ojos lentamente, preguntó:
-¿Dónde estoy?
Los hombres vestidos con túnicas blancas se miraron los unos a los otros, preguntándose quién respondería a su pregunta. Finalmente, el más mayor de todos, Auro, respondió:
-Estás en nuestro Aminici, la casa de Ita. Shail te encontró hace siete soles junto a un lago cerca de nuestra casa, y sin duda alguna, te llevamos hasta aquí.
Todd miró a Shail, pero no fue capaz de pronunciar palabra alguna. Sin embargo, no le hizo falta, porque Auro continuó hablando:
-Aquí podrás aprender a leer, escribir, traducir textos de nuestro Señor a la lengua oficial... estarás bastante ocupado, a no ser que tengas una familia que te eche de menos...
Todd tardó en responder a su pregunta, se repitió a sí mismo que nadie podía saber de su pasado.
-Mi familia murió hace mucho tiempo, llevo viajando solo desde entonces. No tengo lugar a donde ir.
-Entonces bienvenido seas, Todd. Si Ita lo quiso así, así será.
Y con la ayuda del Padre Edwërd, Todd se puso en pie.
Todd...
ESTÁS LEYENDO
Sectatore
Fantasy"Todd...", aquella palabra no paraba de martillear sobre la cabeza del joven desde que llegó al Aminici, decidiendo tomarla así como su nuevo nombre. De no haber sido por Ita, su futuro no hubiese tenido sentido, y ahora no sería uno de los hombres...