Capítulo 7

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Edwërd y Todd partieron esa misma tarde con los bueyes que residían en su establo. El sol ardía sobre ellos, y ya se habían acabado las dos vasijas llenas de agua que el cocinero Thom les había preparado. Las mazorcas de maíz también se habían acabado, y ahora solo les quedaba un  trozo seco y duro de pan.

-¿Te parece parar aquí?— Le preguntó Edwërd a Todd, cuyas mejillas relucían completamente rojas por el cansancio y esfuerzo que empleaba por mantenerse estable sobre el buey.

-¿Falta mucho para llegar a Aeternus? Preguntó.

-Menos de la mitad del camino, si paramos aquí, no lo haremos en ningún sitio más.

Todd bajó del buey, y se sentó seguidamente en el suelo, tambaleándose.

Tenía una gran habilidad para el arte, las matemáticas, el lenguaje... sin embargo, la resistencia y el deporte habían quedado notablemente atrás.

-Ten, cógelo. Edwërd le extendió el trozo de pan que les quedaba, mientras cogía las riendas del buey para atarlo a un árbol. Sin embargo, antes de que el seco pan llegase a las blancas manos de Todd, un hombre bajo y delgado pasó por medio, robándoles así la única comida que les quedaba.

-¡Eh! Gritó de pronto el pelirrojo, corriendo detrás suya, haciendo caso omiso al cansancio de sus piernas y el sudor de su cara. Todd reparó que la pierna del hombre no funcionaba correctamente, y que cuando corría, sus brazos hacían un movimiento extraño, como si tratasen de mantener su cuerpo en equilibrio. Pero al pelirrojo no le importó, aquel hombre le había robado su trozo de pan, y tenía que recuperarlo. No tardó mucho en alcanzarlo, y cuando lo hizo, cayó sobre él.

-Levántate. La voz de Edwërd era ronca y  malhumorada.

-Pero... Protestó Todd.

-He dicho que te levantes.

Todd se levantó a regañadientes, y se alejó del hombre moreno que yacía en el suelo.

Edwërd se agachó, y dio la vuelta al hombre.

-Por favor, no me hagáis daño... No he comido desde hace soles, a veces actúo sin saber y luego me siento verdaderamente arrepentido. Por favor tengan piedad. El hombre lloró, y Edwërd le dejó desahogarse hasta que solo se escucharan débiles sollozos. Le ofreció una mano y lo levantó.

-Solo tenemos un trozo seco y duro de pan, pero pienso que esto podrá saciarte el hambre hasta cuando aparezca la luna.

-Padre Edwërd... Edwërd miró a Todd con unos ojos que solo indicaban que se callara, y así hizo Todd.

-Ita se lo recompensará cuando llegue el momento. Rezaré por usted, Aminae, me siento tan estúpido...

-Tus reprimendas no sirven de nada, hombre de Ita, solo nuestro Dios podrá liberarte del pecado. Ahora, vuelve a tu verdadero hogar, y comienza una nueva vida.

Edwërd volvió a subirse al buey, y sin mirar atrás, cogió las riendas y prosiguió su camino.

Todd lo siguió. Sus ojos llenos de asombro.

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Las calles comenzaron a llenarse de gente, contemplando a los dos hombres que se aproximaban al castillo de Aeternus.

Algunos rezaban en voz alta por ellos, mientras que otros solo se limitaban a observarles. Todd se percató de las miradas que posaban las jóvenes sobre él, trató de evitarlas, pero finalmente las respondió con un saludo y mirada acalorada. Los Aminaes tenían permitido casarse y tener hijos con mujeres, Thom, por ejemplo, tenía una mujer que vivía a orillas del río Sur, en el Reino de Parvus, la visitaba siempre que podía, sobre todo en las fechas más importantes, como el Primer Trimestre de Primavera, el fin del invierno, la adoración de Ita en verano... el matrimonio no estaba mal visto para los Aminaes, y Todd se veía contento con eso.

Quizás el verdadero motivo por el que su pulso se aceleró al ver a aquellas muchachas fue porque simplemente, no estaba acostumbrado. Donde vivía, solo conocía a mujeres campesinas que superaban ya la edad adulta, y no despertaban dentro de él ninguna emoción. Sin embargo, aquellas adolescentes de su misma edad... no pudo evitar sonrojarse.

Edwërd se percató, y avanzó el paso dando leves palmadas sobre el lomo del animal. No quería que un puñado de mujeres cambiasen el rumbo del crío, necesitaban Aminaes, y jóvenes tan listos y esmerados como Todd no se encontraban facilmente.

-¿Adónde se dirigen, Padre? ¿Hay alguna buena noticia?

Edwërd no respondió, y sus labios se tensaron un poco más, describiendo una fina línea recta con ellos.

La gente seguía preguntando, sabiendo que no obtendrían respuesta alguna. Sabían que los Aminaes lejanos del reino eran más reservados, pero siempre cabía la posibilidad de que les respondieran.

Todd copió a Edwërd, y prefirió mirar recto y evitar las preguntas de la gente. Se le hizo duro, pero dentro de poco llegarían al castillo, donde finalmente, transmitirían la triste noticia.

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El puente de piedra separaba el castillo de la ciudad. Era mucho más grande de lo que se veía a lo lejos, y una vez hubieron llegado, ambos se quedaron sorprendidos.

Cruzaron el puente, y notaron un cambio sutil, pero seguro. Todd observó el castillo, que no era para nada como lo había imaginado. Los rayos de luz que caían del sol quedaban atrapados en la parte posterior del castillo, haciendo que éste se viese más oscuro y frío de lo que ya era.

El arco que cubría sus cabezas se inclinaba hacia el cielo con cada paso que daban, y el puente parecía no acabar nunca.

Todd se sentía nervioso, sentía un aura extraña que no había presenciado nunca. Los bellos de su nuca se erizaron cuando vieron la inmensa puerta negra delante suya. También notó como Edwërd se tensaba sobre el buey, mientras ponía su espalda recta.

Les recibieron dos caballeros armados.

-Buenas noches, señores. Venimos del Aminici de Pargo, a unas cuantas millas de aquí —cogió aire con nerviosismo y siguió hablando—. Tenemos una noticia para el Rey, es urgente.

Los caballeros se miraron al unísono y susurraron unas palabras entre ellos. Uno de ellos lanzó una mirada a Todd, y dijo:

-¿Quién es el chico que os acompaña?

-Este es Todd, ha venido para acompañarme, es un Aminae, parece novato, pero quizás sea uno de los mejores de la comarca.

Todd sonrió para sus adentros, pero no hizo ningún comentario al respecto.

-Está bien, usted puede pasar, el chico se quedará en el jardín, esperando a que vosotros dos terminen.

Edwërd asintió sin rechistar. Pensó que aquella era una idea estúpida, pero no tenía ganas de armar un follón a aquellas altas horas de la aparición de la luna.

La puerta casi negra comenzó a abrirse suavemente, y dio lugar a un enorme jardín verde, rodeado por altos muros que protegían la entrada al palacio.

En el centro, se encontraba una fuente circular, la cual, expulsaba agua por la boca de un pez que iba sujeto por un niño pequeño. Estaba tallado en piedra, con una perfección casi imposible de aplicar. Todd parecía conmocionado por el trabajo que debía haber supuesto.

La tranquilidad que calmaba el ambiente fue sin embargo interrumpida por la llegada de dos personas: una mujer adulta, y un chico que aparentaba la misma edad que Todd.

-Buenas noches Tabatha. Príncipe Richardsom.

Edwërd hizo una leve reverencia, y Todd hizo de su espejo.

-Bienvenido de nuevo Padre Edwërd, el Rey Ronan no tardará en llegar, si es de su agrado, le puedo acompañar hasta el salón.

-Será un placer. Edwërd siguió a la mujer de largos mechones azules, mientras que Todd se quedó esperándolo, junto al hijo del Rey Ronan.

Allan.

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