Prologo

30 2 0
                                    

Cuando caminas por las amplias calles llenas de árboles, flores, plantas y vida, hay una sensación indescriptible.

Cuando ves a las personas caminar, pasear, corriendo a sus niños, agarrando a sus parejas, parece ser un mundo perfecto.

Las mañana en aquella bella ciudad, eran extraordinariamente ordinarias, las personas como en cualquier otro lugar, iban de lado a lado buscando las mejores calles para llegar más rápido a sus destinos.

El sol pegaba no tan fuerte en aquel cálido amanecer.

Las flores brillaban a la par que la luz, cuando los rayos se reflejaba en las alas de aquellas contadas mariposas que volaban libremente, como tan pocas personas pueden hacer.

Las veredas, completamente vacías, se llenaban poco a poco de las hojas marrones caídas de los árboles de otoño. Y las personas, pasaban arriba de ellas, mientras repasaban las tareas del día.

Puede llegar a ser completamente indispensable, el poder observar detalles tan significativamente insignificantes para las personas que caminan por ahí, o por cualquier lugar distinto.

Tristemente, ella se daba cuenta, de que ninguna persona tenía ni idea de lo que pasaba, fuera de aquellas agendas apretadas, y miradas hacia el suelo lleno de hojas caídas.

Fuera de aquellas mentes cerradas, y volando al rededor de aquellas abiertas, se veían los pensamientos más obvios de cualquier persona al pasar en una mañana fría.

Los pasos firmes de aquella chica de clase alta, hacían que su bello cabello corto se moviera al compás de cada movimiento que daba. De cada vuelta de rostro, y giro de su cadera, era como ver a un ángel volando. Era casi tan delicada como aquellas mariposas al vuelo.

Como cualquier día, las calles se empezaban a llenar de gente, con cada minuto que pasaba.

Ella miraba atentamente, las expresiones, pasos, rostros, acciones de cada persona que, al igual que ella, se movían al compás de una bella melodía monótona que sonaba día con día.

Cómo mañana con mañana, llevaba exactamente lo mismo. Su típica ropa de invierno, con aquel sombrero tan hermoso cubriendo su delicado cabello rojo que la caracterizaba; y como siempre, un libro en mano, y por supuesto, una bella rosa cortada a la par de este.

Parecía curioso el hecho, de que jamás pasará un día del cual no se le viera tal cómo era. Única e inigualable.

Su rutina cromática, parecía una canción sin notas, un dibujo sin colores, o una fórmula matemática sin letras. Era casi imposible de comprender cómo era tan completa, e incompleta a la vez. Era imposible comprender, como una chica tan radiante podía tener esa vida.

Aquella mañana, como cualquier otra, había llegado nuevamente a la estación de tren, 8:14am, otro día más para ella.

Aquel mundo de historias tan hermoso, abrió sus hojas hasta llegar a la última palabra de aquella princesa de vestido color azul. Y la bella rosa roja que acompañaba mañana con mañana al libro, estaba ahí, abriendo sus bellos pétalos para aquella lectura comprensiblemente entretenida.

Y sí, las personas suelen imaginar cosas, con simples descripciones, de lugares o incluso de acciones. Pero te diré que está, no es como cualquier otra historia.

Esta es la historia, de un escritor sin nombre, y la chica de las rosas.

𝙻𝚎𝚝𝚝𝚎𝚛𝚎 𝚎 𝚁𝚘𝚜𝚎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora