Capitolo Sette

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Insomnio
insonnia

Una de la madrugada.
Dos de la madrugada.
Dos y media de la madrugada.
Y tres.
Y cuatro.
Y casi las 6.

Y a penas había podido pegar ojo.

“Es solo un diario, solo una libreta con unas cuantas cosas escritas”, le mencionó recordándole su mejor amigo Jack.

Pero no. Daba igual cuanto intentará convencerse de eso. No era solo un diario, era el diario.

¿Quién lo tenía?
¿Y si no lo tenía alguien?
¿Que pasaría en ese caso?

Tal vez el se ahogaría entre sus propios pensamientos y relatos. Tal vez solo moriría por exceso de imaginación.

Te puedes comprar otro, tonto – se repitió hablando sólo. 

Pero de igual forma. Comprarse otro solo sellaría superficialmente la herida que en su corazón había dejado su diario.

Eres un exagerado... –

Seamos sinceros. Si. Es un exagerado.

Ya había pasado dos semanas desde que había perdido su diario.

La primera semana, pareció no afectarle. El apunto sus cosas en su celular, y el mundo giraba en su órbita común. Como día con día, noche con noche, tarde con tarde.

Al principio de la segunda semana, empezaba a desesperarse. Era como comparar el leer un libro en físico, con un libro en PDF. Y su angustia lo apoderó cada mañana una milésima más.

Y se cumplieron las dos semanas. Y no pudo pegar ojo. No durmió, y por tanto no descanso. Y a la vez le llevo a salir con muchísimo sueño y sin querer nada. Que también hizo que tuviera un mal humor, que ni el mismo se aguantaba.

Salió unos minutos más tarde que de costumbre. Mientras observaba a una chica irse mientras llevaba una bella rosa roja.

Una bella rosa roja parecida a las que él cuidadaba día con día en su bello jardín.

Pero nada lo llevo a pensar que era suya (por suerte). Y eso hizo que por suerte, nada pasará.

Con flojera, arrastrando los pies, con la espalda encorvada, unas ojeras que se veían a dos kilómetros, y sus ojos tan cansados que le pesaban. Fue a otro día de trabajo.

Por una vez, no prestó atención a nada. No observó nada. No imagino nada.
Nada pasaba por su cabeza, más que una cama con ojos y saltando e incitandolo a ir con ella.

Se sentía vacío por dentro.

No sabe cuando llegó a la estación. Se sentó en su lugar, y se quedó mirando al suelo, que parecía quedar tan lejos.

AGH, si no fueras como eres no estarías cómo estás. – suficientemente fuerte para que alguien más escuchara lo dijo.
– Con todo lo respeto. Si su día va muy bien o no, no me interesa, señor. – el volteó tan rápido, que sintió como su cuello hacia un ruido extraño.

Una chica pelirroja se encontraba ahí. Tenía una cara y expresión (ante todo) totalmente enojada.

Ella previa estar indignada por el hecho de que al parecer, aquel chico de pelo negro había interrumpido su tranquilizante y necesaria dosis de lectura del día.

El quedo igual de sorprendido, o más, que la última vez que la había visto.
¿Siempre había sido así de hermosa? Y ¿Su voz siempre era así de reconfortante?

No lo sabía. Pero había algo seguro, que por cierto, no le daba  ni una pizquita de gracia.
Eso acabaría en discusión.

𝙻𝚎𝚝𝚝𝚎𝚛𝚎 𝚎 𝚁𝚘𝚜𝚎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora