Capítulo XX

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Los pies descalzos de Aitana rozan la hierba y ella se estremece, por el cosquilleo que le produce. Encoge las piernas, buscando el refugio suave de la toalla, y dejando que su cuerpo vuelva a quedar dentro de los límites de ésta. Luis aprovecha para agarrarle las piernas y ponerlas encima de las suyas, de modo que quedan cuerpo con cuerpo, abrazados y enroscados el uno con el otro. Ella sonríe y le deja un suave beso en los labios.

Ha sido la mejor semana de sus vidas. Siete días en las nubes. Desde esa tarde de confesiones en casa de Luis, prácticamente no se habían despegado el uno del otro. Esa noche, Aitana la pasó en la cama del gallego. Pidieron sushi a domicilio y pasaron la noche en vela, descubriendo detalles del uno y del otro, hablando sin cesar y dejándose llenar de mimos y abrazos. Repitieron, más de una vez, lo que había pasado la noche anterior, entonces ya sin remordimientos. Y los días que siguieron, volvieron a repetirlo muchas veces más. Aprovecharon cada segundo de esos días juntos, como si fuera algo prohibido o que más temprano que tarde estuviera destinado a acabarse.

Así que pasaron la semana entre sábanas, hasta conocer cada parte del cuerpo del otro a la perfección. Y, aun así, les quedó tiempo para dejarse llevar por la vida barcelonesa: pasearon agarrados de la mano por el Parque de la Ciutadella, fueron a cenar por el centro como una pareja enamorada y hasta visitaron los peces del Aquarium de Barcelona. Fue una semana inolvidable.

Como la de una pareja normal.

Aunque no eran nada de eso. A pesar de que habían pasado esos días comportándose como si fueran novios, todavía no habían llegado a mantener la conversación sobre qué tipo de relación tenían. Ninguno de los dos quería sacar el tema, por las consecuencias que podía traer, por el miedo a que se rompiera la magia de esos momentos. No había nada claro. Al menos, de palabra.

Luis le acaricia el pelo, suavemente, mientras ella reposa la cabeza en su pecho, en silencio. Mira al horizonte, clavando la vista a las olas que rompen en la orilla de la playa. Están tumbados a unos metros de la playa, en la sombra, bajo los árboles que opacan los rayos aún fuertes del sol de octubre. Aunque el mar, la brisa y el cuerpo de Aitana son la mejor combinación para sentirse en calma, está intranquilo. Mira el reloj de su muñeca. Ya casi es la hora.

En menos de media hora, Luis ha quedado con Carlos. Aunque se había comprometido con Aitana a hablar con él cuanto antes acerca de la nueva situación entre ellos, todavía no se había atrevido a dar el paso. Había estado evitando a su amigo durante la semana entera. Cada vez que se proponía mandarle un mensaje para verse, el miedo le paralizaba, provocando que aplazase el encuentro un día más. Era miedo a perder ese sueño que estaba viviendo con Aitana, miedo a que se terminara de repente lo más real y bonito que le había pasado nunca.

No podía arriesgarse a perderla. No ahora que por fin había conseguido algo de felicidad en su vida, después de tanto tiempo. Aitana era para él como un oasis.

Durante esa semana, ella le había preguntado más de una vez si ya había hablado con Carlos, siempre recibiendo una negativa como respuesta. Aitana entendía perfectamente lo difícil que tenía que ser para él esa situación, por lo que tampoco insistía ni le presionaba. Era una putada. No tanto para ella, que, al fin y al cabo, Carlos era su ex y no tenía que darle ninguna explicación acerca de su presente, pero sí para Luis, que tenía que contarle a su mejor amigo que se estaba viendo con la chica con la que estuvo cuatro años.

Por eso, la peor pesadilla de Cepeda era que se diera la situación de tener que elegir entre Carlos y Aitana.

Porque no sabría qué decidir.

Suspira y vuelve a mirar las agujas del reloj. Un cuarto de hora.

- ¿Estás bien? – pregunta Aitana, dándose cuenta de lo inquieto que está.

Más Allá de lo Inevitable | AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora