Capítulo XXXIX

1.3K 52 46
                                    

La situación no podía ser más incómoda. Aitana estaba de pie, entre Luis y María, que se lanzaban miradas furtivas de vez en cuando. Los dos se habían plantado en su casa para pedirle lo mismo: una decisión. Y ella no sabía si era capaz de hacerlo.

Tener que elegir entre las dos personas más importantes de su vida era la decisión más difícil que había tenido que tomar nunca.

Luis y María eran dos mundos completamente distintos. Luis estaba de pie, apoyado a la pared, con la mirada fija en el suelo y comiéndose las uñas. Era el chico duro, triste, enigmático... pero tan dulce y bueno debajo de esa capa superficial. María, en cambio, seguía sentada en el sofá, apoyando los codos en las piernas, que a su vez las movía frenéticamente. Era la chica indomable, graciosa, ligona... pero tan irresistible y frágil a la vez.

Luis y María.

María y Luis.

Y en el centro, ella. Aitana.

- Me voy. – suelta Cepeda, cansado de esa situación tan tensa. Lanza una mirada primero a Aitana y luego a María – No sé qué hago aquí... No quiero molestar.

La catalana se queda en silencio, sin moverse, pensando que quizás es la mejor opción. Lo de tener que tomar la decisión delante de los dos no le apetecía en absoluto.

- No, Cepeda – salta María – Quédate. Esto es algo que nos incumbe a los dos... Paso de tener que volver a vivir cómo Aitana me deja para irse contigo. Lo que tenga que ser, que sea ahora.

Aitana traga saliva en cuanto ve que las palabras de María han convencido a Luis, que vuelve a apoyarse a la pared y cruza los brazos. Él tampoco quería volver a vivir lo de la noche anterior. Prefería lidiarlo ahora. Acabar ya, fuera cual fuera la decisión.

Aitana suelta un bufido.

- ¿Me estáis pidiendo que toma una decisión... así? ¿Ahora?

- No, Aiti... La decisión ya la has tomado... Estoy seguro de que en el fondo sabes lo que quieres...

- Solo te pedimos que nos lo digas ahora y acabemos ya con esto – concluye María, terminando la frase de Luis.

La chica se pone las manos en la cabeza y empieza a caminar en círculos, agobiada. Luis y María permanecen en silencio varios minutos, dándole su tiempo y observándola cómo trata de encontrar las palabras adecuadas para romper el corazón de uno de los dos.

O de los dos.

- Dilo, ya. Por favor. – pide María, dejándose llevar por los nervios y la angustia.

Estas cuatro palabras se le clavan en el pecho y le cortan la respiración. Pero más que las palabras lo que se le atraganta es el dolor que ese tono de voz transmite. Dolor, súplica, sufrimiento, ansias. Ansias de terminar con todo.

Coge aire y aunque intenta soltarlo de la manera más calmada y lenta que puede, lo saca a trompicones, como si el aire, testarudo, no quisiese salir y, obligado, lo hiciera temblando, ahogándose, muerto de miedo.

Pero es ella quien está muerta de miedo. Aun la súplica de María, su voz se niega a emitir ningún sonido. Las dudas se la están comiendo, ni siquiera puede pensar en pensar más. Siente que la cabeza le va a explotar, que las piernas, que no dejan de tambalearse, fallarán en cualquier momento y que la gota de sudor frío que está resbalando por su espalda se multiplicará por mil, inundando su cuerpo entero hasta ahogarla y conseguir que ese aire no llegue a salir.

No puede. No puede hacer esto.

Y es que si algo es inevitable en Aitana lo son la inseguridad, las dudas, los miedos. Porque la inseguridad y muchos complejos siempre han sido sus fieles compañeros de viaje, incluso en sus relaciones con los demás, y sobre todo en su relación consigo misma.

Más Allá de lo Inevitable | AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora