Capítulo XXXIII

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Los últimos rayos de sol de la tarde se cuelan por la ventana y apuntan directamente al rostro de Aitana. Le producen un contacto tan agradable que los recibe con una sonrisa relajada. Está recogiendo sus cosas en la habitación que ha compartido con Luis ese fin de semana en la casa rural, guardándolas en la bolsa que había traído. Ya no queda casi nada desperdigado en la habitación, puesto que la mochila de Luis ya está llena y cerrada. Él ahora está abajo, ayudando a limpiar la cocina y el salón, repletos de vasos, comida, alcohol y todo tipo de restos de la noche anterior.

- Arriba ya está todo recogido – informa Aitana, tras bajar las escaleras y mientras deja las dos mochilas en la entrada de la casa, junto con un montón más. - ¿Ayudo con algo más?

Sabela le contesta que no hace falta, que ya está prácticamente todo listo. Aitana asiente y sale al porche de la casa. Un viento helado la sacude nada más sentarse en el banco y se apresura a taparse con el abrigo y la bufanda. El sol ya está casi oculto detrás de las montañas y todavía hay restos de nieve tanto en el suelo como en el capó de los distintos coches aparcados.

Cuando se levantaron esa mañana, ya rozando el mediodía, tras ducharse y más de uno tomarse una aspirina para la resaca, decidieron salir a jugar con la nieve, puesto que durante todo el día anterior había estado nevando, pero hoy relucía un so deslumbrante. Se pasaron horas jugando a pelearse con bolas de nieve, a tirarse en trineo y a crear muñecos u otras criaturas heladas. Entraron exhaustos a la hora de comer, y tras preparar el almuerzo con todas las sobras que les quedaban del día anterior, decidieron que era hora de irse.

Aitana gira un poco la cabeza y mira, desde la ventana, el interior de la casa. Consigue ver a Nerea, al fondo, sentada en uno de los sillones junto a Julia. Es la primera vez en lo que va de día que la ve. La rubia se había pasado el día entero encerrada en su habitación, sin ganas de salir a jugar, ni tan siquiera comer.

La noche no había ido nada bien para ella. En cuanto Aitana le contó la verdad sobre Carlos, Nerea se puso a llorar desconsoladamente, soltando todo lo que había retenido durante horas. Cuando consiguió dejar de llorar, buscó a Carlos y cortó con él, directa y rotundamente. Él negó todo lo que le había contado Aitana y la trató de loca, pero ya de nada sirvió, porque Nerea había tomado la decisión y no la iba a cambiar.

Aunque Aitana se alegraba de esa decisión, no podía evitar sentirse mal por ella. La veía que lo estaba pasando mal y tenía ganas de ayudarla, pero sabía que no era la persona indicada para hacerlo.

Por lo menos, Carlos había recibido de su propia medicina.

Cuando, a las tantas de la madrugada, Aitana y Luis se tumbaron en la cama, le contó finalmente todo lo que había pasado esa noche, incluyendo la confesión de Carlos. Luis se quedó pasmado y se maldijo por haber vuelto a confiar en su examigo. A su vez, él le contó lo que le había dicho a él, y los dos coincidieron en que lo mejor que podían hacer era cortar definitivamente todo contacto con el catalán. Se había acabado.

- ¡Enana!

Los ojos se le iluminan nada más oír la voz de Luis llamándola de esa manera.

Ella se levanta y va hacia él, que está de pie delante de la puerta de la casa.

- Ya está todo listo para irnos.

Asiente y agarrados de la mano se dirigen hasta el coche, junto a los demás.

- Luis...

Él le da un suave apretón en la mano, a modo de "te escucho".

- Creo... – sigue Aitana, algo tímida y sin mirarlo a los ojos – creo que nos merecemos unas vacaciones.

Él levanta las cejas, divertido, y la observa.

Más Allá de lo Inevitable | AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora