-¿Bru? -la voz de Eugenia medio despierta a la joven que dormía en la habitación de su amiga después de haber llorado casi toda la noche por su novio y también haber tomado algunas cervezas de más en su momento de tristeza.
Se restriega los ojos para luego mirar a su amiga que mostraba una expresión de preocupación y suspira para después hablar.
-Perdón, estoy durmiendo como morsa en tu cama. -suelta la morocha y Eugenia niega rápido.
-Levantate gorda, hay alguien que quiere hablar con vos.
Quiere gritarle a su amiga pero ella abandona rápido la habitación y luego escucha la puerta principal de su casa cerrarse con fuerza.
Se cambia rápido con la ropa de su amiga que sabia que le prestaría e ingresa al baño de la habitación en el que se mira detenidamente en él espejo. Ojeras, ojos hinchados, labial seco ya casi a punto de desaparecer y la mejor cara de orto que podría haber.
Cuando termina de arreglarse sale de la habitación para caminar hasta la cocina donde se lo encuentra a él, vestido con su remera favorita del club y un joggin negro holgado que quizás para ella lo hacia verlo más lindo de lo que era.
Al conectar sus miradas él siente ese sentimiento de culpa y arrepentimiento que lo venía atormentando hace días y ella, siente la misma decepción que sintió cuando supo todo.
Pero no quería perderlo, él era todo para ella, y ella, todo para él.
-Todo tiene una explicación. -suelta el futbolista.-¿Cuál es, Lauti? Estuviste con ella, ¿o vas a negarmelo?
Las preguntas insistentes de Brunella atormentar a Lautaro que siente ganas de desaparecer en ese momento pero después de un silencio incómodo él asiente con la cabeza despacio.
-Brune estabas tan distante... no sabia que hacer, me sentía mal, ella al principio dijo que sólo quería ayudarme y ser mi amiga pero después pasó...-su voz se quiebra, y a su novia se le aguan los ojos. -Si acepto que fue mi culpa pero vos también... no te esforzabas mucho por cambiarlo.
Si hay un culpable aquí, somos los dos.
-Andá Lautaro, ya está, pasó, me voy a quedar en casa de mi mamá unos días.
Irse de su casa era algo que claramente iba a pasar, lo ultimo que quería era pasar tiempo con Martínez.
Después de casi echarlo del departamento de su amiga, ambos están destrozados, se querían tanto y de un momento a otro se perdió todo.
Lautaro suelta sus lentes de sol con fuerza sobre el asiento del acompañante para luego soltar todas las lágrimas que tenía acumuladas hace rato.
Conduce aún con los ojos aguados hasta su departamento que a pesar de no querer estar allí porque cada espacio le recuerda a allí no tiene otro lugar al que ir.
Las puertas del ascensor se abren mostrándole a Lautaro una figura conocida al final del pasillo. Suelta un suspiro pesado, era a la última persona que quería ver en ese momento, sólo quería tirarse a su cama y llorar.
-Agus... -llama la atención de la rubia nombrándola y ella se gira rápido clavando una mirada fija en el futbolista que sus ojos rojos lo delataban.
-¿Estás bien? Me imaginé... por eso vine. -suelta la rubia y el se encoje de hombros, dándole a entender que no, no estaba bien.
Abre la puerta del departamento y el olor a aromatizante de limón inunda sus fosas nasales, ese olor que caracterizaba su departamento ya que era el perfume favorito de su novia.
-¿Querés tomar algo?
Pregunta sobresaltando a la rubia que miraba tranquila una foto de él y su novia que yacía en un mueble.
El joven toma el retrato para darlo vuelta ocultando la foto y Agustina lo mira confundida.-No quiero nada... gracias. -agradece la rubia y se apoya en el mueble mostrándole una sonrisa traviesa a Lautaro que capta casi al instante y de un momento a otro, ambos estaban en el sillón entregándose el uno al otro.
Bajo cualquier circunstancia ella siempre iba a ser su desahogo cuando las cosas salían mal.
-
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