9. Neptune.

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Jesse regresaba a casa, miraba atenta a las calles, parabrisas encendido gracias a la lluvia que había empezado unos minutos después del entierro.

Lukas no había llorado, absolutamente nada. Y eso a la castaña le daba un amargo sentimiento, nunca comprendió lo cerrado y lo poco demostrativo que era el rubio con sus emociones. Le asombraba que el chico podía tener un huracán de emociones dentro de él y nadie se daría cuenta.

Nadie más que Joseph. Pero él ya no estaba.

La chica se estacionó delante de su casa, viendo el volante fijamente, no se sentía lista para volver a su vida color rosa con Aiden. A veces pensaba maneras ficticias de decirle a su prometido que realmente no se sentía lista, que quería un poco más de tiempo antes de casarse, pero no encontraba la valentía de hacerlo.

Bajo de su auto lentamente, cerró el mismo con seguro y caminó hacia la entrada. Eran ya casi las ocho y media de la noche, pero no le preocupaba que Aiden pensara mal, él sabía que iba a algo realmente importante para ella.

Abrió la puerta, y después de cerrarla tras de sí, dejó sus llaves encima del pequeño mueble que tenían a un lado de la entrada y con una mirada entre confundida y sorprendida, pudo reconocer el pequeño papel doblado a un lado de sus llaves.

Lo tomó con manos temblorosas, y lo abrió. La carta que había escrito para Lukas, meses atrás.

—¡Aiden! —la chica gritó desesperada, buscando por todos los cuartos de la casa—. ¡Aiden! ¡¿Dónde estás?! —el pánico dominó su voz por unos segundos, mientras la idea de su prometido abandonándola dominaba su cabeza.

Entró al cuarto que compartían y pudo distinguir a un Aiden sentado en la orilla de su cama, tenía la mirada perdida en algún punto de la habitación, así como una botella de vodka a casi acabar en la mano derecha, que sostenía con fuerza, o era lo que Jesse interpretaba al ver los nudillos blancos alrededor de la misma. Y después de unos silenciosos momentos, mientras se formaba un aura de tensión entre ellos, el castaño levantó la mirada, decidido a encontrarse con los ojos de Jesse.

—¡Ah, mi prometida! —el chico soltó burlón, sonriendo socarronamente—. ¡Mi amor! Realmente creí que llegarías tarde... —la chica logró distinguir en Aiden un par de ojos rojos, pero no estaba segura de si eran porque había llorado, o por lo ebrio que estaba, pues se le escuchaba arrastrar las palabras.

—Aiden... esto es... —Jesse buscaba las palabras correctas, no podía hablar de los nervios, y no quería imaginar lo que sentía su prometido, o quizá ex prometido en esos momentos. Levantó la pequeña carta para que el ojiverde la mirara—. No es lo que piensas.

—¿Ah, segura? —se levantó de la cama y se acercó lentamente a ella—. Yo no siento... —Aiden resopló, dejando que un completo olor a alcohol fuera percibido por la castaña—. Yo no siento que esa carta fuera un simple poema —tomó la mano de Jesse—. ¿Cuándo lo escribiste? ¿Fue hace poco? ¿Acaso ese enorme sentimiento que sientes por Lukas... va más allá de mi simple comprensión como tu futuro esposo? —Aiden comenzó a alzar la voz, pero Jesse no pensó que lo notara—. ¿Por eso querías ir sola hoy? ¿Para estar con el amor de tu vida y abrazarlo por la muerte de su abuelo o por algo más? —la chica hizo una mueca, no le gustaba a donde iban las suposiciones del castaño—. Siempre lo supe Jesse, siempre supe eso de ti... pero fui tan ciego, estuve tan enamorado que me negué a verlo...

—Aiden, nada de lo que piensas es...

—No, Jesse, comprendo perfectamente —le interrumpió, realmente no quería escuchar excusas—. Y espero, de verdad espero —empezó a retirar con manos temblorosas e inseguras el anillo de compromiso que le había dado a la chica—, que tú también comprendas que esto ya no te pertenece.

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