Capítulo 11

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Cuando despierto estoy cubierta de sangre, pero no cerca de la carretera en absoluto, estoy sobre rocas, negras, parecen carbón, mi vista esta nublada y una vez que me he sentado sobre la roca en vez del desierto que había alrededor de la carretera, busco a las chicas y sé que todo va mal, porque Adriana tiene su rostro cubierto de sangre y Alinka tiene la pierna derecha y su brazo izquierdo doblados en un Angulo difícil de describir y completamente anti-natural

Me trato de levantar pero mi pierna tampoco luce mejor que la de Alinka, aunque por el momento no me duele.

-      Eso se ve feo – busco desesperada el origen de la voz, es ronca y sé que es de un hombre, pero no lo veo, hay demasiada oscuridad alrededor

-      ¿hola? – pregunto estúpidamente

-      Hola – contesta el hombre que aún no veo, su voz parece venir de todas partes – en menudo lio están, me temo que incluso si llegara la ayuda mortal no sobrevivirán

-      Bueno, eso sí es un lio – tomo mi pierna porque ya he comprobado que no está rota, solo está el hueso fuera de su sitio, la afirmo fuerte y la muevo mientras en el dolor soy transportada al infierno ida y vuelta y mi grito llega hasta el tártaro. El hueso parece estar en su lugar de nuevo, pero siento que ahora tengo dos corazones y uno está en mi rodilla palpitando de dolor.

-      Eres muy valiente, veo porque tu padre está decepcionado de ti – me rindo en encontrar el origen de la voz, busco en mi bolso y saco una polera con estampado de leopardo que no estaba dispuesta a usar y la rompo en vendas que me ayudan con mi pierna – ellas están más allá de tus poderes y arte del cuidado – y la poca luz que hay se enfoca en mis amigas

-      ¿están muertas? – trato de acercarme a Alinka que es la que está más cerca de mí, la escucho respirar, con mucha dificultad, pero la escucho y una parte de mí se tranquiliza.

-      Aun no, pero pronto, lo que necesitas es suerte – reconozco la parte de la profecía, pero no tiene sentido

-      Se supone que Adriana es la suerte

-      Si y no, ya veo que faltabas a tus clases, la suerte es de quien la necesita, tu moldeas tu suerte, los hijos de la suerte solo la saben moldear con más facilidad, quizás Iris te pueda ayudar con eso luego, lo que ahora necesitas es convencerme de que las deje vivir

-      ¿Quién eres tú? – digo un poco exaltada, pero la voz que me responde sigue siendo calmada

-      Una hija de hypnos debería saber en las sombras de quien se oculta su padre ¿sabes a quien pertenecen las sombras? Pequeña semidiosa

-      Hades – digo y una nube negra envuelve la estancia ya oscura

-      El mismo y ante tus ojos – hay un hombre frente a mi ahora, usa una capa negra demasiado genial que me consumen las ganas de tocar, el cabello negro y los ojos de Thomas, sé supone que sea aterrador, pero cuando lo miro solo veo al padre de mi mejor amigo. Dioses, lo extraño.

-      ¿Qué necesitas? Hare lo que sea necesario

-      Necesito que detengas la guerra – dice calmado mientras junta de manera delicada la punta de cada uno de los dedos con los de la mano opuesta

-      ¿Qué guerra?

-      Ven cariño, no les pasara nada – dice mirando a mis compañeras, me ayuda a levantarme y me hace cojear a su lado

-      ¿lo juras?

-      Eso aún no, juro que en tu ausencia no les pasara nada, luego, solo dependerá de ti, demos un paseo – comenzamos a caminar y poco metros más allá, cuando la oscuridad ha consumido  a mis amigas aparece un jardín. – mi querida esposa está arriba llevando primavera a distintos lugares, pero me ha dejado su jardín – no sé qué tiene que ver eso con una guerra, pero sí sé que no debo interrumpir a un dios, menos al del inframundo y con menor razón si la vida de mis amigas cuelga de sus fantasmagolicos dedos. – ¿en qué piensas?

-      En que la madre de Thomas debe ser morena, él es moreno

-      Qué bueno que hablas de Thomas, veras, él es el verdadero motivo por el que estas aquí – dice mientras toca una flor y esta se vuelve negra, parece un poco decepcionado, pero lo deja pasar y seguimos con el paseo

-      No entiendo

-      Claro que no, veras el resto de los dioses está empeñado en hacer vista gorda del asunto, exceptuando a Apolo, tenemos motivos para preocuparnos

-      Sigo sin entender – digo cuando el dios hace una pausa, estamos en medio de un hermoso jardín, me puedo imaginar que es la única parte decente a la vista que hay en este lugar.

-      Eso es porque no me dejas terminar, como te decía, hay una guerra pronta a estallar, quizás minúscula, pero a mí, a mí me afecta infinitamente, al menos a mi hijo.

-      ¿sobre la visión?

-      Sé que hablaste con tu padre, sé todo lo que sucede en la sombras, necesito que no lo hagas, si entregas esa manzana vas a desequilibrar todo

-      Vi a Thomas sufrir – digo con un hilo de voz

-      Apolo ya te lo dijo y mi sobrino no es estúpido, cuando intentas cambiar las cosas que se supone que pasen nemesis se convierte en una perra.

-      ¿no hay nada que pueda hacer para cambiarlo?

-      Hay algo que debes entender mi quería niña, Apolo no es bueno contigo porque le agrades, es porque de ti depende algo importante para él, yo soy bueno contigo no porque me agrades, aunque si lo haces, un poco, te estoy ayudando porque es bueno para mi hijo.

-      ¿entonces no debo completar la misión? – es la conversación más enredada de mi vida, lo que entiendo hasta el momento es que hay una guerra que estallara dependiendo de si le entrego la manzana a mi padre o no, si lo hago Thomas no sufre, pero estalla una guerra y si no lo hago evito una guerra y Thomas es destrozado

-      Tu misión es más que escapar de Ladón, el dragón inmortal, tu misión es entregarle las manzanas a la persona correcta.

-      ¿Quién más quiere las manzanas?

-      Alguien que ya te la pidió – mi padre, pero ¿por qué?

-      Él dijo que no la quería para él

-      Dime querida, ¿por quién estoy haciendo esto yo?

-      Por Thomas

-      ¿y Thomas es?

-      Tu hijo – digo comprendiendo solo un poco más

-      Oh cariño, aquí estamos, mira que hermoso es – estamos frente a un árbol gigantesco, mide más que la mayoría de los edificios de new york y en él hay pequeños frutos rojos del porte de una manzana

-      Son granadas

-      No cualquier granada

-      Es aquella que comió Perséfone – el dios asiente y contempla el árbol con una clase de amor que no he experimentado

-      Aquella que la condeno para la eternidad – hace una pausa y saca uno de los frutos – este árbol es igual al de las mágicas manzanas, te obsequiare esto, contiene tres pepas, cada una sanara sus heridas, ahora decide ¿una guerra o un corazón roto?

-      La guerra y el amor siempre van juntos – digo sin saber que mis palabras me condenaran

Semidiosas de la eternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora