III.

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—Vo... Volun —llamó por su nombre al muchacho, quien caminaba a paso seguro frente a ella.

—¿Sí?

—¿En dónde estamos? ¿Qué es aquí? —le preguntó.

—Este es el Abismo. Solemos llamarlo «El Abismo de los Ciegos», pero se llama únicamente «Abismo» —devolvió. No obstante, para ella, aquella respuesta resolvía poco o nada. Estaba a punto de formular una nueva pregunta cuando él volvió a hablar—. Estamos en la Zona de Penitencia. Además de esta, existen también la zona de tortura y la Zona Purgatoria. Dependiendo de cómo seas o cómo hayas sido allá afuera, en el mundo exterior, tendrás a tu presencia etérea en cualquiera de estas tres zonas.

—Y... ¿aquí qué se hace? ¿Y por qué el chico de allá atrás se lanzó así? —le preguntó al muchacho, recordando lo recién sucedido y girándose hacia atrás. Curiosamente, el obtener una vista libre de niebla hacia el precipicio donde el suicida se había lanzado era posible gracias a que, aparentemente, la niebla estaba presente solo a su misma altura. Ahí, vio al chico que se aventó y a un puñado más retorciéndose en la piedra. Mirándolos ahí, notó que la piedra roja que estaban pisando, al bajar, obtenía tonalidades dependiendo de su altura: abajo, el carmesí oscuro se tornaba en un rojo que por poco llegaba a marrón y todavía más abajo, casi llegando a lo que parecía ser un caudaloso río de aguas negras que corrían hacia atrás, en dirección hacia la rampa en la que había despertado y más allá, el piso era oscurísimo. Tan oscuro de hecho, que ya no estaba segura si aquello seguía siendo parte del piso o ya era agua negra pura.

—Este abismo, la Zona de Penitencia, no es otra cosa que un conjunto de ocho dominios y tres grandes partes comunes presentes en casi todo el lugar. Cada dominio, custodiado por un poderoso ente, está destinado a hacer que sus merodeadores, las presencias etéreas de algunas personas de afuera, paguen una penitencia acorde a sus acciones cometidas allá, en el mundo exterior —explicó. La chica, aún embobada por el sufrir de la gente de allá abajo, escuchaba atentamente a las palabras de Volun, aunque no podía esconder su angustia—. Vamos, no debes de preocuparte tanto por los merodeadores de un dominio. Más si te digo que lo que nos espera allá adelante es mil veces peor que esto —pidió.

—Vale, sí, lo intentaré —dijo ella, quitando la vista de ahí y suspirando—. ¿Qué me decías de zonas y dominios?

—Tenemos tres zonas comunes aquí. ¡La primera es la que estás pisando! —le dijo, dando tres sendos pisotones en la roca con su pie descalzo—. Este es el sendero principal del abismo. Las otras dos son la Soledad y la Depresión —cambió su tono a uno más apagado al mencionar esos últimos conceptos—. Zonas tan sombrías que no le deseo a nadie una estadía en ellas, por más corta que pueda ser.

—¿Y dónde están? O sea, una es la que pisamos, ¿y las otras?

—Debajo de casi todos los dominios, y casi también llegando a las peligrosas aguas del Mar Negro, hay dos niveles de tierra, uno encima de otro. El más bajo es la Depresión. Un sitio tan desolado, frío y hostil que trata tan mal a sus merodeadores, que la mayoría optan por la salida fácil: dejarse llevar sencillamente por los gélidos vientos hacia el Mar Negro. Quienes se deciden por regresar a su dominio y luchar para llegar a este sendero principal, tienen que pasar de la Depresión a la Soledad: un terreno no tan oscuro pero sí hostil y tenebroso. Un terreno que simboliza la falta de ánimos externos por parte de más personas allá afuera.

—¿Entonces esos que se han aventado allá atrás cayeron en la Depresión o en la Soledad? —preguntó ella, comenzando a darse cuenta de cómo funcionaban las cosas.

—¡En efecto! Pero no debemos de tener compasión o lástima por ellos. Primero y principal, porque ellos llegaron ahí por sí mismos. Nadie los empujó ni los obligó a hacer lo que hicieron. Segundo, pero no por ello menos importante, ese es el ritmo natural de las cosas ahí, en el dominio de Atten. El dominio dedicado a los arriesgados. Pero esos dos dominios que has visto son apenas los más suaves de aquí —afirmó con seguridad.

—¿Eso era un dominio? ¿Y lo que me dijiste del ente? Y... ¿dijiste dos dominios? ¿Cuál es el otro? —preguntó, inundándose en sana curiosidad que él comprendía a la perfección.

—¡El otro es el dominio del que has salido tú, la Rampa de los Inconscientes! Ten en cuenta de ahora en adelante que el abismo está dedicado para todos aquellos que no quieren o no pueden ver y por ello, lo más frecuente aquí, es que veas a gente ciega. A gente que ha perdido sus ojos.

—Yo... ¿yo no quiero ver? —pensó ella, recordando momentos en su vida en los que haya actuado sin pensar.

—Tú has despertado en la Rampa de los Inconscientes. Tú no es que no quieras ver; a ti algo te lo está impidiendo —aclaró. A pesar de que el chico le quitaba de la mente algunas dudas, paralelamente, también le creaba nuevas. Un tramo más de camino recorrido después, teniendo ambas vistas apuntando hacia el mismo lado y estando la muchacha nuevamente muy sorprendida por lo que sus ojos comenzaban a captar, Volun habló—. Sé que aún tienes algunas dudas sobre las zonas comunes, sobre ti, sobre mí, sobre los dominios y sobre tu destino, pero permite que sea el propio camino quien resuelva tus preguntas. Eso que ves ahí adelante es otro dominio. 

El Abismo de los CiegosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora